4.7 “Kuláj Yafá Ra'yatí, Umúm Én Báj”.
“Toda tú eres hermosa, compañera Mía y defecto no hay en ti”.
En Breve:
El Creador continúa alabando al pueblo Israel por la integridad de sus hijos; manifiesta Su amor por ellos y Su admiración a modo de cortejo.
Profundizando:
El Creador se dirige a la nación judía diciendo: “Desde que te convertiste en mi compañera, todas las partes de tu cuerpo son hermosas, y no existe en ti defecto alguno”. La analogía es: Tú eres la congregación de Israel y desde siempre todos tus integrantes son personas ímprobas y no se encuentra en tu genealogía ningún defecto.[1]
Enseñanza ética:
¿Acaso todos los miembros del 'Am Israel son puros e inocentes? ¿No existe pecado en ninguno de ellos? Sería imposible que autor hiciera referencia a las personas, seguramente hizo alusión a las almas, al espíritu que cada uno de los hijos de Israel lleva dentro de su ser, éste sí es algo puro e inmaculado.[2]
De lo primero que tomamos conciencia al despertarnos por la mañana es que amanecemos vivos y renovados y después de haber agradecido al Todopoderoso por las maravillas de nuestro cuerpo y por nuestra salud física, le agradecemos por el milagro diario del regreso de nuestra alma al cuerpo: ¡Oh, mi D-os! el alma que me diste es pura; Tú la creaste, Tú la formaste, Tú la insuflaste dentro de mí, y Tú la cuidas dentro de mí…
A diferencia de otras religiones, las cuales sostienen que el hombre nace con un alma pecaminosa, la religión judía sostiene que cada judío, sin ninguna excepción, nace con un alma pura, libre de pecado y de cualquier otra mancha: Toda tú eres hermosa. Mas aún, nuestra alma es divina,[3] compañera Mía, es parte del Creador del universo,[4] ha sido creada separadamente de nuestro cuerpo y sobrevive a este. Solamente durante nuestra vida, nuestra alma está conectada al cuerpo; pero el alma es eterna, ya que existió antes que fuera creada la materia y continuará existiendo luego que el organismo muera. El propósito de que el alma descienda a vivir con el cuerpo es que pueda cumplir con los mandamientos divinos en la vida diaria, mandamientos que sólo pueden cumplirse con la ayuda de un ente orgánico. Es por eso que tenemos 248 mandamientos positivos y 365 prohibiciones, los cuales, según declaran nuestros sabios, corresponden a los 248 órganos y a los 365 vasos sanguíneos de nuestro cuerpo físico.
Esto significa que al cumplir con los 613 preceptos que ordena la Torá “purificamos” nuestro cuerpo. Al mismo tiempo, la mayoría de los mandamientos están ligados a un objeto físico, tal como la lana para el Tzitzit (Manto ritual), el cuero para los Tefilín (Filacterias), la madera para la Sucá, o la cera o el aceite para las velas, etc. Mientras que a nuestro cuerpo lo sostiene el alimento físico, la mayoría de los preceptos también se sustentan en acciones físicas, pero agregan un componente espiritual, como sucede con las Berajot para lo cual, por ejemplo, tenemos una bendición antes y otra después de comer alguna cosa. De esta manera, purificamos y santificamos, no solamente nuestro cuerpo, sino también la naturaleza que florece alrededor del mismo. Todo esto lo logramos por intermedio del alma, usando al cuerpo como intermediario. Pero el alma en sí misma es pura y santa cuando viene a morar en nuestro cuerpo y no requiere ninguna purificación para sí misma.[5]-[6]
Una de las estremecedoras historias posteriores al holocausto es la de los niños que fueron previamente ocultos por sus padres en monasterios con la esperanza de que sobrevivieran a la guerra y eventualmente, poder recuperarlos vivos. Varios de esos padres judíos no sabían el amargo destino que esperaba a sus familias y la mayoría de ellos nunca regresaron a buscarlos...
Después de la guerra llegó a Polonia una comisión encabezada por Rab Yosef Shlomó Kanhemán y fue enviada especialmente para rescatar a esos niños. No sabían dónde empezar a buscar, podían estar en cualquier parte… Algunos de los sobrevivientes informaron que varios se ocultaban dentro de los orfanatos y monasterios. Decidieron comenzar su búsqueda en esos lugares y rezaron para que el Creador les ayude a encontrar y rescatar esas almas judías de esa impureza extraña a sus raíces. A sabiendas de la matanza que encararon los nazis contra el pueblo judío, los clérigos negaban haber aceptado a niños judíos, y los encargados de rescatarlos se desesperaban sin saber la forma de demostrar a la autoridad que algunos de los niños enclaustrados no pertenecían a esos lugares. Entonces solicitaron entrar al dormitorio de los pequeños por tan sólo un minuto para poder identificar a sus niños. Los rectores aceptaron bajo advertencia de que, sólo tenían un minuto para permanecer dentro del dormitorio; al fin de cuentas, pensaron, ¿Qué podían lograr en tan poco tiempo…?
Decidieron entrar por la noche, justo antes que apagaran las luces para que los niños durmieran, una vez dentro, el Rab Kanhemán pronunció en voz alta las palabras del Shemá Israel. Las almas de los niños que eran judíos no olvidaron su origen, reconocieron las palabras que habían sido inculcadas por sus progenitores y comenzaron a llorar y a gritar: "¡Táte, máme!" (¡Papá, mamá!). Fueron rescatados y regresaron sanos y salvos al seno del pueblo judío.
¿Cuántos de nuestros hermanos han sido perseguidos, encarcelados y torturados? Cuántos pueblos nos han privado nuestra libertad, han despojado nuestros bienes, han tratado de arrebatarnos a nuestros hijos, incluso han intentado numerosas veces en la historia, separar el alma judía de nuestros cuerpos, pero la esencia de un judío, su verdadero yo, es intocable. La persona que está conectada con el Creador es capaz de mantenerse verdadero, ser quien realmente es, y renovar siempre esa esencia. El alma pura de todo judío desea unirse al Eterno; pero la influencia de las naciones paganas y los deseos materiales, en muchos casos, alejan a la persona de la Torá y no le permiten reconocer a su Creador y amarlo. El alma se siente como ave cautiva dentro de una jaula... Todos los días, mientras dormimos, devolvemos el alma no tan limpia como la recibimos y el Todopoderoso con Su inmenso favor, nos la regresa pura y renovada. Es obligación de cada uno el mantener la unión con el Creador por medio de sus acciones. ©Musarito semanal
“El alma humana es como una vela. Así como ésta a veces se enciende y otras se apaga, el alma del hombre a veces ilumina y otras está a oscuras. Al igual que la vela, es suficiente acercarle el fuego para que pueda volver a iluminarse.”[7]
[1] Metzudat David.
[2] Ver Rab Eliyau Lopián; Lev Eliyahu, tomo III.
[3] Zóhar, citado en Tania cap. II, comienzo.
[4] כָּל־הַנְּפָשׁוֹת לִי Todas las almas, Mías son ellas; Yejezk'él 18:4.
[5] Ver Tania Cap. 37 y 38.
[6] Extraído de Mi plegaria, pag. 27; Nissán Mindel.
[7] Rabí Israel Báal Shem Tob.
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