Fraternidad
“De (en cuanto a) Asher, riqueza habrá en su pan y él proveerá manjares de reyes” (49:20).
Continuamos con las bendiciones que Yaacob dio a cada uno de sus hijos. De Asher, riqueza habrá en su pan. Yaacob hacía referencia a que la tierra de Asher produciría ricos frutos. También sería bendecido con poseer una gran cantidad de olivos, a tal grado que está escrito que el aceite fluía de la tierra como el agua.
Este aceite era con el que se elaboraba el shemen hamishjá, el aceite con el cual se ungían los utensilios que se utilizaban en el Bet HaMikdash. También se usaba para la encender la Menorá y para las ofrendas vegetales (menajot).
En un pueblo vivía un panadero que vendía todo tipo de panes y jalot para Shabat. Su esposa amasaba mientras sus hijos trenzaban las jalot. Todos los viernes, los pobres se acercaban a la panadería y salían con los panes que el panadero les obsequiaba.
Había un pobre a quien el panadero apreciaba más que a los otros. Tenía unos ojos bondadosos que miraban todo con amor. Cada viernes el panadero le obsequiaba una jalá para que la disfrutara en honor al Shabat. Si por algún motivo el pobre tardaba en llegar, el panadero lo esperaba y se alarmaba si no asistía. Cada vez que le entregaba la jalá, le decía: “Que tengas suerte; buen provecho”. El pobre sonreía y le decía: “Que el Todopoderoso te recompense con el doble de lo que das”.
Pasaron varios años. Ambos envejecían y la costumbre seguía en pie. En cierta ocasión en la que Shabat y Yom Tob cayeron juntos, la panadería estaba repleta de gente. En cierto momento, el pobre de los ojos brillantes observó que el panadero estaba ocupado. Esperó unos minutos y, al ver que no lo atendía, se alejó sin decir una palabra. Desde aquél día no volvió.
Pasó una semana; pasaron dos y no regresaba. El panadero no sabía qué había pasado; preguntaba a los demás pobres por él. La panadería fue creciendo y el panadero enriqueció; pudo comprar un horno nuevo y agrandó el negocio. Compró ropa nueva a sus hijos y no dejaba de agradecer al Rey del Universo por todo lo que tenían.
Un viernes, una chispa saltó repentinamente del horno y el fuego terminó con todas las posesiones del panadero. Parados frente al horrible espectáculo, estaba el hombre junto con sus hijos y su esposa. Miraban al Cielo y decían: “¡Oh, Amo del Mundo! ¡Justo en la víspera de Shabat nos quedamos sin techo que nos cubra!”. Nadie podía explicar cómo pudo haberle pasado eso a un judío tan bondadoso.
Mientras el panadero miraba los restos de su negocio, se le acercó el hombre pobre que hasta ese momento no había aparecido. El panadero le dijo: “Mi querido amigo, hace tanto tiempo que no te veo. Disculpa que en esta ocasión no pueda darte nada. Como ves, he perdido todo… No tengo jalá ni para mi familia”. “No vengo para llevarme una jalá. El Todopoderoso me bendijo dándome todo lo que un hombre puede pedir. Tengo ahora para pagar todo lo que buenas personas como tú me dieron”, contestó el pobre. Sacó una buena cantidad de billetes, la entregó al panadero y le dijo: “Aquí está la cantidad justa por las jalot que me diste los viernes. La cuenta está bien hecha, pues anoté todo”. La cantidad alcanzaba para adquirir una casa nueva, un horno, ropa para todos.[1]
Y los bendijo, a cada uno conforme a su bendición los bendijo…[2] Yaacob bendijo a cada uno de sus hijos conforme a la personalidad de cada uno. Cada uno debía beneficiarse de la bendición y, de esa forma, se complementaban unos a otros. La unidad en el Judaísmo es una necesidad. Las personas tienen que estar conectadas unas con otras, construyendo juntas, trabajando juntas. Para que la Torá prevalezca en el mundo, requiere que todos seamos una sola unidad y no como tristemente vemos hoy en día, que cada uno pertenece a un grupo o comunidad diferente. Mientras exista la unidad en todos los miembros de Israel las bendiciones del Cielo nos proveerán de todo lo necesario.
La época del Zar Nicolás fue una época muy difícil para todos los habitantes de Rusia. El Zar se comportaba con crueldad y los pobladores deseaban salir de esa terrible dictadura. Pero los soldados del Zar eran feroces y sanguinarios; nadie se atrevía a decir palabra contra el tirano. Después de varios años de sufrimiento comenzó una revolución. La encabezaba un hombre que, en cuanto fue identificado por los agentes del Zar, huyó mientras se iniciaba una meticulosa búsqueda del instigador para acabar de raíz con la rebelión. Un día lo vieron cabalgando en su caballo y los soldados lo persiguieron. Cuando se dio cuenta de que no tenía escapatoria, se tiró del caballo sin que los soldados se dieran cuenta y persiguieron al animal creyendo que él estaba arriba del mismo.
Así ganó preciosos minutos para buscar refugio en alguna de las casas de la ciudad. En primer lugar, llegó a la casa de un yehudí que de inmediato lo identificó y se negó a esconderlo debido al peligro que representaba. Llegó a la segunda casa, cuyo dueño también era yehudí, pero éste no sabía que se trataba del revolucionario tan buscado por el Zar. Aceptó que se escondiera en su casa de la siguiente forma: le entregó un talet y algunas prendas de modo que aparentaba ser un yehudí. De esta manera los soldados no lo identificarían. Rápidamente se cambió y cuando los soldados revisaron esa casa, fingió como si estuviera haciendo tefilá y no se imaginaron que era el revolucionario a quien buscaban. Así fue como salvó su vida. Al retirase, dijo al dueño de la casa: “En algún momento te recompensaré por lo que hiciste por mí”. El yehudí no dio mucha importancia a la persona, ya que no sabía quién era verdaderamente.
El tiempo pasó y el revolucionario derrocó al Zar. Al poco tiempo, el yehudí recibió una citación al palacio de gobierno, junto con un pasaje en tren en primera clase. Con mucho temor, se presentó en el palacio delante del exrevolucionario y ahora jefe del país, quien le preguntó si lo recordaba. El yehudí respondió con sinceridad y le dijo que no. Luego de identificarse, lo llenó de regalos y le dijo: “Debes saber que con tu acto valiente no sólo salvaste mi vida, sino también a todo el país de las manos de Nicolás. Recuerda que este palacio está abierto para ti en todo momento que lo necesites”.
El Maasé no termina aquí. En el año 5681 unos dieciocho jóvenes de la Yeshibá de Novhardok quisieron escapar del país y se les detuvo en la frontera. Fueron encarcelados; el castigo para ellos sería terrible. Un Rab que sabía la historia del yehudí que salvó al revolucionario y recordó la influencia que tenía en el palacio, fue a buscarlo y le rogó que fuera a abogar por los jóvenes. Así lo hizo y todos fueron liberados. Entre esos jóvenes estaba uno que en el futuro sería un gran sabio que iluminó con su Torá a Klal Israel; era nada más y nada menos que el Steipeler, Rabí Yaacob Israel Kanievsky.[3]©Musarito semanal
“Envía tu pan sobre las aguas, ya que después de muchos días lo hallarás.”[4]
[1] Maasé Abot, pág. 48.
[2] Bereshit 49:28.
[3] Extraído de Séfer Alenu Leshabeaj.
[4] Kohélet 11:1.
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