4.15 “Ma'yán Ganím, Beér Máyim Jayím, Venozelím Min Lebanón”.
“Manantial de jardines, pozo de aguas vivientes que fluyen desde el Líbano”
En Breve:
El Creador exalta el mérito y la grandeza del pueblo judío en cuanto lo asemeja al manantial que brota en los jardines y al pozo de aguas vivientes que fluyen desde el Líbano
Profundizando:
Los versículos anteriores nos dicen que, por lógica, los campos desecados debieran convertirse en jardines de granados. La metáfora es que, el manantial es un pozo de aguas vivas rodeado de muros y no está descubierto, por lo cual no hay polvo ni ceniza en él, además estas aguas fluyen del monte del Líbano y es por esto que son sumamente dulces y por esto, se ve propio y adecuado que los campos desecados se conviertan en jardines de granados. Quiso decir el rey Shelomó: “Los hijos de Israel deben ser sabios en todas las ciencias y además deben ser dueños de cualidades nobles. Para lograr esto, la mujer que los trae al mundo debe ser digna para engendrar una comunidad tan distinguida como esta”.
La fuente donde se origina el pueblo de Israel son sus patriarcas y matriarcas, todos ellos fueron personas íntegras y puras y por ende, merecen los descendientes asemejarse a los padres.[1]
Enseñanza ética:
La educación de nuestros hijos es sin dudas el instrumento principal y esencial para la continuidad de nuestro pueblo, y por ello es, que es para nosotros un deber y un mérito ser los artificies de transmitir en ellos, el legado ancestral de nuestra nación, tal como ha sucedido desde siempre, de generación en generación, de padre a hijo y de maestro a discípulo, tal como como lo hicieron nuestros patriarcas.
Nuestro patriarca Abraham, fue beneficiado con todas las bendiciones por el mérito de educar a sus hijos en por el camino del Todopoderoso, tal como dice en el versículo: ¿Acaso he de ocultarle a Abraham lo que hago, ahora que Abraham ciertamente habrá de convertirse en una nación grande y poderosa, y todas las naciones de la tierra habrán de bendecirse por él? Pues lo he amado, porque él les enseñará a sus hijos y a su descendencia después que él que sigan el camino del Eterno...[2] Los seres humanos revelan sus valores a través de lo que les enseñan a sus hijos. Abraham no tenía fe en el Creador, él poseía la seguridad de Su existencia, vivía por y para ello y esto quedó plasmado en el corazón de sus hijos. Cuando un hombre pregona algo, pero no lo inculca en quienes los siguen, queda de manifiesto que su prédica no es muy sincera y seguramente no tendrá ningún efecto sobre ellos. Abraham no sólo promulgaba la Unicidad y Omnipotencia del Creador del mundo, él mismo analizaba sus propios actos buscando la forma de enaltecer Su Nombre y aplicaba en su vida cada una de las lecciones que después predicaba, y es el motivo por el cual sus enseñanzas perduran hasta nuestros días…
Lo principal en la educación es dar el ejemplo a los hijos, que ellos vean y aprendan de las acciones con las que se conducen sus padres. No como aquellos que exigen de sus hijos cosas que ni siquiera ellos mismos hacen, y dando además con ello un mal ejemplo, pues los hijos imitan a sus padres, ya sea para bien o para lo contrario. Por ello Abraham se empeñó primero en cumplir él lo que enseñaba a sus hijos y familia: pues le enseñará a sus hijos y a su descendencia; primero él aplicaba sus enseñanzas, y luego él se ocupaba que sus hijos siguieran sus pasos y como recompensa recibió convertirse en una nación grande y poderosa, y todas las naciones de la tierra habrán de bendecirse por él.[3]
Un directivo de una Yeshivá de Israel llegó en cierta oportunidad a la casa de un conocido donante, en Ramat Gan. A pesar de que este acaudalado señor tenía una forma de vida muy moderna, y su aspecto no era el de una persona tan religiosa, demostraba un impresionante cariño hacia la Torá. Hasta tal punto, que cualquiera que se acercara a él podía percibir la gran pasión que ardía en su corazón cuando le nombraban algo relacionado con su estudio. No solo los finos y delicados objetos que adornaban su hogar atestiguaban el amor por la Torá que reposaba en su corazón, sino la forma extrema en que este millonario apoyaba a las Yeshivot y a las instituciones de Torá daban cuenta de ello. El director de la Yeshivá tenía claro que un cariño como este no se adquiere por sí solo, sino que debe provenir de un origen determinado y decidió preguntarle a esta persona cual era. Al magnate le gustó la pregunta, y le contestó que el inmenso cariño que sentía por la Torá había comenzado con una experiencia inolvidable vivida en su juventud, y que a su vez da testimonio del inmenso amor por ella, que palpitaba en las personas de la generación anterior.
