Persevera y Nunca te rindas
“Y ahora, si escuchan diligentemente Mi voz y guardan Mi pacto, serán para Mí un tesoro entre todas las naciones, pues Mía es toda la Tierra.
Ustedes serán para Mí un reino de Cohanim y un Pueblo Santo” (19:5-6).
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Hashem dice a Am Israel: Ustedes vieron cómo castigué a los egipcios. Ellos ya estaban condenados por su derramamiento de sangre, adoración de ídolos e inmoralidad. Sin embargo, decidí terminar con Mi piedad cuando vi que los esclavizaron con dureza y que los hacían sufrir. Ustedes fueron testigos de cómo los protegí, así como las águilas cuidan a sus crías, atajé con Nubes de Gloria las flechas de los egipcios mientras los perseguían delante del Yam Suf. (Las aves transportan a sus pichones entre sus patas y las águilas los llevan sobre la espalda. A lo único que temen es al hombre y prefieren ser atravesadas por sus flechas antes que exponer a sus crías.) Ahora los traje al Monte Sinaí para que me sirvan. Si aceptan ser mis siervos por siempre, entonces están listos para recibir la Torá y convertirse en Mi Pueblo Elegido. Ustedes serán para Mí un Reino de Cohanim y una Nación Santa.
¿Qué sucedió para que a un pueblo sometido durante más de doscientos años en un país que simbolizaba la inmoralidad y el paganismo, una nación que recién se había liberado de sus opresores, de pronto se le presente Hashem y le diga: “A partir de hoy te elevaré al nivel de Reino de Cohanim y Nación Santa”?
Todo fue por el mérito de haber aceptado incondicionalmente la Torá: Haremos y escucharemos.[1]
¿Cómo fue que llegamos a tomar esa “precipitada” decisión?
Rashí nos aclara la cuestión. Él cita el Mejiltá (Midrash, enseñanzas morales y filosóficas de la Torá) en el versículo de referencia, diciendo que Hashem nos está aconsejando: “Si ahora aceptan la Torá sobre ustedes, ella les será placentera. Al principio no va a serles fácil comprenderla y cumplirla, pero aun así deben aceptarla. Más adelante verán lo dulce que es”. Hashem quiso decirnos: “Deben saber que todos los comienzos son difíciles”. Cuando tratas de cumplir toda la Torá, puedes llegar a sentirse desalentado al verte tropezando con dificultades, y pasar de estar entusiasmado a sentirte desilusionado. Puede que te digas: “Las cosas son tan difíciles que jamás lo lograré. Nunca llegaré a ningún lado, de modo que haré bien en renunciar ahora”. Aquí es donde debes tener el coraje y la decisión de seguir adelante. Ese desaliento es sólo un sentimiento momentáneo; si antes de comenzar un proyecto estás predispuesto a soportar las dificultades, cuando éstas lleguen no te desalentarán.
Recuerda siempre: no hay nada que se anteponga a la voluntad de la persona. El único obstáculo para no llegar a donde quieres eres tú mismo. El único camino para llegar consistentemente a tu meta es la perseverancia. El hombre cuya alma anhela hacer la voluntad de su Creador no se demorará en la realización de sus mitzvot. Sus movimientos serán tan raudos como los del fuego y no descansará hasta que la acción sea llevada a cabo.[2]
Hay una regla que dicta: cuando un individuo no encuentra interés en algo, ese algo se transforma en imposible aunque la realidad diga lo contrario. Y la misma regla dice: cuando el individuo tiene interés por alcanzar un objetivo, es casi seguro que lo logrará. Saldrán de su interior fuerzas increíbles y conseguirá aquello que, conforme a la lógica, no tenía ninguna posibilidad.
Una mujer viuda se dirigió a Elishá HaNabí para que la ayudara. Ella tenía que hacer frente a grandes deudas que su esposo había contraído. Durante varios años, él resguardó a cientos de profetas después de que la reina Izebel los amenazó de muerte y se ocupó de proporcionarles todo lo necesario para su manutención. La pobre viuda contó que sus acreedores demandaban su pago y ella no tenía con qué pagarles. Su pobreza era extrema. Elishá preguntó a la mujer: “¿Qué tienes en tu casa?”. Ella le contestó: “Lo único que me queda es una jarra de aceite”. El profeta le ordenó: “Ve a tu casa y pide a tus vecinos todos los recipientes que puedas conseguir; no importa la forma o el tamaño que tengan. Luego vierte en ellos el aceite que tengas dentro de tu casa. Mientras no se terminen los recipientes, el aceite no parará de fluir”. La mujer viuda hizo lo que dijo el profeta y milagrosamente todos los recipientes se llenaron de aceite. Cuando se acabaron los recipientes, el aceite dejó de fluir. En ese tiempo, el aceite tenía un alto valor en el mercado. Al venderlo, consiguió liquidar todas sus deudas, y con lo que sobró pudo mantener a sus hijos hasta el final de sus días.[3]
He aquí el consejo de Elishá: no importa cuán difícil veas el desafío que tienes frente a ti; mientras consideres que tu objetivo original es valioso, mientras no desistas y continúes intentando, “llenando tu recipiente” (es decir, colmando tu alma de Torá), la berajá no se apartará de ti. El Rab de Karín dijo: “Donde hay un intento de establecer el carácter judío, habrá montañas de obstáculos”. Observar los mandamientos de la Torá no es fácil. Nunca fue destinado a ser fácil. El hombre debe lograr su recompensa última con duro trabajo. Cumplir con la Voluntad de Hashem implica saber guardar la compostura y vencer los deseos y las tentaciones. Am Israel acampó frente al Monte Sinaí. Hashem quería mostrarnos con ello que el hombre debe invertir esfuerzo para ascender a la Torá.
El Talmud nos dice que Sinaí era la montaña más baja. Esto también tiene un significado: mientras cumplir la Voluntad de Hashem puede requerir de mucho esfuerzo y perseverancia, este ascenso, aunque representa una dificultad, implica que llegar a la cima está al alcance de cualquier persona. ¡Todos podemos hacerlo! ¡Simplemente debemos invertir el esfuerzo necesario![4] Ese es el único modo en que alguien triunfa.
Está escrito que la Torá es “dulce como la miel” para aquel que se dedica a ella. El que tiene este privilegio sentirá ese rico sabor y jamás se cansará de estudiarla. Si tu estudio no te sabe dulce, entonces significa que el “no quiero” está provocando el “no puedo”. Las grandes almas tienen voluntad; las débiles solo deseos… Necesitamos implorar a Hashem que la Torá que estudiamos sea dulce a nuestro paladar. Por eso cada mañana recitamos en el Modé Aní: “¡Por favor! Haz que nos resulten agradables las palabras de Tu boca en nuestras bocas. Y por consiguiente, lo serán en las bocas de nuestros descendientes, y en la de los descendientes de nuestros descendientes, y en la boca de todos los integrantes de Am Israel, Tu Pueblo…”. La recompensa de cada mitzvá se otorga por la voluntad de realizarla, porque llegar a cumplirla no está en manos de la persona.[5]©Musarito semanal
“No es posible alcanzar la verdadera iluminación intelectual de la Torá sino por medio del estudio metódico e infatigable, que lleva a saborear la dulzura y el néctar del saber.”[6]
[1] Shemot 24:7.
[2] Mesilat Yesharim, Cap. 6.
[3] Melajim II, 4:1-7.
[4] Viviendo cada día, pág. 239, Rab Abraham J. Twerski.
[5] Rab Jaim de Tzantz.
[6] Jazón Ish.
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