Hay que apegarnos a Hashem con todo el corazón
“Y todas las ofrendas de harina con sal deberás sazonarlas; no ha de faltar la sal de la alianza de Hashem; en todas tus sacrificios debes agregar sal” (2:13).
Es llamada “la sal de la alianza” por el pacto que se hizo con la ella desde los primeros seis días de la Creación. La sal es útil y casi indispensable para todos los alimentos y, sin embargo, no es comestible por sí sola. El Midrash nos muestra una gran lección: en el primer día de la Creación, las aguas cubrían el Universo; Hashem trazó entre ellas un espacio, por lo que unas aguas quedaron por encima del firmamento (en el Cielo) y las otras en la Tierra. Estas últimas se entristecieron mucho, ya que habían sido relegadas a un lugar inferior. Se sintieron separadas y lejos de Hashem. Entonces comenzaron a “llorar” tan amargamente que quedaron saladas. Hashem les preguntó: “¿Por qué lloran?”. Las aguas contestaron: “Es que queríamos permanecer más cerca de Ti”. Hashem les contestó: Por haber manifestado tanta tristeza al separase de Mi cercanía, la sal que se produjo por este hecho no habrá de faltar en ningún korbán (sacrificio) que los Hijos de Israel ofrezcan sobre Mi Altar.[i] Es por eso que, después de que el agua de los mares se evapora por el calor del sol, sube al Cielo y se transforma en nubes que derraman agua dulce sobre la tierra. Es decir, las aguas saladas, una vez que sienten la cercanía de Hashem, se les quita la tristeza y la amargura, y se transforman en el vital líquido que riega y nutre los campos.[ii]
Varios de los yehudim que lograron escapar de las temibles garras de la inquisición llegaron a la ciudad de Tzefat en Éretz Israel. Las persecuciones eran incesantes; tenían prohibido estudiar y conocer las prácticas judías, y a pesar de esto conservaban un profundo amor por Hashem. Una noche de Shabat, un rabino estaba sentado en la sinagoga preparando la disertación del día siguiente cuando vio a un hombre entrar con dos jalot recién horneadas y una botella de vino en sus manos. Sin percatarse de la presencia del rabino, se acercó al Arón, abrió el Hejal y colocó las cosas al lado de los Rollos de la Torá. Después, el recién llegado murmuró unas palabras y cerró la cortina.
Entonces el rabino llamó al hombre y le pidió que le explicara su actitud. Éste le respondió con toda inocencia: “Cada día trabajo duramente para ganarme la vida. Hago un gran esfuerzo para guardar unos centavos con los cuales compro las jalot y el vino, y traerlos ante Hashem. Todos los viernes por la noche traigo mi ofrenda; la pongo en el lugar más sagrado de la sinagoga y rezo para que sea agradable a Hashem”.
Cuando el rabino oyó aquella ingenua respuesta, no supo si reír o enfurecerse con él por profanar así un lugar tan santo. Finalmente, decidió amonestarlo: “¿Acaso crees que Hashem es una persona de carne y hueso, que come y bebe tus sacrificios? Cada día pronuncias en tu tefilá que Hashem no tiene cuerpo ni forma. Él no come ni bebe. ¡No necesita tus jalot ni tu vino para nada…!”.
El hombre, avergonzado, respondió con voz temblorosa y sin levantar la vista: “Yo soy una persona sencilla”, replicó. “Nunca tuve oportunidad de estudiar Torá o Halajá. Creí que a Hashem le gustaba mi ofrenda y que se la comía. Hace mucho que lo hago. Siempre reviso el Hejal, y las jalot y el vino desaparecen al día siguiente. ¿Acaso no significa eso que Él aceptaba mi regalo que siempre le di con todo mi corazón?”.
El rabino sospechó quién se había llevado las jalot. “¡Ingenuo!”, gritó impaciente. “¿No imaginaste que el shamash es quien seguramente se lleva tus regalos? No dudo de que él se advirtiera lo que estabas haciendo, y está bien contento de tener esa comida extra para su familia. Esa es la única explicación”.
El hombre salió de la sinagoga con la cara ardiendo de vergüenza y profundamente decepcionado de que Hashem no necesitara sus ofrendas, y de que fuera el shamash quien había estado llevándose aquellos regalos que a él le costaba tanto esfuerzo comprar. También le dolió haber sido tan ignorante. El incidente llegó a oídos del Arizal, quien llamó al rabino y le dijo con dureza: “Vaya a su casa y diga a su familia cuáles son sus deseos antes de morir. El Tribunal Celestial lo ha condenado a muerte por la forma en que avergonzó a ese pobre yehudí”. El rabino lloró y dijo: “¡Pero yo tenía razón! No hay que creer que Hashem tiene cuerpo. Él no come ni bebe. Lo único que intenté fue explicarle a aquel ignorante que estaba cometiendo un terrible error. Cuando vi que seguía terco con su idea, ¡no me quedó más remedio que demostrarle lo equivocado que estaba…!”.
El Arizal dijo: “Todo lo que dices es cierto. Pero, desde que el Bet HaMikdash fue destruido, Hashem añora el servicio que se hacía dentro. Cuando aquel yehudí llevaba su ofrenda y la presentaba de todo corazón, su acción encontró favor a los ojos de Hashem, pues lo que Él busca es la buena voluntad del corazón de una persona, y ahora, usted ha terminado con ello. Nunca más llevará el vino y las jalot que tanto gustaban a Hashem. Y como usted es el causante, tiene que pagar con la vida. Su suerte está echada”. El rabino bajó la cabeza y volvió a casa. Murió al día siguiente.
La raíz de la palabra en hebreo que significa “traer una ofrenda” es la misma que se usa para “cercanía”. Cerca y lejos son distancias no necesariamente medidas en metros o millas. Las personas pueden estar muy cerca unas de las otras aun cuando se hallen en dos lugares diferentes del mundo y, por el contrario, pueden hallarse muy distantes incluso si viven en la misma casa. La cercanía que se sentía con el Creador en el Bet HaMikdash casi podía palparse. A pesar de que ya no contamos con este recurso en nuestros días, podemos acercarnos a Él por medio de nuestras acciones. Hashem anhela nuestro corazón; por tanto, nuestro objetivo en la vida deber ser que todos nuestros actos sean acordes con Su voluntad y lograr que nuestra forma de vivir manifieste nuestro amor por Hashem. Entonces Él va a redimirnos y va a construir el Bet HaMikdash en nuestros días, para que podamos acercarnos más a Su Presencia. Hazme volver a Ti, oh Hashem, y retornaremos. Renueva nuestros días como antaño.[iii] ©Musarito semanal
“No es suficiente que ames al Eterno;
tienes que procurar que Él también te ame a ti.”[iv]
[i] Tosafot HaRosh.
[ii] Jumash Dor Deror, tomo III, pág 13, Rab Mordejai Babor.
[iii] Ejá 4:21.
[iv] Rabí Moshé de Kobrin.
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