Reconociendo tus Errores
“Y reconoció Yehudá, y dijo: ‘Tiene razón [es inocente]. De mí [concibió]’” (38:26).
La Torá menciona en esta sección del Libro de Bereshit los sueños que despertaron los celos de los hermanos de Yosef. Su rabia fue aumentando hasta que terminaron vendiéndolo a una caravana de ishmaelitas. La Torá interrumpe su narración acerca de la historia de Yosef e inserta el capítulo relacionado con Yehudá y Tamar.
Yehudá, al ver que sus dos hijos habían muerto después de contraer nupcias con Tamar, escondió a su tercer hijo temiendo que éste también falleciera. Tamar engañó a su suegro para poder concebir un hijo de su estirpe. Cuando se descubrió que estaba encinta, Yehudá, sin saber que era su propio hijo el que Tamar llevaba en su vientre, la condenó a morir en la hoguera. Cuando era llevada a su muerte, mostró los bienes que había recibido y dijo: “El dueño de estos objetos es el padre de la criatura”. Yehudá comprendió enseguida y reconoció su paternidad.
Al leer el versículo en forma literal, Tamar solicitó que Yehudá ratificara la propiedad sobre los objetos presentados ante el Bet Din. Rashí explica que cuando Tamar pidió que reconociera, no se refería a los objetos en cuestión, sino que ella le estaba diciendo: “¡Reconoce a tu Creador! Reconoce que hay un propietario y poseedor de todas las cosas que existen. Confiesa tu paternidad, a fin de que no se destruyan tres vidas (la de ella y la de sus gemelos, que aún no habían nacido)”.
Tamar entendió lo difícil que resulta a una persona hacer una confesión en público. Seguramente este pensamiento causaba consternación en la mente de su suegro. Y a pesar de que se trataba de un caso de vida o muerte, cabía la posibilidad de que dudara en humillarse delante de toda la gente menoscabando así su imagen ante la sociedad (Yehudá era el rey y un escándalo de esta índole podría socavar su autoridad). Tamar suplicó a Yehudá que reconociera a su Creador y confesara, para mostrar a todas las generaciones por venir que el honor a Hashem y el temor a Él deben anteponerse a todo.[1]
Era una noche oscura. El hombre miró a través de su ventana y vio que de la casa de su vecino salían llamas. Rápidamente salió de su casa; se acercó a la ventana del dormitorio del vecino y comenzó a golpear y a gritar: “¡Levántate, sal pronto! ¡Tu casa está ardiendo”! ¡Vas a quemarte vivo!”. Mirando a través de la ventana, se asombró al ver cómo el vecino se levantaba, se estiraba, caminaba lentamente hacia el baño, se lavaba la cara, se dirigía al vestidor y comenzaba a escoger la ropa.
El vecino no podía creer lo que estaba viendo. El hombre le dijo desde el vestidor: “Te veo desesperado. Entiendo que la situación apremia, pero no puedo salir así vestido a la calle. La gente se reirá de mí”. Al escuchar el ridículo comentario, el vecino le grita: “¡No puedo creer que seas tan inconsciente! ¿Estás arriesgando tu vida sólo para evitar que otros necios como tú se rían de ti…?”.
Reconocer el error no es humillarse. Es demostrar que uno es honesto y reconoce sus errores. No reconocer es signo de soberbia y altanería. Aquel que no reconoce el deber de modificar sus errores mientras echa a los demás la culpa de todos sus problemas, está complicando aún más la situación.
Reconocer la verdad es una virtud necesaria para tener un criterio autentico y veraz. Es imprescindible que toda persona acepte la verdad inmediatamente de quien venga, aun del más pequeño, que reconozca y no se avergüence de decir, incluso en público: “Tu argumento es verdadero; lo que yo dije antes es un error”.
Que no se empeñe el hombre en defender su posición contestando de forma vana para mantenerla. Una persona que busca salir siempre victoriosa torcerá lo recto y causará destrucción, permitiendo lo prohibido, y aumenta los pleitos y la discordia.[2] Cuando la persona está consciente de que Hashem está en todo momento y lugar, y cuando sabe que puede recurrir a Su amor, no tiene miedo de reconocer la verdad, no siente la necesidad de esconder su comportamiento bajo toda clase excusas o justificaciones. Reconocer que lo que has hecho es incorrecto representa la mitad del camino que conduce al arrepentimiento.[3]
La Rabanit Kanievski contó que cierto día un joven entró a su casa desesperado, diciendo que tenía que ver al Rab para pedirle perdón. Sorprendida, le pidió que explicara a qué se refería. El joven dijo: “Estaba en la yeshibá escuchando atentamente una disertación relacionada con el tema de las langostas. El Rab nos contó que un día Rab Jaim Kanievski estaba en su casa estudiando este tema y, mientras analizaba distintos detalles, se posó una langosta en el marco de la ventana. Rab Jaim aprovechó para observarla detenidamente y descubrir en ella señales que le ayudaron a escribir las halajot en su libro, y una vez que terminó, la langosta se fue como había venido… Yo me puse de pie y dije a mi Rab que no creía en esa historia; pero cuando llegué a mi casa… me esperaba una sorpresa. ¡Mi cuarto estaba lleno de langostas! Revisé el resto de la casa y no había ni una sola. Salí a la calle y nada… Regresé a mi habitación pensando que había sido mi imaginación… Pero allí estaban… Entonces comprendí que no era un hecho natural, sino que era un aviso del Cielo por haber menospreciado el honor del Rab… ¡Por eso vengo a pedirle perdón!”. La Rabanit contó que cuando Rab Jaim escuchó la historia, sonrió humildemente y le contestó que, por supuesto, lo perdonaba. En ese momento, las langostas desaparecieron de la habitación de joven sin dejar rastro.
De lo anterior aprendemos, como está escrito en el Mesilat Yesharim, que la Creación fue hecha para la persona. Todo lo que existe en el mundo no sólo es para nosotros, sino que recibe nuestra influencia y se impregna con nuestras características. Cuando somos cuidadosos con nuestros actos y pulimos nuestras cualidades, toda la Creación está a nuestra disposición… De lo contrario, HaKadosh Baruj Hu nos envía señales para hacernos recapacitar, para que busquemos la falla y trabajemos en su reparación.
La llave de la teshubá (arrepentimiento) es reconocer que algo que hicimos estuvo mal. Es muy frecuente que nuestros mecanismos de defensa de negación impidan tal reconocimiento. Nosotros debemos hacer un esfuerzo continuo para vencer esta negación. ¿Acaso hay forma de esconderse de Quien todo lo ve y todo lo sabe? Tener siempre presente este concepto nos ayudará no sólo a reconocer y admitir nuestras equivocaciones, sino que seremos capaces de reconocer nuestros límites y fallas. Al mismo tiempo, buscaremos alcanzar niveles más elevados y entonces veremos cada desafío como una oportunidad de crecimiento. ©Musarito semanal
“¿Por qué mereció Yehudá el reinado? Porque supo reconocer
y admitir su error inmediatamente.”[4]
[1] Rabino Hilel Witkind; Ama a tu prójimo, pág. 119; Rab Zelig Pliskin.
[2] Pele Yoetz, sección “Reconocimiento”; Rab Yosef Papo.
[3] Sefer Hamidot LeHameirí, pág. 159.
[4] Midrash Bereshit 38:26.
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