La ansiada redención está cerca

 

 

‘‘No teman… Hashem, que va delante de ustedes, Él combatirá… así como has visto, que te ha llevado Hashem como un hombre a su hijo, por todo el camino…’’ (1:29-31).

 

 

Moshé exhorta al pueblo a confiar en Hashem, ya que para conquistar la Tierra Prometida debían librar varias batallas. Entonces les dijo: Hashem ha marchado delante y detrás de ustedes, al igual que un padre que viaja por el camino junto con su hijo.[1] Explica Rashí: “Cuando vinieron asaltantes, el padre lo tomó de delante de él y lo colocó detrás. Cuando vino un lobo por detrás, el padre lo puso frente a él. Cuando vinieron asaltantes por delante y lobos por detrás, el padre lo tomó en sus brazos y peleó contra ellos”.[2]

 

En un país lejano había un excelente médico. No había enfermedad que no pudiera curar ni medicamento que no conociera. Esto provocó la envidia de los demás doctores. Lo calumniaron hasta que consiguieron encerrarlo en la prisión. Lo encerraron en una celda, lo encadenaron junto a los peores criminales y de cuando en cuando les arrojaban una miserable ración de pan y agua. El gobernador encargó al guardia que registrara todos sus movimientos y que le reportara cualquier cosa extraña que observara en el reo. Pasaron varios días y el prisionero se mantenía imperturbable; no conversaba con nadie. El gobernador estaba sumamente extrañado debido a que no recibía noticias del celador, así que acudió al presidio y observó al condenado. Se le veía radiante, sereno. El ministro se acercó e intentó conversar con él. Sus palabras fluían con sabiduría y tranquilidad; a pesar de las terribles condiciones del entorno, el hombre se veía como si nada estuviera sucediendo allí.

 

El ministro no pudo ocultar más su curiosidad y le preguntó: “¿Cómo logras conservar esa actitud ante condiciones tan deprimentes?”. El hombre respondió: “Su señoría, ¿acaso usted desconoce que yo soy médico? Si soy capaz de curar a otras personas, también puedo curarme a mí mismo. Fabriqué un medicamento con cinco ingredientes y diariamente ingiero una pequeña dosis. Esto me mantiene estable y tranquilo”. Los ojos del ministro brillaron y dijo: “¡Qué interesante! Te propongo un trato: tú me das esa receta y yo te otorgo la libertad. Por la naturaleza de mi investidura, en varias ocasiones me encuentro enredado en circunstancias estresantes en las que quisiera salir corriendo. Por lo que veo contigo, no dudo que tu receta va a cambiar mi vida. Entonces, ¿qué dices? ¿Cerramos el trato?”.

 

El médico le extendió la mano y comenzó a hablar: “El primer ingrediente que lleva mi fórmula es confianza en el Creador. El segundo, conciencia de que mis pecados causaron mi infortunio y, por tanto, ¿por qué he de quejarme? El tercero, el conocimiento de que Hashem me manda todo para mi bienestar y para que corrija mis actos. El cuarto, soy consciente de que hay mayores desgracias que la que estoy viviendo ahora. El quinto, sé que la ayuda del Todopoderoso puede llegar en el parpadeo de un ojo”. El ministro cumplió su palabra y ambos vivieron libres por el resto de su vida.[3]

 

La lectura de esta Perashá generalmente se lee cerca del temible día de Tishá BeAb. Moshé profetizó que 852 años después del Éxodo de Egipto, los judíos pecarían tanto que merecerían la aniquilación. Hashem, en Su Misericordia, destruyó el Bet HaMikdash en lugar de Klal Israel, quienes al sufrir el exilio pudieron sobrevivir. Moshé aseguró: Si requieren a Hashem aun en el exilio, lo encontrarán, sólo si lo buscan con todo su corazón y alma (y no con sus labios).[4] Por momentos la Presencia de Hashem es visible y otros no. A veces nos responde de inmediato y otras no. A veces puede ser encontrado y otras está oculto. A veces se encuentra cerca y a veces se aleja. Durante el exilio, Hashem está más lejos que nunca; sin embargo, la Torá nos asegura que Él puede ser alcanzado a pesar de todo. Lo encontrarán sólo si lo buscan con todo su corazón.

 

Aunque en todas las generaciones surge alguien que busca borrarnos de la faz de la tierra, nunca podrán acabar con el Pueblo de Hashem, pues Él, como un padre piadoso, nos protege de todo mal. Él mantiene vigente su promesa de que nunca nos abandonará. Hashem es misericordioso; no te soltará y no te exterminará, y no olvidará el pacto con tus padres, el cual les juró a ellos.[5] Es cierto que hemos tenido infortunios a lo largo de la historia, todos provocados por el terrible exilio. Ansiamos la redención. El hecho de que tú y yo, querido lector, estemos aquí, es un vivo testimonio que el Pueblo de Israel es eterno y que nada ni nadie podrá aniquilarnos. Hashem siempre será nuestro padre protector.

 

Pero esa no es la vida a la que aspiramos. Queremos que la Presencia Divina esté tan cerca de nosotros como lo estuvo en los gloriosos días de Am Israel. Han pasado 1944 años del Jorbán. Pregunta Rabí Menajem Mendel de Kotzk: “¿Por qué no llegó el Mashíaj ni ayer ni hoy?”. Responde: “Debido a que nuestro comportamiento de hoy es el mismo que el de ayer”.

