PERASHAT YITRÓ
“¿Por qué estás sentado solo y todo el pueblo parado desde la mañana hasta la tarde?” (18:14). -
Mientras Moshé estaba en Egipto cumpliendo con la misión de sacar a Bené Israel de allí, envió a su esposa Tziporá y a sus dos hijos de regreso a Midián.[1] Los Hijos de Israel acamparon en el desierto. El suegro de Moshé, Itró, junto con su esposa y los hijos de Moshé, arribaron al campamento, en Refidim. Moshé los recibió afectuosamente y les relató todo lo que Hashem hizo por el Pueblo Judío. Itró reconoció a Hashem y le ofreció sacrificios.
Sucedió al día siguiente que se sentó Moshé a juzgar al pueblo, y se paró el pueblo junto a Moshé desde la mañana hasta el anochecer. Y vio el suegro de Moshé todo lo que éste hacía con el pueblo y dijo: “¿Qué es esto que haces con el pueblo? ¿Por qué tú te sientas solo y todo el pueblo está parado junto a ti desde la mañana al anochecer?”.[2]
Itró presenció una escena que le resultó más allá de toda lógica: Moshé estaba sentado y ante él la multitud esperaba de pie para que intercediera por ellos mediante sus plegarias y bendiciones, o para que resolviera todos sus litigios, o para que les enseñara o aclarara las leyes de la Torá. Itró le reprochó este proceder, pues tenerlos parados durante tanto tiempo se veía como una falta de respeto a la dignidad de la nación: No está bien lo que haces, le dijo; ciertamente te agotarás tú y también este pueblo que está junto a ti, pues es demasiada pesada para ti esta tarea. No podrás hacerla solo… “Lo que debes hacer es distinguir de entre todo el pueblo a hombres capaces, temerosos de Hashem, hombres veraces, que desprecien el provecho monetario, y los designarás líderes de millares, líderes de centenas, líderes de cincuentenas y líderes de decenas. Y juzgarán al pueblo en todo momento, y todos los asuntos importantes traerán a ti y todos los asuntos de menor importancia los juzgarán ellos, y así más fácil te resultará y ellos llevarán la carga junto a ti”.[3]
Pregunta Abarbanel: “El consejo de Itró era muy evidente. ¿Acaso Moshé no se dio cuenta de que su forma de recibir a la gente no era funcional? ¿Necesitaba que viniera su suegro a decírselo?”. La respuesta nos deja una gran enseñanza: La persona en general suele ser muy inteligente y capaz, pero hay veces que se enfrasca tanto en alguna cuestión que llega a perder la percepción de las opciones más simples y lógicas, como lo vemos aquí con Moshé: aunque poseía una inteligencia formidable, requirió de un extraño para poder percibir los problemas y las posibles soluciones que tenía. Moshé prestó atención a las palabras de su suegro y logró resolver la cuestión. El que escucha los consejos es sabio.[4] ¡Cuán bueno es que la persona tenga un buen amigo, un consejero a quien contarle sus asuntos, y que no se apoye en su propio entendimiento, pues Todos son mentirosos![5] Esto significa que incluso uno mismo puede llegar a engañarse al momento de tomar una decisión, porque generalmente se encuentra influenciado por sus sentimientos y anhelos más que por su intelecto, y no puede distinguir lo que es bueno o malo para él. Por esto el Rey Shelomó nos aconseja: Es mejor dos que uno.[6] Una persona terca y obstinada piensa que su camino es recto y no cree al que lo reprende, pues sostiene que es sabio y no pedirá consejos.[7] Hay quien no puede ver; éste es un ciego. Hay otro que tampoco quiere ver; éste es el necio…
Sin embargo, tomar consejo de gente errónea puede ser desastroso. ¿Acaso dejas tu dinero en manos de alguien que no conoces? ¿Aceptar consejos de cómo vivir tu vida no es más valioso que todo el dinero…?
