4.14 “Nérd Vejarkóm Kané Vekinámón 'Im Kol 'Átzé Leboná; Mor Vaahalot 'Im Kol Rashé Besamím”.

 

“Nardo y cúrcuma, canelo y cinamomo, junto con todos los árboles de gálbano; mirra y áloes, con todas las especias finas”.

 

 

En Breve:

 

Después que el Creador alabó a Su amada novia y su descendencia, ahora detalla a un huerto vallado; complementa su alabanza comparándola a otras especias de notable calidad.

Profundizando:

 

¿Cuál es la cualidad por la cual el nardo, la cúrcuma, el canelo y el cinamomo merecen esta alabanza? Es porque su aroma se expande muy lejos. Así también sucede con las especies odoríficas mencionadas aquí como el árbol del gálbano, la mirra y los áloes. Junto con las demás especies anteriormente mencionadas, hace una amalgama de perfume muy excelso, que se percibe desde muy lejos.[1]

 

Enseñanza ética:

 

El versículo señala diferentes tipos de hierbas aromáticas, como diciendo que el Creador está “Ebrio” de los cautivantes aromas, que emanan de ese jardín. El perfume se esparce y llega a todos, así también sucede con el aroma que proviene de la congregación de Israel, sus cualidades, su nivel espiritual y su santidad se esparce en el mundo entero. Si analizamos los versículos anteriores, donde el Todopoderoso alaba a Su pueblo y lo compara con un jardín de granados, vemos una clara enseñanza: que aun los más pequeños e insignificantes del pueblo judío poseen cualidades elogiosas.

 

Hay personas que en situaciones cotidianas muestran cierta conducta ejemplar y esto provoca que se santifique el Nombre del Creador en el mundo, y ello trae la admiración y la honra de aquellos que lo reconocen…

 

Moshé Feldman era un comerciante exitoso que intentó abrir lazos comerciales con una firma muy importante en Rusia. Proyectó que si el negocio resultaba tal como él lo había planeado, sus ingresos se multiplicarían enormemente. Sin embargo, intentó varias estrategias, pero, el negocio no se concretaba. Entonces decidió viajar personalmente a Rusia para intentar acelerar las cosas. Tuvo una entrevista con los principales directivos de la firma entre los que se encontraba una mujer. En el momento de la presentación, todos lo saludaban dándole la mano y fue entonces que al Sr. Moshé se le presentó un momento delicado... Cuando estuvo frente a la mujer, se disculpó de no poder darle la mano y le explicó que en su condición de judío observante no podía saludarla dándole la mano y que no era su intención faltarle el respeto. Sabía que estaba poniendo en riesgo la operación por la cual había invertido tanto capital y mucho esfuerzo, era una prueba difícil, pero el Sr. Moshé se mantuvo firme en su convicción. Hablaron entre todos de negocios, fue una reunión complicada. Terminando la negociación el Sr. Moshé se dio cuenta que la operación difícilmente se concretaba y quizás el hecho de no haberle dado la mano a la mujer, complicaba aún más la situación.

 

Antes de regresar a Nueva York, fue citado a una segunda reunión. Para su sorpresa positiva, le informaron que estaban dispuestos a firmar el contrato para ese nuevo negocio. El Sr. Moshé no lo podía creer y su cara no ocultaba su sorpresa. La mujer le dijo: “Lo veo sorprendido por nuestra decisión. Le voy a confesar qué nos llevó a decidir la firma del contrato. Cuando usted se negó a darme la mano, quedamos sorprendidos por la conducta que usted mostró, aun en este lugar que se encuentra tan alejado de su hogar y en donde nadie lo veía. Pensamos, si ése fue su comportamiento, es porque se trata de una persona correcta y honesta. Decidimos que podemos confiar en usted y seguramente el negocio será exitoso para nosotros”.[2]

 

Cualquiera puede santificar el Nombre del Todopoderoso cuando se enfrenta con la posibilidad de transgredir un mandamiento de la Torá o no hacerlo (o si cumplir o no una Mitzvá positiva). Si se abstiene del pecado (o si realiza una Mitzvá) no porque siente presión de su ambiente o con el objeto de ser premiado, sino simplemente por una razón - por el Mandamiento del Todopoderoso; su acción santifica Su Nombre. En todo momento y en cualquier situación se puede cumplir con el fundamental precepto de glorificar el Gran Nombre Divino.

 

Rabbí Israel Menájem, el hijo del Gaón Rabbí Jayim Yosef Gottlieb, de la ciudad de Stropkov, era comerciante y vendía ropa en Hungría, donde se destacaba por su honestidad y corrección. Un día, un gentil llegó al negocio con un saco muy viejo, y quería comprar uno nuevo. Eligió el que le gustó, lo pagó, y antes de llevárselo, se quitó el saco viejo, diciéndole a Rabbí Israel Menájem que lo podía tirar a la basura.

 

Al día siguiente, el cliente llega corriendo al negocio nuevamente, y cuando vio que estaba quemándose el contenido del bote de basura, se desmayó. Rabbí Israel Menájem, luego de reanimarlo, le preguntó qué fue lo que había pasado, y el hombre respondió: “Ayer le dije que tirara el saco viejo que llevaba puesto. Pero hoy me acordé de que tenía en un bolsillo una suma muy grande de dinero... ¡Que ya la he perdido!”. “No se preocupe”, le dijo el Rab mientras sacaba de uno de sus estantes una gruesa billetera. “Su dinero está totalmente a salvo”. El cliente no daba crédito a sus ojos. “¿Co.… cómo es esto?”, decía, mientras tomaba en sus manos el dinero. “Hoy en la mañana me disponía a quemar la basura del día anterior, y se me ocurrió revisar los bolsillos de su saco.  Encontré esta billetera, y tenía pensando llevársela a su casa dentro de un rato”, le contó al Rab. “Pero...  ¡Usted podía haberse quedado con todo el dinero, y yo ni siquiera me hubiese enterado!”, dijo el cliente. “¡Oh, no!”, exclamó el Rab, Nuestra Torá nos enseña que no debemos echar mano en lo que no nos pertenece. Yo agradezco al Todopoderoso que me haya iluminado, y que revisé su saco antes de quemarlo con el resto de la basura”. Aquel hombre, vivió el resto de sus días contando a todo el mundo lo que había visto del comerciante judío, y cuando le decían al Rab Israel Menájem, que había realizado una extraordinaria manifestación de Santificar el Nombre del Creador, se encogía de hombros, y se limitaba a responder que sólo había cumplido con su obligación…[3] ©Musarito semanal

 

 

 

“Los actos de los justos valen más que la creación de los Cielos y de la tierra”.[4]

 

 

 

 

 

[1] Metzudat David.

 

[2] Extraído del libro Bet Yaacob.

 

[3] Extraído del libro Mekadesh Israel.

 

[4] Ketubot 5a

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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