Yom Kipur
“Porque en este día, Él proveerá expiación para que te purifiques”. 16:30
Transcurrieron los días de Elul, recitamos Selijot, rezamos fervientemente en Rosh Hashaná, escuchamos la profunda voz del Shofar, despertamos nuestros corazones, recitamos el texto del Tashlij y arrojamos nuestros pecados a las aguas. ¿Qué sigue? ¿Qué espera Hashem de nosotros?
Un humilde campesino que tenía grandes deudas, miraba hacia el horizonte y soñaba despierto: “Si toda esta tierra fuera mía…”. Entró al Bet Hakneset y recitó con fervor sus plegarias, cuando terminó el servicio, se acercó al Hejal y comenzó a llorar amargamente, recitaba algunos salmos mientras imploraba al Todopoderoso: “¡Hashem, si me concedieras una porción de esta maravillosa tierra, trabajaría arduamente, le daría lo mejor de mí a toda mi querida familia, sería el hombre más dichoso del mundo!”. El poritz, que era el dueño de prácticamente todo aquel territorio, pasaba casualmente por allí y escucho los sollozos, se acercó a la ventana y vio al judío llorando angustiosamente en las puertas del Hejal. El poritz entendía las palabras del campesino, debido a que el frecuentaba a los judíos. Se acercó y le dijo: “En verdad tus plegarias me conmovieron. ¿Qué es lo que te causa semejante ansiedad? Cuéntame tu problema, tal vez puedo ayudarte”. Entonces el hombre se desahogó delante del terrateniente, le trajo a detalle cada una de sus contrariedades. Cuando terminó el duque suspiro y le dijo: “¡Sabes, tu problema no es tan grave! Ven, tengo para ti una solución”. El Yehudí exclamó: “¿De verdad? ¿Y… qué tengo que hacer? ¿Cuál es la propuesta?”. “Muy sencillo”, dijo “te haré el siguiente ofrecimiento. Quiero que mañana te presentes a primera hora en la puerta de mi palacio. Te haré una señal y a partir de ese momento podrás caminar por todas mis tierras. Todo lugar por donde pasen tus pies, será tuyo. La única condición que te pongo es que antes de que se ponga el sol, deberás estar parado en el mismo punto donde partiste, de lo contrario no obtendrás nada”. El Yehudí no podía creerlo; ¡Por fin se terminarían sus problemas, era la oportunidad de su vida! Agradeció al Poritz y corrió a su casa a dar la excelente noticia.
Al día siguiente, no amanecía aun y el Yehudí estaba parado en la puerta del palacio. Cuando despuntó el sol, apareció el poritz y le dio la señal de partida. El Yehudí salió disparado, ni siquiera se despidió de su familia que había ido a darle ánimos. El hombre comenzó a acelerar el paso, al principio su esposa e hijos lo seguían, iba tan rápido que no podían alcanzarlo y le gritaban: “¡No tan de prisa! ¡Tienes todo el día por delante! Déjanos acompañarte” decían los hijos. El hombre pensaba: “¿Acaso no se dan cuenta que cada paso que doy representa medio metro más de tierra? Ahora no puedo hacerles caso, mañana seré un hombre rico y les daré todo lo que me pidan”. Siguió avanzando y se encontró con su vecino. El hombre intentó atajarlo y le dijo: “Podrías ayudarme, estoy pasando por una mala situación”. Sin detener su carrera le respondió: “Mira, me encantaría ayudarte, tienes que discúlpame, ahora no puedo detenerme, te veré mañana y te aseguro a que tus problemas se terminarán”. Ya había transcurrido la mitad del tiempo, se sentía agotado, “no es tiempo de pensar en el cansancio, mañana tendré mucho tiempo para descansar”, pensaba mientras seguía moviendo las piernas. Pasaba por una sinagoga y uno de los integrantes salió al verlo y le dijo: “Es hora de Minjá, por favor completa el Minián, somos nueve y adentro hay una persona que necesita decir Kadish, luego continuas tu camino”. Casi sin aliento, le hizo un ademan con la mano dándole a entender que buscara a otra persona. “Mañana que sea inmensamente rico, construiré un gran Bet Hakneset y será el orgullo de toda esta ciudad, ahora solo debo seguir adelante.