Y así como es importante saber escuchar consejos, también es saber darlos. De hecho, es una de las obligaciones que todo yehudí tiene.[8] Es una de las mejores formas de dar: se puede dar un consejo tanto al grande como al chico; al sabio y al ignorante, al sano y al enfermo. Por otro lado, si uno da un mal consejo a una persona desprevenida, traspasa el mandamiento que dicta: Frente a un ciego no pondrás obstáculo.[9]
Cierta vez, los líderes de cierta comunidad se dirigieron a Rab Yehoshúa Leib Diskin para hacerle una consulta. Resulta que uno de los matarifes que trabajaban para ellos estaba haciendo algo que chocaba contra los ideales de la comunidad. Procuraron convencerlo de que cambiara su proceder, pero el hombre ponía oídos sordos a su petición. Preguntaron al Rab si podían revocar el contrato que habían celebrado con él. El Rab escuchó con detenimiento y les respondió: “Su alegato me parece puntual. Sin embargo, no sería sensato dejar al hombre sin su fuente de ingresos. Les sugiero que antes de despedirlo le encuentren otra ocupación y busquen cómo colocarlo en esa empresa, para que el sustento de su familia no se vea perjudicado, y entonces podrán rescindir el contrato celebrado con él”.
Los hombres regresaron a su comunidad y procedieron según el consejo del Rab. Encontraron una vacante apta para los conocimientos del matarife y lo citaron para realizar el trámite del despido. Cuando estuvo frente a ellos y escuchó la noticia, no quiso contestarles hasta que hablara con Rab Diskin. Ellos aceptaron la petición, pues el Rab mismo les había dicho qué debían hacer.
El Rab contestó al matarife: “No deberías dejar un empleo como el que tienes. La experiencia adquirida tiene un gran valor”. El hombre presentó su inconformidad y solicitó que lo dejaran en su empleo actual. Los dirigentes no podían creer lo que estaban escuchando. “¿A quién fuiste a consultar?”, le preguntaron. “A Rab Diskin”, contestó él. Ellos pensaron: “¡No puede ser! ¡Él nos dijo que lo despidiéramos y a él le dice que se quede…!”. Fueron de nuevo con el Rab y le solicitaron una explicación. Rab Yehoshúa Leib les respondió: “Ustedes me preguntaron qué era lo más conveniente para su comunidad y yo les aconsejé que lo despidieran, porque eso es lo mejor para ustedes. Él solicitó mi opinión acerca de lo que era mejor para él y yo procuré darle el mejor consejo. Si yo le hubiera dicho que dejara el empleo, sería un mal consejo para él y estaría yo trayendo sobre mí la condenación de: ‘Maldito el que haga errar a un ciego en el camino’.[10] Yo tenía que aconsejar lo mejor para él y fue lo que hice…”.[11]
Hay muchas formas de hablar, muchas formas de escuchar y muchas formas de entender. Lo importante es la forma en que respondemos y la forma en que reaccionamos… La sociedad moderna vive en una especie de pacto silencioso: “¡Que nadie moleste al otro! ¡Que cada uno decida qué hacer por su cuenta!”. En la Torá hallamos el concepto de que todo Israel es garante uno por el otro.[12] El Talmud dice: “Todo el que puede corregir a los integrantes de su familia, o a los integrantes de su ciudad, si sabe que sus palabras son escuchadas y no lo hace, será responsable de la transgresión como si él mismo la hubiera hecho. Lo mismo sucederá si podía corregir hechos que suceden en el mundo y no lo hizo”.[13]
Nuestro pacto mutuo consiste en cuidarnos uno al otro para no apartarnos del camino dictado por Hashem. Debemos trabajar mucho para aceptar el reproche y el consejo de los Jajamim, y no escuchar los consejos de los perversos. Que tengamos el mérito de corregir nuestras cualidades y hacer el bien a los ojos de Hashem, y de todos los que nos rodean...
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“Muchos son los pensamientos en el corazón del hombre, pero el consejo de Hashem se mantendrá”[14]
[1] Shemot 4:20.
[2] Shemot 18:14.
[3] Ídem 18:17-22.
[4] Mishlé 12:15.
[5] Tehilim 116:11.
[6] Kohélet 1:26.
[7] Ver Ibn Ezrá.
[8] Shaar Teshubá 3:54.
[9] Rashí a Vayikrá 19:14.
[10] Debarim 27:18.
[11] Sheal Abija Veyagedja 165.
[12] Shebuot 39a.
[13] Shabat 54a.
[14] Mishlé 19:21.
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