Yom Kipur
Un silencio total reinaba en la sinagoga; comenzaba Yom Kipur, cada uno aguardaba el momento en que el Baal Shem Tov, vestido con su túnica blanca (Kitl) y cubierto enteramente con su Talet iniciara el Kal Nidré. El Rabino denotaba una expresión de tristeza y angustia, pero nadie se atrevía a preguntar la razón de su agobio. Súbitamente, al empezar la oración de Arbit, una sonrisa iluminó el rostro del Baal Shem Tov y el alivio que sintió en aquel momento se propagó a todos, sin que nadie comprendiera lo que estaba sucediendo. Después que terminaron las Tefilot del santo día, el Baal Shem Tov relató a sus discípulos lo que había sucedido: “En una aldea cercana vivía un judío muy religioso y honorable: El propietario de su casa era un gentil que le tenía en gran estima. Un día, sin haber sufrido ninguna enfermedad, el judío murió repentinamente dejando desamparados a su mujer y un hijo pequeño. El fallecimiento de su marido afectó tanto a la mujer que le costó la vida a ella también. El casero, consideró un deber tomar a su cargo el huérfano y se ocupó de él considerándolo como su propio hijo. Los años pasaron y el niño ignoraba que aquel hombre no era su verdadero padre. Un día, varios niños jugaban en la calle, y comenzó una pelea entre ellos; en medio de su enojo un niño gritó al hijo adoptivo: "¡Tenías que ser judío!". El chico sorprendido corrió hacia su "padre" y llorando le preguntó si era verdad. “Mi querido hijo”, respondió con ternura, “sabes bien que te amo y te he tratado como mi hijo. Cuando muera, tú serás mi único heredero” decía afectivamente el hombre. “¿Es entonces verdad que soy judío?” preguntó el niño. “¿Porqué me lo ocultaste?, ¿Entonces… quiénes eran mis padres? ¡Necesito saberlo!” exigía sollozando. El hombre abrazó al joven con cariño y trató de consolarle: "Puedes estar orgulloso de tus padres, ellos eran muy buenos y temerosos de Di-s. Tu padre era muy buen amigo mío, por lo cual consideré un deber adoptarte. Como yo no tengo hijos propios, a ti te considero y te quiero como un hijo verdadero”. El hombre continuó relatando todo lo que el conocía acerca de sus padres, finalmente agregó: "Como eran humildes, no dejaron nada fuera de un pequeño paquete que, considero oportuno el momento para hacerte entrega". Le trajo el paquete, mientras lo abría, sus manos temblaban y su corazón latía fuertemente. El paquete contenía una bolsa de terciopelo con letras bordadas. En su interior había un velo de lana con flecos en las extremidades y un bolso pequeño que contenía dos cajitas negras con tiras de cuero y un libro. Ignoraba que se trataba del Talet, los Tefilín y el Sidur de Tefilá de su padre. No tenía idea del uso que se les daba a estos objetos, pero conservaría estos objetos en recuerdo de sus padres que nunca conoció. Desde ese día soñaba cada noche con sus padres, que le decían que debía retornar a su pueblo. Ciertamente amaba a su padre adoptivo y le estaba muy agradecido, pero al mismo tiempo consideraba como un deber sagrado el tomar contacto con sus hermanos judíos. El sabía que en la cercanía había una aldea donde vivían judíos. Un día, aprovechando que el “padre” había salido en viaje de negocios, el joven, escapó de madrugada. A su llegada, encontró a un pequeño grupo de judíos que se disponían a subir con sus bultos a sus carruajes. Se acercó a ellos y les preguntó a donde se dirigían: “Vamos a celebrar nuestra fiesta de Kipur y viajamos a la ciudad más cercana a fin de poder rezar en la sinagoga con otros judíos”. El joven regresó pensativo a su casa: “¿Qué significado tenían los objetos que había recibido de sus padres? ¿Qué simboliza Kipur?” Pasó varias horas pensando, hasta que tomó con determinación el bolso que sus padres le habían dejado, así como un poco de comida. Escribió una nota a su “padre adoptivo” agradeciendo todo lo que había hecho por él y se encaminó hacia la aldea de los judíos. Allí preguntó cuál era la forma más rápida de llegar a la ciudad en donde todos se congregaban para celebrar Kipur. Después de varios días de viaje, finalmente arribó a la ciudad justo en el momento del Kal Nidré. El joven se ubicó en un rincón cerca de la entrada. Se estremeció ante la escena de que fue testigo: todos los asistentes estaban cubiertos con sus mantos, concentrados en sus rezos, muchos con lágrimas en sus ojos. El joven no pudo contener su emoción. Sacó su Talet blanco y se cubrió con él. Tomó en sus manos el libro de Tefilá y lo abrió. Entonces estalló en llantos y clamó: "¡Oh Hashem!, no puedo ni leer, no entiendo lo que significan estas letras, ni lo que están haciendo mis hermanos judíos. Soy un pobre judío perdido. ¡Dáme la posibilidad de rezar y retornar al Pueblo al que pertenezco!” La desesperación del joven llegó hasta las alturas y las puertas del Cielo se abrieron para recibir su oración.
El Baal Shem Tov concluyó relatando a sus discípulos que en el momento en el que se encontraban en la Tefilá de Arbit, mientras el joven dirigía su plegaria, las puertas del Cielo se abrieron y todas las Tefilot del Am Israel entraron y fueron escuchadas una por una por el Todopoderoso. Todo Yehudí es querido por Hashem, y no necesita emisario para dirigirse a Él. El que abre su corazón sincero, su Tefilá es escuchada [1] Rogamos al Todopoderoso que todas las Tefilot sean escuchadas para el bien y que Hashem con su misericordia haga retornar todas las almas perdidas de Israel.©Musarito semanal
“Rabí Leví dijo: ‘Tan grande es el arrepentimiento sincero, que llega hasta el trono del Todopoderoso’”.[2]
[1] Adaptado de Maase Abot "Relatos Jasídicos"
[2] Yomá 86a
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