El amor es la medicina más efectiva para los enfermos del alma
“Y las ciudades que darán a los Leviím: las seis ciudades de refugio…” (31:6).
Después de haber expulsado a los habitantes de Kenáan, el Pueblo de Israel recibió la orden de destruir todo tipo de idolatría en ese territorio.[1]
Hashem ordena distribuir la Tierra por lotes en proporción a la cantidad de miembros de cada tribu. Designan un dirigente para cada una de las tribus. A ellos, junto con Yehoshúa y Elazar, se les confía la adjudicación de la Tierra.[2]
Los Leviím no tienen parte en la repartición. En lugar de ello, se les otorgan cuarenta y ocho ciudades a ambos lados del Jordán, que eran utilizadas para el servicio comunitario. Seis de ellas, tres a cada lado del río, fueron establecidas como aré miklat (ciudades de refugio), es decir, servían de asilo para cualquier persona que hubiera matado a otra por accidente. Por ejemplo, a un leñador que parte madera sin tomar las precauciones para evitar que la cabeza de su hacha o una astilla salieran disparadas dañando mortalmente a otra persona que pasaba por allí, la Torá le permitió escapar y permanecer en la ciudad de refugio, donde los parientes de la víctima tenían prohibido ingresar a vengar su sangre. A continuación era llevado ante un tribunal. Si los jueces decidían que se trataba de un asesinato premeditado, el individuo era ejecutado. Si dictaminaban que el acto había sido por completo accidental, era absuelto. En el caso de que el autor del delito no hubiera tomado medidas precautorias, regresaba a vivir en la ciudad de refugio hasta la muerte del Cohén Gadol. Las madres de ellos, preocupadas por el efecto de las plegarias de los hombres que se encontraban deseosos de salir de allí, acostumbraban enviar todos los días ropa y comida a los refugiados, para que no pidieran por la muerte de sus hijos.
¿Por qué condenar a un hombre que transgredió involuntariamente? ¿Acaso el exilio podía corregir su delito? ¿Por qué tenían que esperar aquellos que se encontraban en el aré miklat a que falleciera el Cohén Gadol para salir de allí? Pareciera como que algo tuvo que ver él en ese delito. El Talmud nos indica que esa muerte ya estaba destinada y había sido provocada desde el Cielo.[3]
Esto refuerza la pregunta: ¿por qué se le confina en el aré miklat?
Explica el Talmud que Hashem provoca ese tipo de accidentes para hacer justicia. En ocasiones se ven delitos que quedan impunes ante la jurisprudencia terrenal por falta de pruebas o por fallas en el sistema legislativo. Por tanto, en un caso así, el ahora asesino está cobrando a la “víctima” el crimen que él mismo había cometido contra el autor en el pasado.
Una vez cumplido el arbitraje, ¿qué necesidad hay de enviar a ese hombre al exilio? El motivo es que ahora ese hombre tiene un mal que le impide vivir en la sociedad. Ese hombre tiene que ir a donde habita gente que padece el mismo “síndrome de Caín”, quien fue condenado por Hashem a vivir un exilio perpetuo debido a que Él pensaba que todo el mundo le pertenecía, y su egocentrismo lo llevó a asesinar a su hermano. Entonces allí, en la soledad, quizás aprendería a valorar al prójimo y todo lo que la gente hacía para él.[4]
Respecto al Cohén Gadol, el Talmud[5] lo califica como culpable del homicidio. Por cuanto que él entraba en el lugar más sagrado, en el día más sagrado, para pedir por todo el pueblo, tendría que haber pedido que no sucedieran accidentes durante el tiempo de su servicio, y si lo hubiera hecho con la concentración debida, ese accidente no se hubiese concretado en ese momento. Vemos el mismo fundamento: el egoísmo no le permitió dedicar tiempo a implorar por la paz en el mundo y en Israel.
Una vez llegó Rab Leví Itzjak, el Baal Kedushat Haleví, a su Bet HaKenéset y encontró a un Rab que estaba pronunciando un discurso. Las palabras que salían de la boca de ese Rab eran muy duras, y regañaba fuertemente a todos los presentes por incurrir en pecados contra Hashem. El Rab gritaba: “¡Ustedes son rebeldes y pecadores! ¡No cumplen con la Voluntad Divina!”. Y así estuvo un largo rato, expresándose con términos muy fuertes hacia la concurrencia.
Cuando acabó su plática, se le acercó el Baal Kedushat Haleví y le dijo: “Bueno, después de que hiciste escuchar a la gente todo lo malo hizo, es hora de que eleves tus súplicas hacia el Cielo y digas a Hashem todo lo bueno que hicieron. Ahora, con el mismo tono de voz, aboga frente a Hashem por Am Israel y hazle notar lo que están sufriendo. ¡Grita y llora, como lo hiciste antes, y cuenta a Hashem que Am Israel ya no soporta este largo exilio! A ver si logras conmover Su Inmensa Piedad, y nos manda de una vez la Gueulá…”.[6]
Los días de Ben HaMetzarim son tres semanas que representan nuestro sufrimiento por las tragedias históricas del Pueblo Judío que se han concentrado precisamente en estas fechas: Todos sus perseguidores la han atrapado entre dos penurias.[7] Por tanto, debemos reflexionar sobre el tema que provocó tanta desgracia: el egocentrismo lleva al hombre a guardar en su corazón odio infundado. Estos días son ideales para trabajar en el tema de Amar a nuestros semejantes; debemos hacerlo solamente por ese motivo, porque todos somos hermanos. Somos miembros del mismo pueblo y perseguimos un ideal común: sentarnos todos unidos a la mesa de nuestro Padre.
Querido hermano: incluye en tus plegarias a todo Am Israel. Efectúa actos de jésed. Demuestra amor a tu semejante. ¡Perdona! Sé tú el que comience y automáticamente el otro te seguirá. Esto es lo que Nuestro Padre está esperando para reconstruir Yerushaláim y mostrar Su Presencia en su Morada Sagrada. ¡Está en nuestras manos! Si lo procuramos, lo lograremos. Que tengamos el mérito de verlo en nuestros días…. ©Musarito semanal
“Como el reflejo de la cara en el agua, así es el corazón de un hombre hacia otro.”[8]
[1] Bamidbar 33:50-53.
[2] Bamidbar 34:1-29.
[3] Makot 10b.
[4] Rab Eliahu Dessler.
[5] Makot 11a.
[6] Toledot Kedushat Haleví 33; Hamaor, tomo 3, pág. 462.
[7] Ejá 1.3.
[8] Mishlé 27:19.
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