Aprecia los milagros que Hashem hace para ti.
“Habla a los Hijos de Israel y toma de ellos una vara por cada casa paterna ”. 17:17.
Después de que la tierra tragó a Kóraj, Datán y Avirám, se demostró que Moshé era el elegido por Hashem para conducir al Pueblo. Después que los doscientos cincuenta hombres que quisieron disputar la posición de Aharón fueron quemados vivos, se confirmó que Hashem lo había elegido a él.[1] No obstante, algunas personas continuaron insistiendo que Moshé no debería haber descalificado a los primogénitos de realizar la Abodá (el Servicio), ellos demandaban que todas las tribus debían desempeñar una función en el Mishkán (Tabenáculo).[2] Esta vez, Hashem realizó un milagro que demostró, sin lugar a dudas, que la Tribu de Leví era quien debía realizar el Servicio y Aarón debía desempeñarse como Cohén Gadol: Entonces ordenó Hashem a Moshé: Habla a los Hijos de Israel y toma de ellos un cayado por cada casa paterna, de todos sus jefes según sus casas paternas, doce cayados; y en cada uno graba su nombre. Y el nombre de Aharón graba en el cayado de Leví. Y los pondrás en el Ohel Moéd (Tienda de Reunión). Y sucederá que el hombre al cual Yo elija, su cayado florecerá.[3]
A fin de impedir posibles reclamos de que una vara contenía más humedad que el resto, y por consiguiente ella floreció, Moshé cortó doce varas idénticas de un gran leño.[4] Ordenó a cada Nasí (jefe de tribu) marcar su nombre sobre la suya. Moshé colocó las varas en el Ohel Moed, con la de Aarón en el centro, de modo que nadie afirmara que había brotado porque lo había apoyado próximo a la Shejiná (Divinidad).[5] A la mañana siguiente, Moshé entró al Mishkán y vio que la vara de Aarón había florecido, tenía hojas, capullos, y almendras. Cuando todos la vieron, quedaron convencidos de que la profecía de Moshé era cierta en todos los detalles. Esa vara nunca se marchitó; su tallo, capullos, y almendras permanecieron frescas. Hashem ordenó a Moshé colocarla cerca del Arón (Arca)[6] como un testimonio para generaciones futuras de que la Tribu de Leví fue elegida para desempeñar la Kehuná y la Leviá para siempre. Los reyes judíos fueron encargados de preservar la vara. Antes de la destrucción del primer Bet HaMikdash, el rey Yoshiahu la ocultó junto con otros objetos testimoniales[7] y otras vasijas.[8]
Cuando Hashem realiza un milagro en el mundo, es porque quiere dar un mensaje a una o varias personas. Hashem quiso enseñarle al Pueblo que: Así como un trozo de madera, desprovisto de toda vitalidad y sin humedad, cambió su naturaleza y floreció. Así todo aquel que posea la cualidad de la modestia y se anule como esa vara seca, tendrá el mérito de que Hashem esté a su lado. La tribu de Leví no poseía ninguna porción de Tierra, toda su esencia era acompañar y servir a Hashem con subyugación, tuvo el mérito de que su vara floreciera.
Si Hashem ya está haciendo el milagro que de una vara salgan frutos, ¿Por qué eligió algo que brota con rapidez y no utilizó algo más llamativo? La respuesta es: Así como las almendras crecen rápidamente, así también la tribu de Leví sirve a Hashem con diligencia, entusiasmo y constante dedicación.[9] Además, Hashem quiso advertir que cualquiera que ose usurpar los derechos de los Cohanim será instantáneamente castigado.
La lección que podemos extraer de este episodio es: Los milagros no son exclusivos para los grandes Jajamin (sabios) o para personas especiales, cualquiera es susceptible de recibir o presenciar alguno. Hashem es el Creador y Ejecutor tanto de las grandes maravillas como también de las cosas más ínfimas; de las cotidianas y de las inusuales. Él decide el destino y porvenir de cada persona. Él está en todos lados, aún donde no advertimos Su Presencia. Él interactúa hasta en las cosas más insignificantes e íntimas que le ocurren a cada persona. Es muy sencillo encontrar, observar y palpar Su Grandeza, Su Omnipotencia y el control que tiene sobre cada cosa en particular.
