La Torá es lo más valioso que existe

 

 

“Hashem habló a Moshé en el desierto de Sinaí” (1:1).

 

 

 

La Perashá que leemos esta semana invariablemente coincide con la fiesta de Shabuot. ¿Cuál es la relación entre la Perashá y la fiesta de la entrega de la Torá? El primer versículo insinúa el concepto: en el desierto. Esto nos enseña que la Torá solamente puede ser alcanzada por una persona que se vuelve ella misma similar a un desierto.[1] El desierto simboliza desolación física, un lugar donde no hay comodidades. El hombre que desea adquirir la Torá debe ser humilde, debe estar dispuesto a renunciar a todos sus deseos terrenales y estar siempre sediento de beber la vital sabiduría que se encuentra en la Torá. Está escrito: Este es el camino de la Torá: pan con sal comerás, agua con medida beberás, sobre el piso dormirás y una vida de sufrimientos vivirás, y en la Torá te ocuparás. Pues la Torá te dará dicha en este mundo y dicha en el Mundo Venidero.[2]

 

¿Significa entonces que la Torá y la vida de lujos son incompatibles?

 

La Guemará dice que desde el tiempo de Moshé no hubo una persona rica que sobresaliera en Torá hasta Rabí Yehudá HaNasí, y no se repitió sino hasta doscientos años después con Rab Ashe.[3] A pesar de que estos grandes Jajamim eran extremadamente ricos, no fueron en lo más mínimo indiferentes en cuanto al estudio de la Torá y al cumplimiento de mitzvot. Antes de morir, Rabí Yehudá HaNasí levantó sus manos al cielo y dijo: “¡Patrón del mundo! Es sabido delante de Ti que todos mis diez dedos se esforzaron en Torá, y no participé de este mundo terrenal ni siquiera con mi dedo más pequeño”.[4] El cuerpo físico y el alma, que son tan incompatibles como el fuego y el agua, tienen que convivir juntos. Está claro que, aun cuando se encuentran fusionados, debido a su naturaleza uno tiende a disminuir a la otra. La cita del Pirké Abot indica que la Torá solamente puede ser adquirida si uno subsiste con lo mínimo y no se entrega a placeres físicos innecesarios.

 

El dinero no es una parte esencial de la vida. Sin embargo, el conocimiento de Torá que vamos adquiriendo nos eleva. ¿Cuántas veces vemos que gente rica recibe honor? Esto es efímero y transitorio, porque no es la persona misma a quien están honrando, sino a su dinero. El verdadero honor es sólo el eterno, el que uno recibe por estudiar Torá.

 

Otra de las características del desierto es que se trata de un lugar estéril, donde los esfuerzos del hombre, por más intensos que sean, no producen nada. La travesía por el desierto, después de la salida de Egipto, sólo podía ser posible por medio de la intervención Divina. La subsistencia dependía de la provisión diaria del man. No se permitía la acumulación para días posteriores. El sustento de todos dependía del Creador y no había preocupación en cuanto a qué comerían al siguiente día.

 

Esto es lo que puede aprenderse de la relación que hay entre la Perashá Bamidbar y la festividad de Shabuot. Nos enseña que la Torá sólo puede ser adquirida por aquellos que se rehúsan a participar de algo más del mundo físico que lo necesario para su supervivencia, y sólo cuando la persona reconoce que es enteramente dependiente del Creador y vive cada día a la vez, deja sus preocupaciones acerca del futuro en manos de Quien maneja y supervisa todo lo que sucede.[5]

 

Un gran comerciante de piedras preciosas viajó a una tierra distante para hacer negocios. Llevaba consigo tres mil rublos para adquirir mercancía y otros cuatrocientos para los gastos del viaje. Procuraba viajar siempre con comodidad. Cuando llegó a su destino, se dirigió hacia la zona de los especialistas en diamantes. En los aparadores se exhibían las joyas más extravagantes. Compró hasta que se terminó los tres mil rublos. Le quedaban sólo doscientos rublos, los cuales necesitaba para su viaje de regreso. Satisfecho, volvió al hotel y, mientras se preparaba para partir, sonaron unos golpes a la puerta de la habitación. Abrió y apareció un desconocido que le dijo: “He oído que usted es un hábil y exitoso comerciante de joyas. Quizá podría ver un lote que necesito vender. Le aseguro que son originales y de excelente calidad”. “Es que ya terminé mis negocios; voy de salida”, le explicó el comerciante. “Estaba a punto de partir hacia la estación. Podemos concertar una cita para la siguiente…”. El hombre insistió: “¡Por lo menos véalas! Es una mercancía incomparable: le aseguro que no va a arrepentirse”.

