Cuidando el honor de los demás
“Y no subirás por escalones sobre Mi Altar, para que no se descubra tu desnudez sobre él” (20:23).
La Torá nos muestra un detalle de la construcción del Mizbeaj (Altar), del cual podemos sacar una enseñanza práctica. El Altar era el lugar donde se acercaban los animales que se sacrificaban en el Mishkán (Tabernáculo), cuando Am Israel estaba en el desierto y, posteriormente, cuando se edificó el Bet HaMikdash (Templo Sagrado) en Yerushaláim. Hashem solicitó que se construyera una rampa para ascender al Altar. Esta era la única forma de subir.
¿Cuál fue el motivo?
Dice el versículo: No ascenderás en gradas a mi Altar para que no se descubra tu desnudez sobre él.[1] Unos versículos más adelante dice: y harás para ellos pantaloncillos de lino para cubrir su desnudez.[2] Anteriormente, hombres y mujeres vestían túnicas. Entonces, aunque el Cohén estaba vestido con una, al subir tenían cubiertas sus partes íntimas.
Entonces, ¿por qué se exigía a los Cohanim subir por la rampa? ¡Que suban por escaleras! Su desnudez igual estaba cubierta. El Talmud declara que había una piedra frente a la Menorá que tenía tres peldaños, sobre la que se paraba el Cohén cuando la encendía. ¿Por qué en el Altar no podían usar escaleras y para encender a la Menorá sí?
La Torá quiere enseñarnos dos cosas fundamentales en el Judaísmo: la primera es que el Mizbeaj representaba el arrepentimiento. Sobre él se traían las ofrendas mediante las cuales se obtenía el perdón. La Menorá ejemplifica a la Torá. Su propósito era iluminar y la Torá es luz.[3] Cuando subimos por una escalera lo hacemos gradualmente, y cuando lo hacemos por medio de una rampa lo hacemos con movimientos rápidos. En lo que refiere al estudio de la Torá, se debe ascender paso a paso; no se puede correr y entender la mitad de las cosas. Sin embargo, la teshubá se puede cumplir instantáneamente, pasando de un estado al otro en un santiamén.
La segunda enseñanza es que, aun cuando el Cohén subía con los pantaloncillos puestos, al momento que ampliaba sus pasos para subir la rampa algo alcanzaba a verse, y con ello estaba faltando al respeto al Mizbeaj. Si es así, también en la rampa podían descubrir su desnudez. El Cohén no debía dar pasos largos, sino que colocaba el talón al lado del pulgar y el pulgar al lado del talón. El Cohén debía caminar despacio dando pequeños pasos para evitar toda postura que no fuera recatada, a fin de dar el respeto apropiado al Mizbeaj y al Bet HaMikdash.
Si la Torá, refiriéndose a unas piedras, que son una creación inerte (es decir, que no tienen entendimiento para sentirse mal cuando se las desprecia), dijo que está prohibido hacer alguna acción que pueda verse como despectiva para con ellas, ¡con mucha más razón debemos nosotros cuidarnos de no despreciar a nuestro prójimo, quien está hecho a imagen y semejanza del Creador, y verdaderamente le duele cuando es despreciado…!
Había una humilde jovencita judía que trabajaba en la casa de una pudiente familia. Uno de sus deberes era cocinar diariamente para los miembros de la casa. Una vez estuvo en un dilema: no sabía qué preparar para la comida. De repente recordó que su patrona la enviaba de cuando en cuando con el Rab a preguntarle cualquier duda que tenía en la cocina. Entonces, ella decidió ir a pedir consejo al Rab.
Cuando llegó a casa del Rab, él se percató de que ella estaba apenada y le preguntó cuál era el motivo de su pesar. Ella le dijo que no sabía qué hacer de comer ese día. El Rab se quedó pensativo y le dijo: “Me hiciste una pregunta complicada”. El Rab trajo algunos libros de su estudio, los examinó y le preguntó: “¿Qué preparaste en los últimos tres días?”. Ella le contestó y el Rab se quedó pensando un tiempo breve. Luego le dijo que lo más conveniente era que para el plato principal cocinara lo mismo que hacía tres días; para la guarnición pusiera lo que preparó hacía dos días; y de postre lo mismo de la noche anterior. El Rab le dio una bendición para que tuviera éxito, y ella partió muy aliviada y feliz.