 

Se cuenta que una vez Tishá BeAb cayó en sábado en la noche; Rabí Leví Itzjak de Bardichev se quedó un rato largo mirando a través de la ventana mientras acababa Shabat. Se acercaron sus alumnos y le dijeron que ya era hora de ir al Bet Hakenéset para pronunciar las Kinot de Tishá BeAb.

 

Rabí Leví Itzjak permaneció de espaldas y les dijo: “Un poco más... Esperemos un poco más...”. Pasó otro rato y los alumnos le hicieron la observación de que ya se había hecho un poco tarde. En ese momento se dio vuelta el Rab y mostró su rostro bañado en lágrimas. “Tenía la esperanza de que viniera el Mashíaj antes de que comience Tishá BeAb, pero no ocurrió así. Vamos, lloremos por el Bet HaMikdash y por nosotros mismos...”.[6]

 

La redención (Gueulá) depende, en esencia, de la fe (emuná). Pues la raíz del exilio es simplemente la falta de fe.[7] ¿Qué podemos hacer nosotros para traer la redención? El problema es que no la deseamos con toda el alma.

 

Los pobladores de la ciudad de Brisk enviaron una delegación con una carta de la comunidad suplicando a Rab Yosef Dov Ver Soloveichik que fuera su Rabino. Él se mostró inflexible. “Me prometí a mí mismo que después de Slutzk no aceptaría otra posición rabínica. ¡Esta es mi decisión final!”, decía.

 

La delegación se sintió muy desilusionada. Uno de los representantes no pudo controlarse y exclamó: “¡Perdone, Rab! Hay veinticinco mil judíos ataviados con su ropa de Shabat que lo esperan. Ellos cuentan con usted. ¿Cómo puede desilusionar a veinticinco mil judíos?”.

 

Estas apasionadas palabras, que salían del corazón, penetraron en el del Rab. Si tal era el caso… Rab Yosef Dov entró a su casa y dijo a su esposa: “¡Pronto, ve a buscar mi abrigo largo! No puedo rechazar la propuesta de la delegación de Brisk. Allí me espera una gran multitud que me quiere como su rabino. ¡No puedo dejarlos esperando!”.

 

El Jafetz Jaim, quien estaba presente, suspiró profundamente y dijo: “Miren cómo se preocupa Rab Yosef Dov por veinticinco mil judíos. Si tan sólo el Mashíaj supiera que todo el Pueblo Judío lo espera con tanto anhelo, ¿no vendría corriendo? Seguro que no nos haría esperar…”.

 

¿Qué esperamos? Regocíjense de alegría por ella, todos ustedes que se lamentan por ella.[8]

 

De este versículo se entiende que todo el que se enluta por Yerushaláim verá su pronta reconstrucción. Pero surge la pregunta: si en las generaciones anteriores, en que había grandes justos que entregaron su vida al servicio de Hashem, la Gueulá no llegó en su tiempo, una generación huérfana como la nuestra, ¿qué esperanza tiene de que llegue ahora?

 

Esta es una idea proveniente del instinto maligno. Aunque hayan pasado generaciones de Justos y no se haya hecho presente el Mashíaj, no debemos bajar los brazos. Porque nosotros somos como un niño que está subido en los hombros de un hombre alto, y a pesar de que nuestra estatura es muy baja, nos encontramos “más alto que aquellos que nos están sosteniendo”.[9]

 

Rabí Yehoshúa ben Levi tuvo el privilegio de encontrarse con el Mashíaj y le preguntó: “¿Cuándo vendrás?”. El Mashíaj le contestó: “Hoy”. Rabí Yehoshúa se llenó de júbilo. Pasó el día y el Rab vio que el Mashíaj no se presentó. Fue a quejarse delante de Eliyahu HaNabí. Entonces el profeta le explicó: “No entendiste lo que el Mashíaj te quiso decir: ¡Hoy, si escuchas Su Voz!”. [10],[11]

 

La teshubá sincera atraviesa todas las barreras y alcanza el Trono Celestial. ¡Retornemos a Hashem! Debemos cumplir con nuestra misión en el mundo: destacar entre las naciones por nuestras leyes justas y por nuestro gran nivel ético y moral, el cual está fundamentado en nuestra Sagrada Torá. Debemos estudiarla, entenderla y cumplirla. Elevemos nuestras plegarias hacia Hashem para que este día de Tishá BeAb se convierta en una fecha festiva, en la que tengamos el mérito de recitar el Ubá LeTzión Goel en Yerushaláim habenuyá. Amén. ©Musarito semanal

 

 

“Sentir lo amargo del exilio es el principio de la redención.”[12]

 

 

 

 

 

[1] Shemot 14:20.

 

[2] Rashí hace referencia a la columna de nubes que viajaba con Am Israel en el desierto.

 

[3] Menorat Hamaor.

 

[4] Midrash Lekaj Tob.

 

[5] Debarim 4:31.

 

[6] Toledot Kedushat Leví.

 

[7] Rabí Najman de Breslov.

 

[8] Yeshayá 66:10.

 

[9] Majané Israel.

 

[10] Tehilim 95:7.

 

[11] Sanhedrín 98a.

 

[12] Rab Arié Leib de Gur.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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