“Era yo un joven de 12 años, cuando mis padres me enviaron a estudiar a una Yeshivá en un pueblo cercano a Vilna”, comenzó a contar el millonario. “Era un largo camino hacia allí, y ya en medio del trayecto el hambre comenzó a punzar en mi estómago intensamente. Cuando finalmente llegué a la Yeshivá, tomé conocimiento que en cuanto al tema de la comida, que era proporcionada por algunas familias del pueblo que tomaban a su cargo cierta cantidad de jóvenes, ya era tarde… ´los estudiantes que llegaron antes que tú, ya fueron todos ubicados, y a ti no te quedó nada´, me dijo el responsable de la Yeshivá. Puesto que me puse a llorar amargamente, mientras le confesaba que estaba hambriento, volvió a mirar su lista, donde figuraban las familias que aceptaban recibir a los alumnos para las comidas. Finalmente me dijo: 'Mira, encontré una casa donde aceptarán invitarte, pero te aviso que, en principio, se trata de una viuda con muchos hijos, y que no tiene nada en su casa. A pesar de la pobreza en que viven, nos ruega que le enviemos alumnos para las comidas, normalmente no lo hacemos para no molestarla, pero siendo el tuyo un caso especial, no tenemos alternativa, y te vamos a acercar a su casa. Debes poner atención que se trata de una familia de huérfanos, y hasta que no te sirvan en tu plato, no debes hacerlo solo, porque le estarías quitando la comida a ellos'. Ud. podrá comprender, se dirigió el millonario al director de la Yeshivá, que mientras mi estómago hacia ruido por el hambre, y me llevaban a la casa de la viuda con instrucciones de no servirme de comer, no tenía otra opción, por eso me dirigí hacia allí con mis últimas fuerzas. En el camino no podía dejar de llorar, asustado por mi suerte, y sin saber cómo saldría de esta situación tan difícil que me había tocado vivir.
Cuando llegué a la casa, me detuve frente a la entrada y me enjugué las lágrimas. Golpeé la puerta. Era el mediodía. Unos cuantos niños pequeños, se acercaron a la puerta y la abrieron. Al verme a mí comenzaron a gritar: '¡Mamá, mamá! ¡Llegó el Rab! ¡Mamá, mamá! ¡Ven a ver! ¡El Rab llegó!' Yo no sabía a quién estaba dirigido este recibimiento. Miré detrás de mí buscando a alguien que cumpliera con los requisitos para ostentar el título de Rab. Yo solo tenía 12 años. Mientras, continuaban los niños regocijantes de alegría, llamando a voces a su madre para que viniera a ver al Rab que había llegado… He aquí que la viuda se asomó a la puerta, y me recibió acogedoramente, me invitó a sentarme a la mesa y a comer junto a sus hijos. Ocho huérfanos había en esa casa. Sobre la mesa estaban apoyados, además de la bandeja principal, ocho platos, y uno más, vacío, ubicado en el centro de la mesa. Cada niño tomó una porción de la bandeja y la puso en su plato, una vez que todos se hubieron servido, la madre se dirigió a ellos y les preguntó: '¿Queridos hijos, alguno de ustedes sabe para quien está destinado este plato vacío?'. Todos contestaron al unísono en una explosión de alegría: ¡Para el Rab! ¡Para el Rab!'. En ese momento comenzó entre ellos una competencia en la que todos querían ser el primero en sacar de su plato para poner en el plato del Rab, y quien sacaría más… En segundos mi plato estuvo completo hasta desbordar, con manjares que se separaron los huérfanos de sus propios platos. Puedo asegurar que la porción que comí en ese almuerzo lo que normalmente comía en dos o tres días en mi casa. Hacía mucho tiempo que no comía tan bien.