La esposa del Rab había observado la escena y, después de que la joven partió, dijo a su marido: “No entiendo. Como Rabino de la comunidad, ¿no tienes cosas mejores y más importantes que hacer que ayudar a esa niña a planear su menú?”. El Rab le respondió: “Tú no entiendes lo que sucedió. Esta simple niña es muy sincera y sabe que toda vez que hay una pregunta difícil en la cocina, la mandan para preguntarme. Por tanto, ahora que tuvo la iniciativa de venir a consultar su dificultad, ¿me hubiese reído de ella? De ser así, seguramente en un futuro, cuando tenga una duda real respecto a la Halajá dentro de la cocina, no querrá venir a consultarme”.[4]
Una de las siete cosas que caracterizan a un hombre sabio es que no se apresura a contestar.[5] También está escrito: “La vergüenza es el más grande de los dolores”.[6] ¡Cuánto tenemos que cuidarnos de no avergonzar al prójimo! Es algo verdaderamente delicado, al grado que dicen los Jajamim: “No se destruyó Yerushaláim sino porque se avergonzaban uno al otro”.[7]
El Rab Shraga Faivel Mendelovitz fue el fundador de la Yeshibá Torá Vadaat. Una vez pasó un Shabat en Miami, en la casa de uno de sus exalumnos. Ambos fueron a la sinagoga y, cuando regresaron, el anfitrión abrió la puerta de la casa, pero se conmocionó y se avergonzó ante la escena que estaba presenciando. Su esposa, exhausta después de una semana en la que había trabajado con ahínco para cumplir con su responsabilidad de mantener la casa en orden, estaba dormida en el sofá. La mesa de Shabat no se encontraba lista; los platos estaban apilados en un montón junto al vino y la copa de Kidush. Frente a la cabecera de la mesa había dos grandes jalot (panes trenzados) descubiertas. La costumbre es cubrir los jalot al hacer Kidush (como la bendición sobre el pan por lo regular antecede a la del vino, es metafóricamente una “vergüenza” para el pan estar descubierto durante el Kidush en Shabat).
El alumno volteó a ver a su Rab y en ese momento sintió que se había avergonzado por el “desorden” de las cosas en su casa, por lo que gritó a su esposa de manera humillante. “¡Levántate! ¡Terminemos de preparar la mesa!”. Volviéndose hacia al Rab, exclamó: “Por favor, disculpe. Estoy seguro que haber dejado el pan descubierto fue un descuido. Todo el mundo sabe”, dijo mirando a su avergonzada esposa, “que debemos cubrir las jalot antes del Kidush...”.
Pero Rab Mendelovitz estaba molesto no por el desorden, sino por el comportamiento arrogante de su exalumno, y le dijo: “A lo largo de los años he visto muchos casos de gente con todo tipo de problemas. Estudiantes, parejas y adultos de todas las posiciones sociales han venido a verme para discutir sus situaciones personales. ¡Pero jamás ha venido alguien a mi oficina preocupado porque su jalá está sufriendo de ‘complejo de inferioridad’ por haber quedado descubierta durante el Kidush! ¿Sabes por qué? ¡Porque en realidad no estamos preocupados por la vergüenza de la jalá! Estamos preocupados por ser más conscientes de los sentimientos ajenos, para ser así mejores personas. Nos preocupamos de cubrir la Jalá porque el objetivo verdadero es darnos cuenta de los sentimientos de la gente. ¿Cómo puedes avergonzar a tu esposa frente a mí por no haber cubierto la jalá, cuando el propósito de cubrirla es supuestamente entrenarnos a ser más sensibles a los sentimientos de la gente…?”.
Es conocido lo que dice la Guemará: Es preferible que un hombre se arroje dentro de un horno ardiente antes que humillar a otro públicamente.[8] La vida es lo más valioso y sagrado que poseemos; aun así, la Torá nos ordena ponerla en riesgo antes que avergonzar al prójimo. A veces nos cuidamos de no agredir físicamente a nuestro compañero; sin embargo, hay un tipo de agresión que es peor: la agresión verbal, que resulta más perversa que la física. Porque esta última afecta al cuerpo, y la verbal, al alma. Además, las heridas físicas sanan, y las verbales no.[9]
En ocasiones decimos: “¡Sólo estoy bromeando! Al otro no le molesta…”. ¿Estás seguro de que no le molesta? ¿O sólo por quedar bien o por no hacer un lío más grande soporta “tus bromas”? Tenemos que hacer hincapié en cuanto al respeto que debemos a nuestros hijos, maestros, alumnos, compañeros, empleados y, en especial a nuestro cónyuge, ya que por la confianza entre ambos a veces se pierde esa sensibilidad y sentimos que la otra parte tiene que soportar nuestras “agresiones inocentes”. Sí, debe haber alegría y bromas entre ellos, como en cualquier relación interpersonal, pero éstas deben ser siempre sanas. Hay que poner mucho cuidado de no herir sus sentimientos. Incluso cuando tengamos que reprochar, hay que escoger bien el momento, el lugar y la forma de hablar. El respeto en el matrimonio es un ingrediente esencial del cual depende la durabilidad del afecto y del compromiso de la pareja. El shalom bait, la paz hogareña, debe construirse con mucho respeto, esmero y amor.©Musarito semanal
“No debe menospreciarse a nadie en el mundo, porque todas las criaturas son obras de las Manos del Creador de todo, y todo lo que creó Hashem en Su mundo no lo hizo sino por Su Propio honor.”[10]
[1] Shemot 20:23.
[2] Ídem 28:42.
[3] Mishlé 6:23.
[4] Midrash Shemuel.
[5] Ver Pirké Abot 5:7.
[6] Shabat 50b.
[7] Ídem 119b.
[8] Ketubot 67b.
[9] Gaón Rabí Eliyahu de Vilna.
[10] Taanit 20b.
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