Cuentan que después de una guerra, hubo un gran despertar de fe en Hashem por los grandes milagros que ocurrieron en Israel, hasta el punto que incluso las personas más alejadas estaban dispuestas a escuchar a un Rab. En una de esas oportunidades, invitaron a Rab Shalom Shavadron, el “Maguid de Yerushalaim”, el cual tenía la facilidad de hacer llorar y en un instante hacer reír al público. Subió al estrado y comenzó a relatar la siguiente historia:
“Un fotógrafo de prensa se encontró con un dilema muy grande, le habían ofrecido ir al frente de batalla y tomar fotos para los medios de comunicación a cambio de una gran cantidad de dinero; por un lado estaba tentado por el capital, además de la fama que obtendría si lograba obtener unas buenas imágenes, sin embargo, su vida corría peligro, ¿qué sería de su familia si a él le pasaba algo malo…? Los recursos en tiempos de guerra escasean y por ende encarecen los productos; el abasto familiar se estaba volviendo cada vez más difícil, así que decidió tomar el riesgo. Logró llegar hasta el frente de la batalla, tomo todo tipo de fotos y al volver sano y salvo, todos sus familiares y amigos lo recibieron para ver junto con él las maravillosas fotografías que había conseguido. En el momento en que fue a abrir la cámara para sacar el rollo y revelarlo, se dio cuenta que ¡No tenía rollo…! ¿Podríamos imaginar su reacción? ¡Expuso su vida y el final fue como si no hubiese ido!”.
Rav Shavadron concluyó diciendo: “Parece una historia inverosímil ¿verdad? Sin embargo, siento decirles que en ocasiones nos sucede lo que aquel fotógrafo”. Mientras señalaba a algunos de los oyentes les preguntaba: “¿Cuántos milagros de Hashem ves cada día? ¿Te has fijado que perfección y armonía existe en la naturaleza? Queridos hermanos, cuánto más consientes seamos de lo que nos sucede, la percepción de la Supervisión Divina será plena. Haber vivido sin esta conciencia, sería como abrir la cámara y descubrir con tristeza que, ¡olvidamos el rollo! Conservar en la mente las maravillas que hizo, hace y hará Hashem, es como tener impresas y frente a nosotros todas esas increíbles imágenes. Quiera Hashem que siempre salgamos con nuestra cámara de fotos con su rollo y captemos todas aquellas situaciones en las cuales veamos los milagros y la Supervisión Divina, y de esa manera ese despertar que tengamos en las diferentes ocasiones perdurará por siempre.
Un transeúnte cruzaba distraídamente por una calle, no notó que un auto iba hacia él a gran velocidad. El conductor al verlo en el camino, trató de esquivarlo y al virar el volante perdió el control, el automóvil se derrapó y comenzó a girar, volcándose de un lado al otro. Lamentablemente los dos pasajeros murieron en el acto y el peatón salió ileso, sin siquiera un rasguño. ¿Cuántos de nosotros caminamos por las calles y volvemos en paz a nuestro hogar? ¿Acaso esto no es también un milagro? Que puedas ver, leer y entender las letras de este escrito; que puedas escuchar, incluso hasta el poder respirar, ¡Todo es un milagro!
Reflexionemos, veamos los pequeños y grandes milagros que Hashem, con su infinita Piedad nos hace a cada momento; seamos agradecidos por cada segundo de nuestra vida, no demos por hecho todo lo que consideramos común y cotidiano. Esta actitud despertará en nosotros el cumplir con amor todas las Mitzvot y entre ellas el decreto de estudiar Torá. © Musarito semanal
“Grandiosas son las obras del Eterno, requeridas por todos los que las aprecian”.[10]
[1] Bemidbar 17:31-35.
[2] Ver Bemidbar 18:23.
[3] Bemidbar 17:16-20.
[4] Bemidbar Rabá 18:23.
[5] Rashí 17:21
[6] Bemidbar 17:25
[7] Conteniendo el Man, ver Shemot 16:33-34.
[8] Yomá 52b.
[9] Rab Hirsch.
[10] Tehilim 111:2.