Como si esto fuera poco, en medio de la comida estallaron los niños en un baile entusiasta, con cantos y versos de alabanza en agradecimiento a Boré Olam, como si fuera, que por participar en su almuerzo les hubiera otorgado el regalo más grande que anhelaban recibir. Al final de la comida, me rogaron que volviera, y no me dejaron hasta que les prometí que así lo haría… Durante meses comí en la casa de la viuda, y esas impresionantes figuras de amor a la Torá que allí había, se grabaron dentro de mí, y con ellas pude pasar todos los horrores de la guerra, y conservar mi Emuná en el Creador del Mundo. Reconozco y no me avergüenza, que solo por el mérito de estas figuras que se grabaron dentro de mí seguí siendo un judío completo, y decidí donar de mis riquezas a las Yeshivot en las que se esfuerzan por el estudio de la Torá.
¿Cuál es el secreto para inculcar en nuestros hijos amor verdadero por la Torá, y lograr que se encaminen en la senda de las Mitzvot? Mostrar amor infinito e incondicional hacia nuestro Creador, debemos mostrar en nuestros actos que estaríamos incluso dispuestos a dar la vida si fuera necesario para cumplir con Su voluntad. Cuando el hijo ve a su padre levantarse por la mañana para ir a Bet HaKnéset (Templo), para hacer Tefilá (Plegaria) con alegría y emoción, cuando ven a su padre abandonar todo asunto mundano a cambio de abrir un libro para estudiar Torá. Cuando observan el cariño y el ímpetu con el que su padre cumple algún precepto, entonces y sólo entonces, al hijo le quedará grabado ese amor por la Torá y las Mitzvot, pero si ellos lo miran cumplir con muestras de fastidio y cansancio, sin dudas que el hijo se comportara del mismo modo. ¿Cuál va a ser el resultado…? Abraham, nuestro padre, estuvo dispuesto a todo por el amor infinito y absoluto que sentía por su Creador, incluso a sacrificar a su único hijo, a pesar de que la gente lo acusaría de actuar de la misma forma que los idolatras, a los cuales precisamente él, criticó y combatió toda su vida, a los que sacrificaban sus hijos a la idolatría de Molej. Tampoco aceptó el cuestionamiento que seguramente se fraguaba en su mente: ¿Cómo puede ser que ayer el Creador me dijo que Yitzjak saldrá mi simiente y de pronto me ordena sacrificarlo? Ningún argumento logró confundir a nuestro patriarca, y sin dudarlo apenas amaneció partió rumbo al destino indicado, para cumplir con la orden recibida, nada lo detuvo para alcanzar su meta, hacer la voluntad del Creador y esto es lo que debemos dejar plasmado en los corazones de nuestros hijos… ©Musarito semanal
“No impongamos nuestra visión a los demás, seamos un faro que los guíe por el camino correcto con nuestro ejemplo.
[1] Metzudat David.
[2] וְאַבְרָהָם הָיוֹ יִהְיֶה לְגוֹי גָּדוֹל וְעָצוּם וְנִבְרְכוּ־בוֹ כֹּל גּוֹיֵי הָאָרֶץ: יט כִּי יְדַעְתִּיו לְמַעַן אֲשֶׁר יְצַוֶּה אֶת־בָּנָיו וְאֶת־בֵּיתוֹ אַחֲרָיו וְשָׁמְרוּ דֶּרֶךְ יְהֹוָה לַעֲשׂוֹת צְדָקָה וּמִשְׁפָּט לְמַעַן הָבִיא יְהוָֹה עַל־אַבְרָהָם אֵת אֲשֶׁר־דִּבֶּר עָלָיו: ¿Acaso he de ocultarle a Abraham lo que hago, ahora que Abraham ciertamente habrá de convertirse en una nación grande y poderosa, y todas las naciones de la tierra habrán de bendecirse por él? Pues lo he amado, porque él les ordena a sus hijos y a su familia después que él que sigan el camino del Eterno, haciendo caridad y justicia a fin de que el Eterno le confiera entonces a Abraham aquello de lo que le había prometido respecto de él. Bereshit 18:18-19
[3] Rab Yehudá Tzadka.
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