La importancia de la mujer en el judaísmo
“Así dirás a la casa de Yaacob…” (19:3).
El primer día del tercer mes (Siván) después de su partida de Egipto, el Pueblo de Israel llegó al desierto de Sinaí y acamparon frente al monte. Moshé se aproximó a él y oyó la voz de Hashem que le indicaba que Am Israel tuviera siempre presente que Él los había liberado de Egipto. Si ellos le obedecían, se transformarían en un reino de sacerdotes y una nación santa. Moshé bajó del monte y repitió las palabras de Hashem a los ancianos y a todo el pueblo. Como una nación unida respondieron todos juntos: “Haremos todo lo que Hashem nos pida”. Más adelante, Hashem advierte a Moshé que aparecería en una densa nube y le hablaría delante de toda la congregación. De esta forma, nunca se dudaría otra vez de que Hashem Mismo nos entregó la Torá. El pueblo debía prepararse durante tres días para el gran suceso. No debían traspasar los límites del monte; quien lo hiciera se haría acreedor a la pena de muerte.
Después de que transcurrieron esos tres días, el 6 de Siván se produjeron truenos y relámpagos, y una densa nube descendió sobre el monte. Se oyó el llamado del shofar y Moshé llevó al pueblo hasta el pie de la montaña. El Monte Sinaí estaba envuelto en espesa niebla y Hashem ordenó a Moshé que subiera hasta la cima. Luego le ordenó que advirtiera al pueblo que no debía contemplar la Manifestación Divina, y Moshé cumplió la orden.
Cuando Moshé bajó por primera vez, se apresuró a cumplir con la orden de Hashem: Así dirás a la Casa de Yaacob y expondrás a los Hijos de Israel. Rashí explica que la expresión “Casa” utilizada en este versículo se refiere a las mujeres de Israel, ya que ellas son el pilar de la casa.[1] Las mujeres fueron mencionadas en primer término debido a que son las principales transmisoras de los valores y conceptos contenidos en la Torá. Son responsables de la educación y el cuidado de los hijos. Es por esto que Hashem se dirigió en principio a ellas. Mientras su marido se encuentra fuera de las paredes de su casa, procurando el sustento de la familia, ella cuida que aquella Torá que Hashem nos entregó se mantenga íntegra tanto dentro como fuera de su hogar. ¡Qué importante es la participación de la madre en el Judaísmo, pues todo hogar depende de su dedicación y entrega!
Un rey muy rico y poderoso dedicaba gran parte de su tiempo a idear cómo proteger su preciado tesoro. Reclutó a los soldados más hábiles para que cuidaran su espalda y contrató también a otros que fueron asignados a la vigilancia y el cuidado del tesoro del reino. Podríamos pensar que aquellos que son puestos al lado del monarca como guardias personales son considerados ante el rey como los más fieles y valerosos. La realidad no es esa: los que son puestos en los portones del palacio son los más abnegados al reinado, pues son los primeros que deben luchar y detener, aun a costa de su vida, a cualquiera que intente acercarse al palacio sin autorización del rey.
Este es el papel de la mujer judía. Ella resguarda y detiene cualquier influencia que atente contra las ordenanzas de Hashem. Si no fuera por la ardua y noble labor de nuestras mujeres, no hubiese sido posible conservar intacto el legado que nos entregó Hashem por medio de Moshé en el Monte Sinaí.
En cierta ocasión, salieron Rabí Akibá y otros Rabinos a recaudar dinero para beneficencia. Antes de golpear a la puerta de un donante, escucharon que éste decía a su hijo: “Ve y compra de la verdura del día de ayer y del pan de ayer, ya que es mucho más barato”. Los Jajamim decidieron seguir su camino sin pasar a solicitar apoyo por parte de ese pobre hombre. Dijeron: “Mejor no lo molestemos”. Después de que terminaron de recorrer el pueblo, lo encontraron en la calle. El hombre les preguntó: “¿Por qué no vinieron a pedirme a mí también?”. Los Jajamim le contaron que habían escuchado el diálogo con su hijo. Él los interrumpió y les dijo: “A mí me alcanza con lo que compro, pero para ustedes tengo más. Vayan a mi casa y pidan a mi esposa un vaso de monedas de oro”. Los Jajamim fueron a la casa y contaron a la mujer lo ocurrido y la petición de su esposo. Ella les preguntó si su cónyuge les había dicho que debía llenar el vaso hasta el borde, o todo lo que pueda contener. “No especificó”, dijeron los Jajamim. “Bueno”, les dijo ella; “si es así, les doy todo lo que pueda contener. Si mi marido no quería que fuera tanto, que me lo descuente de mi Ketubá”. Al saber el esposo lo hecho por su señora, la felicitó y duplicó el valor de la Ketubá.
Otra vez sucedió también con Rabí Akibá, Rabí Eliézer y Rabí Yehoshúa, que salieron a buscar fondos para pagar las deudas que habían contraído a fin de mantener los lugares donde se estudiaba Torá. Había un donante, Aba Yudan, que solía darles, pero había empobrecido. Al ver a los sabios se avergonzó y se fue a su casa. Su mujer lo vio y le preguntó: “¿Por qué estás así?”. “No tengo nada para dar a los Jajamim.” Su esposa le dijo: “Sí tienes. Posees un campo; divídelo, vende una mitad, da el dinero a los Jajamim y arréglate con la otra mitad”. Así hizo; vendió la mitad y dio el importe a los Jajamim, quienes lo bendijeron y le dijeron: “Que Hashem complete tu falta”. Al arar la otra mitad del campo que le había quedado, su arado se trabó y descubrió un cofre con piedras preciosas. Se volvió millonario. Cuando los Jajamim pasaron de nuevo por esa ciudad, preguntaron por él y se enteraron de que había enriquecido. Al verlos, dijo: “¡Gracias! ¡Su bendición se cumplió!”. Los sabios le respondieron: “Mejor agradece a quien te proporcionó tan sabio consejo”.
La función del hombre en el hogar se compara a la cabeza y la de la mujer al cuello de la persona. El hombre razona, dirige y toma las decisiones en el hogar, tal como lo hace la cabeza con el resto del cuerpo; el cuello “solamente” se encarga de dirigir a la cabeza. El Todopoderoso dotó a la mujer de cariño, paciencia e inteligencia, y de biná yeterá (Entendimiento, conocimiento profundo). Estos son los instrumentos con los cuales la mujer judía vigila y protege su hogar y a los que habitan en él, para que se mantengan siempre dentro de los lineamientos de la Torá. A ella se otorgó la importante labor de educar a los niños. Su hogar debe ser un lugar dedicado al servicio del Creador. ©Musarito semanal
“¿Cuál es el mérito de las mujeres? Que llevan a sus hijos a estudiar Torá y permiten a sus maridos estudiar Torá y les esperan hasta que vuelven de estudiar.”[2]
[1] Vayikrá 16:17; ver también Yomá 2a.
[2] Berajot 17a.
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