No malgastes tu tiempo
“Y habitó Yaacob…” (37:1).
Yaacob deseaba asentarse en la tierra de Kenáan para tener una vida tranquila, y fue en ese mismo momento que los problemas de Yosef cayeron sobre él.[1] ¿Por qué? Si analizamos la vida que tuvo nuestro Patriarca, encontramos lógico ese anhelo. Esav quiso matarlo desde que se encontraban en el vientre de su madre; continuó acosándolo hasta que se vio obligado a huir. En el camino, Elifaz, su sobrino, lo despojó de todas sus pertenencias; en un principio, él iba a matarlo, pero luego se conformó con robarlo. Tuvo que ir a vivir junto a su tío Labán, el idólatra, quien lo engañó obligándolo a trabajar para él a fin de obtener la mano de Rajel. Después de que se cumplió el plazo, le entregó a Leá sin que se diera cuenta y tuvo que trabajar otros siete años para poder casarse con Rajel. Continuó trabajando sin descanso ni tregua junto a su suegro, hasta que, temiendo por su vida, resolvió escapar una vez más y trasladarse con su familia a su tierra. Finalmente, su esposa Rajel murió al dar a luz a su segundo hijo.
¡Cualquier ser humano en estas circunstancias rogaría establecerse con un poco de tranquilidad acompañado de su familia!
¿Acaso podríamos siquiera pensar que Yaacob quería serenidad para descansar o para pasar el tiempo tranquilamente con su familia? ¡Por supuesto que no pretendía eso! Seguramente él deseaba dedicarse de lleno a sus quehaceres espirituales. Sin embargo, para Yaacob, no fue correcto pedir serenidad. Hashem quiso demostrarnos, por medio de Yaacob, que el propósito de nuestro tránsito por este mundo es para trabajar y esforzarnos en superar todos los desafíos de la vida. Rabán Gamliel ben Yehudá HaNasí dijo: “Es bueno el estudio de Torá junto con el trabajo, porque el esfuerzo requerido para ambos hace olvidar el pecado”.[2] El Rab de Kotzk dijo: “La razón por la que una persona no debería pecar no es sólo porque está prohibido, sino que la permanencia del hombre en el mundo es tan breve que no debería tener tiempo libre para pecar”. Cada persona llegó al mundo con una asignación. Si cada uno de nosotros tomara con seriedad y responsabilidad sus obligaciones, no tendríamos tiempo para el ocio y el relajamiento. No nos referimos a tomar un respiro de vez en cuando, pues también eso es esencial para el bienestar físico y mental; generalmente las personas que trabajan en búsqueda del sustento también se esfuerzan estudiando o realizando mitzvot, o incluso descansando para reponer sus fuerzas. Una persona así no tiene tiempo para el ocio y, en consecuencia, tampoco tiene tiempo para pecar.
Cuentan que para el Jafetz Jaim cada instante de su vida era tan preciado como la más valiosa joya. Él calzaba zapatos sin agujetas porque calculó que el tiempo que pierde la persona calzando y atando los cordones de sus zapatos es de un minuto. ¡Sesenta segundos por día! Al año son 365 minutos, que equivalen a seis horas. Calculado en 70 años, son 420 horas ganadas, que él invertía en estudiar más Torá.
Cuentan sus alumnos que en una ocasión vieron que una persona se sentó cerca del Gaón. El Rab estaba inmerso en su estudio, mientras que el hombre preparaba su pipa. Primero la vació, la limpió, acomodó el tabaco, sacó un fósforo y la encendió. Debido a que el tabaco no estaba bien acomodado, la pipa se apagó. La vació y comenzó de nuevo. Cuando el hombre logró encender su pipa, ¡el Jafetz Jaim había estudiado una página del Talmud…!
¡Esto es saber apreciar nuestro tesoro más valioso! Lo más caro que poseemos es el tiempo, porque lo pagamos con la vida. Nuestro estudio de Torá tiene que ser lo más valioso en todo el día. Una vez que nos sentamos a estudiar, no debemos permitir que nada ni nadie nos interrumpa. No es lo mismo estudiar una hora que dos medias horas.
