No temas: Hashem es tu protector

 

“Como un águila que despierta su nido, revoloteando sobre sus crías, extendiendo sus alas, tomándolas, portándolas sobre sus alas” (32:11).

 

 

En esta Perashá, Moshé comienza su mensaje al Pueblo de Israel en forma poética, convocando a los Cielos y a la Tierra para atestiguar eternamente sobre sus advertencias a los judíos en su observancia a la Torá.

 

Si los Hijos de Israel preguntan sobre las anteriores generaciones, se les responderá que Hashem los eligió de entre todas las naciones y los resguardó en el camino por el desierto. Cuidó de ellos tal como el águila, el rey de las aves, cuida de sus pichones.

 

Una de las cualidades del águila es que muestra compasiva hacia sus crías. No entra de improviso a su nido por temor a aplastar a sus pichones. ¿Qué hace? Se agita y revolotea encima de los polluelos batiendo sus alas, de un árbol al otro y de una rama a otra, hasta que sus crías despiertan y así se preparan con fuerza para recibirla.[1]

 

En forma similar, Hashem nos rescató de Egipto paulatinamente. De haberlo hecho de manera repentina, podría habernos causado una impresión tan fuerte que quizá no la hubiéramos resistido. En su lugar, envió primero a Moshé para notificarnos la redención y luego castigó a Egipto con las plagas. El águila no descansa con todo su peso sobre sus pichones; revolotea sobre el nido, apenas tocándolos. Así también, cuando Hashem entregó la Torá en Har Sinai, no concentró Su revelación en un solo lugar, sino que la distribuyó en todas direcciones, para que pudiéramos resistirla.

 

El dueño de una posada prosperó tanto que despertó la envidia de sus vecinos menos adinerados, quienes urdieron la forma de apoderarse de sus bienes. Hicieron falsas acusaciones contra él frente a ciertos oficiales. A fin de asegurarse de que su plan funcionaría, repartieron algunos “regalos”. El veneno surtió su efecto y, sin siquiera interrogar al posadero, fue sentenciado a cadena perpetua con trabajos forzados.

 

Todo fue tan repentino; el hombre estaba perdido. Intentó reivindicar su nombre, pero todas las puertas estaban cerradas para él. Entonces, contrató destacados abogados y envió gente que conocía a los jueces de la corte para interceder y abogar por él. No dejó nada que estuviera en sus manos por hacer para lograr su libertad, pero no pudo conseguir su objetivo; todo fue en vano. La sentencia no podía ser cambiada o anulada.

 

Sus amigos insistían en que no perdiera la esperanza. “Todavía queda algo por hacer”, le explicaron. “Lo único que te falta por intentar es que te presentes tú solo a pedir clemencia al emperador. Es sabido que él es justo y compasivo, y siempre escucha a sus súbditos. Si pudieras convencerlo de tu inocencia, puedes estar seguro de que no permitirá que se cometa contigo ninguna injusticia.” El emperador tenía la costumbre de que, una vez al año, se quitaba sus vestiduras reales y vestía ropas de uso común; de ese modo, viajaba de incógnito por todas sus tierras. Lo hacía para observar la vida y los acontecimientos de su país, para ver si sus súbditos estaban prosperando y cómo sus ministros y sirvientes los trataban.

 

Por un golpe del “destino”, sus viajes lo llevaron hasta una ciudad en la que una noche fue a hospedarse en su posada. Sin embargo, todos ignoraban la identidad del nuevo huésped. Sólo después de que partió hacia el palacio, el secreto logró descubrirse. Cuando el posadero se enteró de que el emperador mismo había estado allí, sintió que se moría de aflicción. Ahora, él tenía una desesperada necesidad de ver al emperador y de hablar con él, para apelar en su caso y convencerlo de su inocencia, ¡y el emperador había estado en su propia casa! Podía haber hablado con él cara a cara, y el emperador lo hubiese escuchado. Y ahora la oportunidad se fue, se le había escapado de las manos. Comenzó a rasgar sus ropas y a gritar: “¡Ay de mí! ¡El gran emperador compasivo vino aquí mismo! Yo podía haberle implorado clemencia y perdí la oportunidad. ¿Cómo podré alguna vez llegar hasta él? ¡Ahora está encerrado en su palacio, custodiado por dentro y por fuera a fin de que ningún intruso entre a verlo…!”.

 

Cuando llegó el mes de Elul, Hashem batió suavemente sus alas para mostrarnos que está por llegar. Revoloteó durante este periodo hasta que llegó Rosh HaShaná. Se tocó el shofar: Hashem está cerca. Comienza a mover sus alas para despertarnos. Hashem nos concede diez días para reflexionar; está esperando nuestro arrepentimiento. Llega Kipur y Hashem se encuentra dentro del nido. No hay una mejor oportunidad para acercarse a Él.

 

Hashem quiere levantarnos, llevarnos a un lugar más seguro. Nos carga “portándonos sobre sus alas”. Cuando el águila se dispone a transportar a sus pichones de un lugar a otro, no los acarrea en sus garras, como lo hace el resto de las aves. Todas temen del águila, que se eleva y vuela por encima de ellas. Sólo hay algo que atemoriza a la reina de las aves: la flecha lanzada por el hombre. Por esto, porta a sus crías en sus alas, como diciendo: “Es mejor que las flechas penetren en mí y no en mis crías”. En forma similar, Hashem cargó a los judíos como sobre las alas de águila cuando los sacó de Egipto, y los protegió de las flechas y piedras que lanzaban los egipcios cuando los alcanzaron en el Yam Suf.

 

En estos momentos, en el mundo se respira incertidumbre. Algunas naciones atentan contra la seguridad de nuestro pueblo. Todos los versículos relativos a la misericordia de Hashem hacia Su pueblo están escritos en singular: Hashem lo proveyó en el desierto; Él lo cuidó; Él desplegó Sus alas sobre él. Esto implica que el Eterno trataba así a cada judío individualmente. Además, la Torá emplea el tiempo futuro (Él lo proveerá; Él lo cuidará) para indicar que en el futuro realizará milagros similares a los experimentados en Egipto. Los dejará descansar en las ciudades de Éretz Israel. He aquí que vendrán días, dice el Eterno… y haré tomar el cautiverio de Mi Pueblo Israel y reconstruirán las ciudades asoladas, y las habitarán. Y plantarán viñedos… y comerán sus frutos. Y Yo plantaré en su propio suelo y no serán más arrancados de la Tierra que les di…[2]  ©Musarito semanal

 

Imploremos para que Hashem nos lleve encima de Sus alas, protegiéndonos de todos nuestros enemigos, y que arribemos hacia la Ciudad Santa de Yerushaláim para que seamos meritorios de ver su reconstrucción en nuestros días, y regocijarnos allí con la gloria de Hashem. Amén..

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Rashí.

 

[2] Amós 9:13.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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