Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)

 

 

El amor, desde la perspectiva judía, se basa en el entendimiento y la apreciación de las virtudes de la otra persona. El amor no es el producto de una casualidad, una convicción, un principio o una pasión. Para el judaísmo, el amor es una obligación, un deber, una responsabilidad. Un requisito… ¿Acaso se puede forzar una emoción? Esta idea parecería absurda, exigir que alguien “sienta” algo pareciera ser completamente contrario a lo que son los sentimientos. Sin embargo, encontramos que sí es posible. Y el mejor ejemplo que podemos encontrar en la naturaleza es el amor que expresa una madre hacia sus hijos. ¿Acaso alguna madre es capaz de abandonar a su hijo en la mitad de la noche porque no la deja dormir? El amor a los hijos no es una eventualidad. Es una responsabilidad que aceptamos desde el momento en que ellos nacen. Como padres aceptamos la obligación de amarlos a pesar de las incomodidades.

 

 

El quinto portón: el amor.

Shá'ar Haahabá, (continuación…)

 

 

En el versículo anterior tratamos la parte negativa de algunos tipos de amor. El Orjot Tzadikim plantea la forma de ponerse a salvo de la trampa de todos ellos. El hombre requiere de mucha sabiduría y audacia para no quedar atrapado en las perversiones que rodean su corazón, y si bien consigue extirpar uno o dos de ellos, los demás lo seguirán conduciendo de la luz a la oscuridad.

 

La forma positiva, según la ética judía, de manifestar el amor por los hijos sería formarlos desde que nacen en la senda de dos valores fundamentales que resalta la Torá: la justicia y la verdad. Enseñarles cómo realizar el servicio Divino, como está escrito: …un padre a sus hijos hará saber Tu verdad.[1]Y así fue dicho sobre Abraham Abinu: Pues lo conozco a él que ordenará a sus hijos y a su casa tras él, cuidar el camino del Creador y hacer caridad y justicia.[2]

 

Nuestra Torá nos enseña a amar el dinero propio para así evitar codiciar el de otros. De esta manera, en la carrera diaria para subsistir, no pasa por su mente la idea de robar, asaltar o aceptar dádivas. Por el contrario, deberá guardar el dinero para el sustento propio y también ayudar al sustento de los demás como vestir al pobre, darle de comer; y también para contribuir con los estudiosos de la Torá y son temerosos de D-os. Asimismo, su fortuna personal deberá ayudarlo para apartarse de las absorbentes ocupaciones mundanas y fijarse a sí mismo horarios para el estudio de la Torá y el cumplimiento de sus preceptos. La Torá sugiere al hombre, adquirir con su fortuna el Mundo Venidero, que es eterno.

 

El amor hacia su mujer contener dos conceptos básicos, que ella es quien lo salva del pecado y lo aleja del adulterio y ella es, también, quien le permite cumplir el precepto de la procreación. Finalmente, no se puede olvidar que ella es su socia en el servicio al Creador, pues educa a sus hijos,[3] ejecuta las labores hogareñas fundamentales, lo que permitirá a su esposo disponer del tiempo y de un hogar propicio para instruirse en la Torá y cumplir sus Mitzvot, que es el objetivo primordial de la existencia.

 

¿Qué nos recomienda la Torá acerca del amor hacia los padres? Vivir agradecidos a ellos por los grandes esfuerzos invertidos en los cuidados, mantenimiento y educación de sus hijos. Sólo esto sería suficiente para encender en el espíritu del hombre el sentimiento de gratitud y transformarlo en profundo amor. Y con más razón cuando son ellos los encargados de encender en el alma de sus hijos la llama del amor por la Torá y sus mandamientos.

 

También el hombre se beneficia de sus hermanos y demás parientes. Por ende, debe amarlos por los esfuerzos que ellos realizan para que este hombre adquiera cualidades positivas y escale a altos niveles espirituales en el servicio al Creador. Igualmente hay que amar a los amigos y al resto del pueblo de Israel, con amor íntegro y cumplir con lo que la Torá establece: Y amarás a tu prójimo como a ti mismo.[4] Este amor incluye brindar apoyo emocional y monetario en favor de hermanos, parientes y amigos, según se lo permitan sus medios.

 

El amor a la vida debe entenderse de un modo práctico como ser cuidar la vida y no embriagarse con los placeres que la misma muestra. Hay que saber que el hombre tiene la obligación de fijar su intención y dedicar todas sus acciones únicamente para conocer al Eterno.[5] Esencialmente evitar los excesos e invertir su tiempo para adquirir temor y amor puro a Él, consiguiendo méritos espirituales y llevarlos al Mundo Venidero.

 

El alma de cada ser humano está cargada de amor, y dicho amor está vinculado con la alegría, y está alegría ahuyenta a los placeres y deleites del mundo que acechan al corazón y al cuerpo. Y todos los placeres del mundo pierden valor al ser comparados con la alegría exuberante que hay en el amor por el Eterno.

 

 

Haciendo una introspección

 

¿Amor o temor? ¿Cuál es el mejor camino para acercarse al Creador?

 

Cierto día, un poderoso rey emprende un largo viaje a tierras lejanas. Uno de sus siervos amaba y temía al rey. Quiso mostrar su aprecio utilizando su tiempo libre para plantar jardines y huertos con toda clase de frutos para agraciar al monarca a su regreso. Había otro sirviente que temía al rey, pero éste aprovechó la ausencia del rey para tumbarse a descansar en los mullidos sillones del palacio. El tiempo transcurrió y el rey volvió unos días antes de la fecha fijada de su viaje. Al llegar al palacio mostró una gran satisfacción al ver los bellos jardines y huertos que había sembrado su fiel esclavo, olió y degustó los admirables frutos. El rey agradeció complacido reconociendo el esfuerzo y el amor que le había invertido su siervo. Este rebosaba de alegría al comprobar el placer que le había causado a su rey.

 

Al traspasar el umbral del palacio encontró al otro siervo tumbado en uno de los sillones donde solamente se sentaba el rey. El siervo despertó y al ver a su amo, se estremeció y saltó del sillón, pero, para su desgracia, era demasiado tarde… ante la mirada despectiva que dirigió el rey hacia él se dio cuenta el siervo de las temibles consecuencias que le esperaban.[6]

 

 El amor crea inspiración, cercanía, admiración y disposición. Pero hace falta también el temor al Cielo ya que es lo que crea el compromiso, la obediencia y la perseverancia. Esto se compara a un ave que quiere emprender el vuelo; si utiliza una sola ala jamás logrará separarse del suelo; así debe ser el servicio al Eterno, no puede basarse en un solo tipo de sentimiento. Al decir temor, no nos referimos al miedo al castigo, es el temor de fallarle, el de provocar una separación y este temor también puede traducirse como una forma de amor. Es así, cuando se funden ambos sentimientos de amor y temor reverente y se llega al nivel espiritual más elevado que puede alcanzar un ser humano. El amor nos acerca al cumplimiento de los preceptos positivos y el temor reverente nos mantiene alejados de las prohibiciones. ©Musarito semanal

 

 

“Todo el anhelo del hombre será dar satisfacción a su Creador, y esta es la recompensa de la observancia de las Mitzvot”.[7]

 

 

 

 

 

 

[1] Yesha'hayá 38:19.

 

[2] Bereshit 18:19.

 

[3] Ver Yebamot 63a.

 

[4] Vayikrá 19:18.

 

[5] Ver Pirké Abot 2:12.

 

[6] Midrash Taná Debé Eliyahu.

 

[7] Pele Yoetz; Segulá.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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