El sol avanzaba, se acercaba al punto de partida. El terrible ayuno, el sol agotador, hacían que las piernas le pesaran, se sentía mareado. ¡Vamos, unos pasos más, ya falta poco! Estaba decidido a obtener toda esa tierra que tanto trabajo le había costado… Unos metros más, un poco más. El sol tocaba las copas de los árboles, el punto de partida, ya estaba cerca, pero se veía tan borroso, tan lejano, sólo unos pasos más, siente que todo da vueltas y cae al suelo… El poritz lo observa y sonríe sínicamente, le llama a sus peones y ordena: “Tomen unas palas y llévenlo al cementerio de los judíos. Caven una tumba y arrójenlo allí. Esta es toda la tierra que en verdad necesitaba”.
Una triste historia sin duda, sin embargo hay algo que debe dolernos más. ¿Cuánta gente vive hoy de esta manera? Corriendo de un lado al otro, tratando de alcanzar ideales generalmente inalcanzables o pagando un alto precio para obtenerlo. En Rosh Hashaná hacemos un balance de donde invertimos lo más valioso que poseemos, nuestro tiempo. ¿Cuántas veces nos sentamos en este año a escuchar y a atender las necesidades particulares de cada uno de nuestros hijos? ¿Cuántas veces visitamos y asistimos a nuestros padres? ¿Cuántas personas recibieron nuestra ayuda? ¿Cuánto tiempo dedicamos a enriquecer nuestro espíritu estudiando Torá para aplicar estos conocimientos a nuestra forma de vivir? ¿Cuántas veces en este año dedicamos algunos momentos para reflexionar y a planear el rumbo de nuestra existencia?
Corremos desenfrenadamente por la vida, tratando de obtener bienes que van a durarnos con mucha suerte algunas décadas y nada más… ¡Nadie se lleva nada de esto al otro Mundo! Es lastimoso decirlo, pero pagamos para adquirir los placeres de este mundo con lo más preciado que tenemos: el tiempo y la salud. Sacrificamos a los miembros de nuestra familia. Hacemos a un lado la vida eterna a cambio de un “gusto” fugaz. Y al final ¿quién acaba disfrutando de todo ese sacrificio? ¿Los médicos? ¿Los dueños del asilo? No tomemos la decisión de retomar el control de nuestra vida cuando ya es demasiado tarde…
Llega Elul, Hashem nos hace aminorar la carrera. Rosh Hashaná un relámpago centellante ¡Detente! Reflexiona, ¿hacia dónde te diriges? ¡Deja de correr en la oscuridad! Hashem envía un fuerte destello de luz que ilumina tu camino y te permite percibir que en realidad nada te pertenece, tú no haces nada para obtener lo que posees. De Hashem depende tu vida, tu salud, tu prosperidad. Quedan solamente pocos días para mostrar que hemos cambiado, después de recapacitar y hacer conciencia de cuantas oportunidades dejamos sin atender en el camino. Llega Yom Kipur, trae el arrepentimiento y con él la señal de esperanza, Hashem nos da la oportunidad de corregir el rumbo de nuestras vidas. El cambio que resolvimos darle a nuestra existencia, los buenos propósitos que planeamos van a ser la mejor defensa contra los fiscales que nos acusaron el día del juicio. Hashem es un Padre piadoso y desea que seamos judíos dignos y ejemplares, respetuosos de las leyes de la Torá. Sigue Sucot, la reunión familiar. Hashem nos concede siete hermosos días para que los dediquemos a convivir con nuestros seres queridos y nos percatemos de lo maravilloso que es convivir en paz y armonía debajo del techo de una Sucá. Cerramos el ciclo con Sheminí Hatzeret y es cuando concluimos con la idea y convicción que la Torá es lo máximo, bailamos y nos regocijamos con ella, hacemos el compromiso de estudiarla y cumplir todos sus estatutos y entonces podremos caminar por la vida plenos y felices.
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“La vida es el regalo que Hashem te hace. La forma en que vivas tu vida es el regalo que haces a Él”.
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