 

Tanta insistencia despertó la curiosidad del comprador y le dijo: “Esta bien. Muéstreme su mercancía. Le advierto que solamente voy a mirarla, pues sólo me quedan algunos rublos para mi regreso”. El vendedor sacó las joyas y el interior de la habitación resplandeció como un sol. El hombre no podía creer lo que tenía frente a sus ojos: realmente esos diamantes únicos, como hacía mucho tiempo no veía. Los observó, los analizó, los admiró... El vendedor le dijo: “Aunque estas gemas valen miles de rublos, se las daré por un precio irrisorio. He sido acusado falsamente de un crimen y las autoridades amenazan con confiscar mis bienes. ¡Si no liquido de inmediato esta mercancía, estará perdida!”. El comerciante estaba en un dilema. Por un lado, no podía dejar las gemas y, por el otro, el dinero que traía no alcanzaba para comprarlas. Los doscientos rublos restantes eran para pagar su pasaje de vuelta a casa. En verdad era una gran oportunidad de ganar varios miles. Entonces ofreció al vendedor lo que tenía, a sabiendas de que regresaría a su casa como viajan los pobres. Se quedó con veinte rublos y el resto lo entregó al vendedor a cambio de las gemas. Esa noche se hospedó en una habitación común en la hostería donde dormían los carreteros. Más tarde, un hombre rico fue a buscar a su chofer y reconoció al mercader de gemas, y su conducta le extrañó: “¿No es usted…?”. Cuando el joyero confirmó su identidad, el ricachón le dijo: “¿Podría usted explicarme por qué está durmiendo aquí? ¡Esto no es de su categoría!”. Entonces el mercader le relató lo sucedido. El hombre no se conformó con la explicación y le dijo: “Yo lo conozco. Usted no es capaz de viajar de esta manera”. Entonces el comerciante le dijo: “Mire, tiene usted razón. Viajar así me deprime. Sin embargo, cada vez que me siento mal por esa situación, simplemente abro mi caja y el resplandor me pone de nuevo de buen humor”.

 

El alma viene a este mundo para adquirir sabiduría en Torá y para cumplir con las mitzvot. Estas son las joyas más preciosas que existen en el mundo. Más preciosas que las perlas.[6] Nuestros Jajamim nos enseñaron que la persona debe hacer todo lo posible por acumular méritos en la vida terrenal para que le permitan acceder al Mundo Venidero. Podría ser que, para obtenerlo, deba pasar privaciones y sacrificios, y se vea obligada a vivir “pobremente” mientras se dirige “a su casa”. Si para cumplir las mitzvot debemos dejar de lado muchas de las cosas que nos gustan, recordemos que este es sólo un mundo pasajero. Hagamos como el joyero: cuando estemos por perder la paciencia y las esperanzas, abramos un libro de Torá, que es el “cofre” donde están depositadas las piedras preciosas que supimos acumular durante nuestra vida. De ahí adentro brotará un resplandor que aliviará todo. ©Musarito semanal

 

 

 

“Es posible comparar la Torá con un tonel lleno de miel; si viertes agua en su interior se deteriora. Igual pasa con tu corazón: si junto con la Torá dejas penetrar cosas mundanas, éste se viciará.”[7]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Nedarim 55b.

 

[2] Pirké Abot 6:4.

 

[3] Guitín 59a.

 

[4] Ketubot 104a.

 

[5] Viviendo cada día, pág. 389, Rab Abraham Twerski.

 

[6] Mishlé 3:15.

 

[7] Midrash Tehilim al Salmo 119:41.

 

 

 

 

 

 

 

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