Sólo hay una manera de poner término al mal, y es devolver bien por mal
“Esta es la bendición con que Moshé, hombre de Dios, bendijo a los Hijos de Israel antes de su muerte” (33:1).
Moshé aparece en casi todas las perashiot. Subió al Cielo y desafió a los ángeles; consiguió para nosotros la Torá. Estaba completamente apegado a Hashem, ¿y sólo hasta ahora se le concede el título de Hombre de Dios? Responden los Jajamim: “No obtuvo Moshé el privilegio de ese magnífico nombramiento hasta que bendijo a todo Am Israel. Nuestro fiel conductor abogó siempre en favor de su pueblo. En algunas ocasiones fue correspondido con ingratitud y él mantenía su postura; se preocupaba por cada uno en particular y atendía con paciencia y dedicación su papel de guía. Una de las midot más difíciles de conseguir es dominarse cuando uno es agredido, y más difícil aún es deshacerse del resentimiento.
Una vez hubo una sequía en Éretz Israel y Rabí Eliézer dirigió las plegarias públicas para que lloviera. Recitó varias oraciones y no conseguía que lloviera. Rabí Akibá rezó y de inmediato comenzó a llover. Los sabios comenzaron a especular acerca del porqué la plegaria de Rabí Akibá había logrado el favor del Cielo. En ese momento salió una Voz Celestial, diciendo: “No es que uno sea más grande que el otro, sino que Rabí Akibá es tolerante y Rabí Eliézer no (era inflexible para proteger el honor de la Torá).[1] Todo aquel que domina su enojo cuando es ofendido, del Cielo se comportan de la misma forma: pasan por alto sus transgresiones.[2]
Moshé tuvo que soportar, durante cuarenta años, quejas y ofensas. Él supo sobrellevar todas las disputas con gran paciencia. Estuvo dispuesto a entregar su vida antes que cualquier miembro del pueblo fuera dañado.[3] Era un fiel soldado dedicado a llevar a cabo la misión de llevar al pueblo a la Tierra Prometida. Sólo tenía un ideal en la vida: poner un pie en Éretz Israel. Él rezó quinientas quince veces para que Hashem le permitiera entrar a Israel.[4] Incluso pidió reencarnar en ave para tan sólo volar sobre la Tierra y ver al pueblo habitando allí. Pero esta única petición le fue negada. Tuvo que conformarse con ver de lejos la Tierra, sin entrar a ella, debido a que había golpeado la roca en las aguas de Meribá.[5] Parados allí, en la misma frontera de la tierra a la que él tanto deseaba entrar, de un lado estaba su más grande ilusión; del otro, su amado pueblo. Ellos habían sido tan ingratos, lo habían atormentado tanto, y eran responsables de que se le negara su único deseo en la vida. ¿Qué hizo Moshé? Bendijo a Am Israel. Él los bendijo de todo corazón. No había en su corazón el más leve resentimiento.[6] Una persona así merece el título de “hombre de Dios”.
Cuentan que cuando la Guerra de los Seis Días estaba en su etapa más cruda, los alumnos del Rab Shmuelevitz de la Yeshibat Mir, en Yerushaláim, tuvieron que abandonarla debido a un fuerte bombardeo enemigo. Todos tuvieron que bajar al miklat (refugio). Los Jajamim, los bajurim, los vecinos, todos asustados se apretujaban dentro del recinto. Afuera se escuchaban los tanques, los aviones… Las explosiones cimbraban no sólo los cimientos del edificio, también hacían temblar a toda la indefensa gente que allí se encontraba. Todos rezaban fervorosamente implorando la misericordia del Creador. Sintieron una explosión cerca y creyeron que el fin se acercaba.
En medio del caos, una mujer se levanta, alza sus ojos al Cielo y con lágrimas clama: “¡Ribonó Shel Olam (Patrón del mundo)! Tú sabes lo que me ha hecho mi esposo. Me ha dejado sola y abandonada con mis hijos, durante tantos años. ¡Yo lo perdono con todo mi corazón! ¡No guardo ningún rencor contra él!”. En ese mismo momento se calmó la tempestad. Las bombas cesaron de caer. Se paró Rab Jaim Shmuelevitz y dijo: “¡Seguramente aquí dentro debe haber muchos zejuyot (méritos) de todos los que estudian Torá! ¡Pero no tengo la menor duda de lo que acabamos de presenciar: el clamor y la entrega de esta mujer es lo que nos salvó!”. ©Musarito semanal
“Todo hombre será medido con el mismo patrón que él ha utilizado para medir a los demás.”
[1] Taanit 25b.
[2] Rosh HaShaná 17a.
[3] Debarim Rabá 7:10.
[4] Debarim 3:23.
[5] Rashí; Shemot 20:10-12.
[6] Viviendo cada día, pág 407, Rab Abraham Twersky.
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