La codicia
“No codicies la casa de tu compañero; no codicies la esposa de tu compañero, su sirviente y su esclava, y su toro y su burro, y todo lo que es de tu compañero” 20:14.
Esta Perashá es fundamental en la Torá, ya que en ella se manifiesta el origen y la autenticidad de que es de origen Divino. Fue entregada a Moshé en presencia de millones de personas.[1] Encontramos en el decálogo que quedó grabado en las Tablas de la Ley el último de los Diez Mandamientos, que habla de la prohibición de codiciar. Preguntan los Jajamim sobre el versículo de referencia: “Si ya me indicó la casa, los sirvientes, los animales, ¿para qué reitera y todo lo que es de tu compañero?”. Responden los Jajamim que el versículo se compone de dos partes; lo primero que la Torá menciona es la advertencia de lo grave que resulta codiciar lo que no es nuestro. No codiciar es el último de los Diez Mandamientos, para enseñarnos que la persona que codicia puede llegar a transgredir todos los demás. Al desear lo de otros, puede llevar a la persona a robar, a jurar en vano y finalmente al asesinato.[2]
La raíz de la envidia proviene de la falta de conciencia y de la necedad. El instinto del corazón del hombre causa que anhele ser único, tanto en sabiduría y buenos hechos como en riqueza y honores, y por eso se aflige cuando ve a otro igual o mejor que él. El odio proviene de la envidia; es como un fuego que consume y es difícil encontrar remedio para este mal.[3] Cuando uno desea lo que tienen otros, manifiesta que eso que tienen debería tenerlo él, y este pensamiento provoca muchos tropiezos al hombre, pues luego de decidir obtener aquello que no le pertenece, no tomará recaudos, y si su compañero no quisiera entregárselo tratará de obtenerlo por la fuerza. Y si éste se opusiera, sería hasta capaz de matarlo, como ocurrió con Nebot, quien fue asesinado por Ajab para obtener su viñedo.[4]
No hay nada más dañino para la salud que la envidia. El envidioso tiene siempre la oportunidad de estar insatisfecho, porque la mayor parte de la gente poseerá algo que a él le falta y anhela. Si alguno de sus deseos le es negado, todo lo demás le parece sin valor.[5]
¿Acaso se puede controlar un sentimiento que viene directo del corazón y no de la razón?
Cuentan sobre Rabí Israel Salanter que cierta vez sus familiares observaron que caminaba por su habitación de aquí para allá, y en voz alta, con tono de preocupación, se repetía a sí mismo la Mishná sin cesar: “La envidia, la ambición y el honor apartan al hombre del mundo”.[6] Quienes lo observaban se asombraron mucho y le preguntaron: “¿Por qué repite tantas veces la Mishná?”. Contestó Rab Israel: “Fui invitado para ir mañana a la casa de un millonario, que reside en una lujosa casa, y temo no poder resistirme delante de tanta ostentación y caer entonces en la ambición y la envidia…. ¡¿Cómo no habré de preocuparme y temer de ello?!”.
Los Jajamim aconsejan: “Si sientes un deseo tremendo e incontrolable por algo, si tu instinto te incita como el fuego para alcanzar y obtener esa aspiración, detente y piensa que aquello está al otro lado de un camino escarchado y congelado, y de cada lado se encuentra un precipicio muy alto y escarpado; si llegaras a resbalar, caerás sin remedio al abismo. Ese miedo se llevará todo sentimiento de apetencia, pues así hizo Hashem la naturaleza de todo ser, que un poco de miedo que penetra en el corazón puede eliminar todas las fuerzas del deseo y la codicia. Por esto la Torá advirtió no codiciar y prohibió hacerlo. Si el hombre tuviese temor de transgredir esta prohibición dictada por Hashem, dejaría enseguida de codiciar y se abstendría de ello...”.[7]
¿Cómo podemos controlar nuestros sentimientos? Los Jajamim lo ilustran de la siguiente forma:
Un aldeano se acerca a ver el paso del rey; entre el séquito alcanza a ver a una mujer muy bella y la desea. Sin embargo, una vez que se entera de que es la hija del rey, su deseo se desvanece, pues sabe que nunca podría casarse con ella. Así, quien es inteligente sabrá que no obtendrá una bella mujer o cualquiera otra cosa que está en manos de otros por su picardía o inteligencia, sino sólo cuando Hashem así lo destine.
Debe creer íntegramente que nadie puede quitar a otro lo que tiene destinado desde el Cielo. Aun si la persona estuviese sola en el mundo, no podría tener más de lo que posee. Una vez que entienda que el Creador siempre entrega a cada uno lo bueno en la hora, cantidad y lugar adecuados, lo cual quiere decir que todo lo que posee Hashem lo destinó exclusivamente para él, entonces se alegrará con su parte y no abrigará en su corazón codicia o deseos de algo que no le pertenece.[8]
Cierto día un hombre se encuentra con su vecino y le pregunta: “¡Te veo triste! ¿Te sucede algo?”. “Es que vengo de casa de fulano”, contesta éste, “y vi que su casa es mucho más amplia que la mía, tiene cuatro hijos y cada uno duerme en su habitación. Mi casa es mucho más pequeña que la suya; tengo dos recamaras y ocho hijos… No quisiera traspasar lo que ordena la Torá de ‘No codiciar’, pero después de salir de allí no me siento tranquilo ni conforme con mi casa…”.
El amigo le responde: “Piensa un poco. ¿Estarías dispuesto a cambiar tu suerte por la suya? Quiero decir, renunciar a la mitad de tus hijos a cambio de beneficiarte de su propiedad”. “¡Por supuesto que no!”, respondió. “¿Acaso quisieras estar en su lugar y adquirir sus preocupaciones y dificultades, en lo que respecta a la salud y lo familiar? Recapacita en esto y tu deseo se esfumará más rápido de lo que llegó”
Para concluir con la pregunta que planteamos al principio, la expresión: Todo lo que tenga tu compañero, no está de más en el versículo. La Torá quiso dejarnos una enseñanza esencial. Si llegaste a sentir envidia de algo que tu compañero tiene, el mejor consejo para liberarte de ella es codiciar todo lo que tenga tu compañero, es decir, no solamente lo bueno, sino también lo malo que él tiene. En otras palabras, no sólo envidies sus bienes, sino también sus problemas, sus padecimientos, sus desvelos. Así podrás liberarte de la envidia. Tal como los anteojos son hechos para cada persona en particular y no te sirven a ti, de la misma manera las herramientas materiales son confeccionadas para ser usadas por la persona a quien le fueron dadas. Todo aquél que asimile debidamente esta perspectiva no habrá de envidiar lo que posean los demás.[9]©Musarito semanal
“Rabí Elazar Hakapar dijo: ‘La envidia, la ambición y el honor apartan al hombre del mundo’”[10]
[1] Eran 600 000 hombres mayores de 20 a 60 años; además estaban los ancianos, mujeres y niños.
[2] Séfer Shaaré Kedushá 8:2, Cap. 4.
[3] Pélé Yoetz; “Envidia”.
[4] Séfer HaJinuj 38; ver Melajim I; 21.
[5] Mesilat Yesharim, cap. 11; Rabí Moshé Jaim Luzzato.
[6] Pirké Abot 4:21.
[7] El Rab de Brisk.
[8] Ibn Ezrá.
[9] Mijtav MiEliahu, vol. 1, pág. 136.
[10] Pirké Abot 4:21.
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