Hospitalidad
“Y dijo: Señores míos…” (18:3).
Abraham Abinu se encontraba en el tercer día de haberse hecho el berit milá. Está escrito que este es el día más doloroso para quien se practica esta intervención. Sin embargo, para nuestro Patriarca había un dolor más intenso: no había gente en las calles para poder invitarlos a su casa. Esto le dolía más que la molestia del berit milá. Hashem había hecho que ese día fuera extremadamente caluroso, y la gente se resguardó en sus casas y no salió; de esta forma Abraham podría convalecer de la operación. Cuando Hashem percibió su sufrimiento, envió tres ángeles que parecían viajeros, para que Abraham pudiera cumplir con la mitzvá de recibir invitados y así estar más tranquilo. Hashem se encontraba visitando a Abraham (bikur jolim) cuando llegaron los ángeles.[1] Rashí explica que Abraham pidió a Hashem que lo esperara hasta que hiciera entrar a los huéspedes.
El Jafetz Jaim, aun en su muy avanzada edad, personalmente preparaba la comida para los viajeros que se detenían en su hogar. Si ellos se alojaban allí, él personalmente hacía sus camas y atendía sus necesidades. Una vez un huésped, quien no podía soportar ver al anciano y muy reconocido sabio de la Torá molestarse en prepararle la cama, intentó impedirlo y dijo: “Por favor, no haga eso. Puedo hacerlo yo mismo”. El Jafetz Jaim miró al huésped asombrado y le preguntó: “Si tú me vieras colocándome los tefilín en la mañana, ¿los quitarías de mí y me ofrecerías colocártelos tú mismo? ¿Qué diferencia hay entre esta mitzvá y cualquier otra? Preparar comida y alojamiento para un huésped es una obligación de la Torá que recae sobre mí, y no sobre mis huéspedes…”.
¡Este es un ejemplo de Judaísmo, de Torá![2]
En otra ocasión, cuando el Jafetz Jaim se encontraba en la ciudad de Viena, una persona distinguida se dirigió a la casa donde se hospedaba para hacerle una pregunta. Cuando entró, el Jafetz Jaim estaba en medio de su comida y el dueño de la casa decidió invitar al visitante a comer con ellos, y le aseguró que al finalizar la comida podría hacer su pregunta al Gaón. Mientras tanto, el Jafetz Jaim estaba recitando el Salmo 23, como acostumbraba. Cuando terminó de decir el último versículo: “Pero la bondad y la benevolencia me perseguirán todos los días de mi vida, y yo me sentaré en la Casa de Hashem por largos días”, el Jafetz Jaim se dirigió al invitado, a quien no conocía, y le preguntó: “¿No es asombroso que el Rey David diga: 'Pero la bondad y la benevolencia me perseguirán'? ¿Acaso la bondad y la benevolencia persiguen a la persona? ¡Generalmente son asesinos y ladrones los que persiguen a su víctima!”.
“Nosotros podemos aprender de esto”, continuó el Jafetz Jaim, “que si una persona está ocupada haciendo actos de bondad y caridad, puede parecer ante sus ojos que la bondad y la benevolencia realmente lo están persiguiendo, puesto que para dedicarse a esas obras de bien debe invertir dinero o debe quitar tiempo a su trabajo, y su yétzer hará (impulso del mal) intenta convencerlo de que deje de hacer buenas acciones. ¿Qué debe hacer la persona entonces?”, volvió a preguntar el Jafetz Jaim, a lo que él mismo respondió: “El Rey David dice al hombre que, en ese caso, debe rezar a Hashem pidiéndole que la bondad y la benevolencia continúen persiguiéndolo el resto de su vida, para que de esa forma pueda continuar haciendo actos de bondad y caridad. Él debe saber que si hace eso, entonces el Todopoderoso le permitirá concretar aquello que es prometido al final del versículo: '…y yo me sentaré en la Casa de Hashem por largos días'”.
Cuando el invitado escuchó sus palabras, se levantó para retirarse; agradeció a su anfitrión y lo saludó. El anfitrión se quedó muy asombrado y preguntó al invitado por qué decidió irse antes de hacer su pregunta al Jafetz Jaim. El invitado le explicó: “El Gaón me ha respondido sin que yo le preguntara nada. Hace algunos años, yo establecí un guemaj (centro de benevolencia) en mi ciudad. Han transcurrido algunos años y mi mujer se ha estado quejando de que la benevolencia que yo hago con los demás está causando pérdidas en mi negocio, y que además me hace perder mucho tiempo. Ella quiere que entregue el guemaj a otra persona, pero yo no quiero hacer eso, y es por ello que decidimos preguntar al Jafetz Jaim qué hacer al respecto. Pero ahora el Jafetz Jaim ha contestado a mi pregunta, diciendo que incluso si la persona ya ha hecho actos de bondad y caridad en el pasado no es una excusa para dejar de hacerlos y debe continuar con ellos. Y por eso ahora yo quiero regresar rápido a casa para contar esto a mi mujer”.
El jésed es la columna del mundo, tanto así que fue dicho: El mundo será construido por jésed.[3] Esta es una de las cosas por las cuales el que las practica se beneficia en este mundo, dejando la recompensa para el Mundo Venidero. Esta mitzvá se puede cumplir con el cuerpo, el dinero y las palabras. Toda persona debe actuar de acuerdo con sus fuerzas; no hay diferencia en si es poco o mucho. Recibir invitados no es una tarea fácil, en especial cuando no se cuenta con el espacio o el trabajo doméstico, o cuando las necesidades económicas aumentan. Además, el instinto maligno hace que la persona aborrezca esta mitzvá. Pero el hombre íntegro hará cuentas y calculará sus pérdidas ante el pago de la mitzvá. Conforme al sacrificio de cumplir las mitzvot es el placer que da a su Creador y se acrecentará su recompensa. Si Abraham se hubiera aislado de la gente, concentrándose en su propio servicio a Hashem, sin duda hubiese alcanzado niveles más altos de santidad y de comprensión de Hashem. No obstante, renunció a su propia elevación y se ocupó de la gente, para acercarla e introducirla bajo las alas de la Shejiná.
Esta era la intención de la hospitalidad de Abraham; una vez que les ofrecía comida y bebida, pedía a sus huéspedes que bendijeran y agradecieran a Hashem, Quien da pan a todo ser viviente. La persona nació para esforzarse; dichoso aquel que se esfuerza por la Torá y las mitzvot, y da satisfacción a su Creador, adquiere un buen nombre y se presenta en el Mundo Eterno con un buen nombre. También se incluye en esto la mitzvá de: Amarás a tú prójimo como a ti mismo,[4] porque si el individuo se pone en los zapatos del prójimo, se apiada como le gustaría que se apiadaran de él.[5]©Musarito semanal
“La hospitalidad a los invitados es más grande que recibir a la Presencia Divina y que ir a la Casa de Estudios.”[6]]
[1] Sotá 14a.
[2] Viviendo cada día, pág. 241; Rab Abraham Twerski.
[3] Tehilim 89:3.
[4] Vayikrá 19:18.
[5] Pele Yoetz; Rab Yosef Papo, sección “Jésed”.
[6] Shabat 127a.
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