Un campesino que andaba por un valle encontró las vías del ferrocarril. Se quedó observándolas y pensó: “Este metal es justo lo que necesito para cercar el corral”. Sin vacilar, puso manos a la obra y arrancó un par de metros de vía. Afortunadamente unos policías pasaban por allí y detuvieron de inmediato al individuo. Una vez que dieron aviso para que interrumpieran el avance del ferrocarril, llevaron al hombre frente al juez para que le dictara sentencia. Cuando estuvo delante del magistrado, éste le preguntó: “¿Tiene usted idea de la gravedad y las consecuencias de su acto?”. “Su señoría, ¿qué le hacen un par de metros de vía a los miles de kilómetros que tienen tirados allí?”. “¡Tirados! Si esos ‘pocos metros’ no están colocados en su lugar en el momento que el ferrocarril pasa por allí, éste se descarrilará y al volcar provocará una tragedia que no quiero ni mencionar. Por tanto, ¡lo sentencio a 20 años de trabajos forzados!”, dictaminó el juez.[3]
Debemos entender que tenemos un tiempo limitado para cumplir con nuestro propósito en la vida. La conciencia judía dice que el peor crimen es el asesinato. El peor asesinato es el predeterminado, y dentro de este pecado, podemos encontrar algo que es más grave: el asesinato de uno mismo (suicidio). Este crimen se subdivide en dos: el asesinato físico y el espiritual. Matar el tiempo es una de los crímenes más condenables que pueden cometerse en la vida.[4] El hombre no puede matar al tiempo, pero el tiempo sí puede matar al hombre.
Cuentan de un rey que llamó a sus tres hijos; sabía que iba a llegar un día en el cual tendría que ceder la corona a uno de ellos, pero necesitaba saber quién de ellos era el más capaz para sentarse en el trono. Comenzó con las finanzas. Entregó a cada uno una importante suma de dinero para que, durante un año, lo administrara. Terminó el plazo y el monarca exigió que le rindieran cuentas. El primero presentó un balance positivo de sus acciones, por lo que recibió la aprobación y el consentimiento de su padre para continuar con el negocio. El segundo se disculpó con su padre, ya que, por desgracia, había invertido el dinero en un proyecto que consideró en un principio de mucho éxito, pero la realidad le demostró su equivocación. El padre aceptó la disculpa y le entregó otra cantidad de dinero; además, lo alentó para que siguiera intentando.
Cuando el tercer hijo le devolvió el dinero en el mismo sobre, tal como lo había recibido, el padre se molestó mucho con él. Ante el insospechado comportamiento de su padre, el hijo le preguntó sobre el motivo de su enojo. No entendía por qué él, que había cuidado con esmero el dinero, era criticado, y su hermano, que había perdido todo, había recibido incluso otra dotación. El padre le respondió: “Tu hermano, aunque perdió todo lo invertido, cumplió con lo encomendado. Hizo todo el esfuerzo posible por invertir bien el dinero que recibió. En cambio tú, no entiendo cómo te atreves a preguntar el porqué de mi enojo. ¿Acaso te di el dinero para que lo guardaras? ¿Acaso crees que no tengo cómo cuidar el dinero, que necesito de ti para guardarlo?
De la misma forma, cuando un hombre llega a este mundo, Hashem le asigna cierto número de días. En adición, Él otorga a cada uno el intelecto necesario para adquirir conocimientos de Torá y observar los preceptos. Le da también el suficiente sentido común para manejarse en este mundo. Para nuestra vergüenza, no logramos vivir a la altura de nuestra misión. Despilfarramos una gran parte de nuestras vidas, recursos y habilidades haciendo negocios que sólo nos producen pérdidas, es decir, transgresiones por las que algún día seremos juzgados. Gastamos mucho más tiempo del que necesitamos para sobrevivir e ir en pos de las vanidades de este mundo. Nos complacen enormemente las cosas que hemos adquirido durante nuestra vida, pero cuando nuestro Padre nos exija, después de 120 años, rendir cuentas con el tiempo que nos dio, ¿qué responderemos? Nos preguntará qué hicimos con cada minuto de nuestras vidas. ¿Vamos a regresar un sobre vacío o vamos a presentarlo lleno de Torá y actos buenos? Debe ser bastante doloroso llegar ante Hashem y contemplar la figura que Él esperaba de ti, ver lo que estabas destinado a ser y contrastarlo con aquello en lo que te convertiste…
Estamos aún a tiempo. Encaucemos nuestra energía y talento para vivir con el propósito que Hashem espera de nosotros. “Rabí Tarfón dijo: ‘El día es corto y el trabajo mucho. Los trabajadores son holgazanes y la recompensa es enorme. El patrón los apura’”.[5] ©Musarito semanal
“Nuestra riqueza depende de lo caro que consigamos vender nuestro tiempo.”
[1] Rashí.
[2] Pirké Abot 2:2.
[3] Karna d’Itzjak, pág. 54; Isaac Cabariti.
[4] Rab Noaj Weinberg.
[5] Pirké Abot 2:15.
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