Conservando el entusiasmo para el
cumplimiento de las Mitzvot
“Y Aharón lo hizo así: encendió enfrente del Candelabro sus velas, como Hashem ordenó a Moshé” (8:3).
Comienza la Perashá con la orden de encender diariamente la Menorá en el Mishkán, responsabilidad que recaía sobre Aharón HaCohén. Rashí explica que la forma del encendido era: Aharón debía mantener la llama cerca de la mecha hasta que la flama de la Menorá ardía por sí misma.
Así como la Menorá debía encenderse diariamente, la persona tiene que acostumbrarse a servir a Hashem con constancia. El trabajo de la vida consiste en imitar las virtudes de Hashem: así como Él es piadoso, misericordioso y benevolente, también nosotros debemos serlo. Así como en Hashem no hay cambio posible, en nuestro servicio hacia Él no debe haber variaciones: siempre debemos servirle con la misma devoción y entusiasmo. Cualquier mitzvá que hagamos, al principio puede costarnos trabajo; esto se debe a que el instinto maligno nos incita con gran fuerza a que dejemos de hacerlo. Tenemos que esforzarnos en un principio con todo nuestro empeño y continuar hasta que la “flama” suba por sí misma.[1] Es decir, hasta que el cumplimiento de las mitzvot se convierta en parte de nosotros mismos.
La Torá entonces declara: Y Aharón hizo… de la misma forma en que Hashem ordenó a Moshé. ¿Por qué la Torá nos relata esto? ¿Acaso podría alguien suponer que Aharón no cumplía la orden tal como Hashem se lo ordenó? ¡Quién podría suponer que lo haría de otra forma!
El Sefat Emet da la siguiente explicación: “En general, cuando la persona comienza un proyecto nuevo, realiza su tarea con mucho entusiasmo. Conforme pasa el tiempo, el entusiasmo y la emoción disminuyen. Después de un tiempo, la persona se mueve más por hábito que por devoción y, si no es muy dedicada, sus proyectos acaban abandonados a mitad del camino. Algunas veces ocurre esto porque la emoción de la novedad desaparece; otras, porque da miedo llevar a cuestas la responsabilidad de terminar los proyectos”.
El Creador conoce nuestras capacidades y nuestros límites. Cuando ponemos toda nuestra dedicación y entrega, después de que llegamos al máximo, en ese momento podemos sentir cómo Él nos lleva hasta lo más alto. El entusiasmo genera poder. Una persona con entusiasmo puede vencer la pereza y procurar la sabiduría, y alcanzar niveles espirituales más elevados.[2] La pereza hace que uno esté cansado.[3] El que tiene energía y estímulo logrará más en una hora que lo que hace un perezoso en dos horas.[4] Quien quiera tener o lograr algo que nunca ha tenido, debe hacer algo que nunca ha hecho antes. Una gran maestra de esta filosofía es la humilde hormiga. Es pequeña, pero está muy lejos de ser perezosa. Merodea por todas partes y reúne un trozo tras otro de alimento para las demás, aunque ella coma sólo una pequeña porción.[5]
Por esto es que la Torá ensalza el acto de Aharón, para enseñarnos que todas las veces que encendió la Menorá en el Tabernáculo, lo hizo con el mismo entusiasmo con que encendió la vela el día de la inauguración.
Imaginemos una olla llena de agua que se encuentra sobre la hornilla encendida de una estufa. ¿Qué pasaría si es retirada del fuego segundos antes de que hierva? Luego de enfriarse, es colocada nuevamente al fuego y otra vez es retirada antes de que alcance el estado de ebullición. El resultado es claro: nunca hervirá, por más que repitamos la operación. En forma similar, quien interrumpe su servicio a Hashem corta su continuidad y cada vez debe comenzar de nuevo.[6]
Esta es la lección: para lograr cualquier cosa en la vida, debemos tener la capacidad de mantener el entusiasmo. De otra forma, esa exaltación se enfriará y en poco tiempo estaremos fastidiados o desistiremos. Por eso debemos mantener la constancia. Cada vez que dejamos de hacer lo que nos propusimos, tenemos que comenzar desde cero y no desde donde lo dejamos.
Rabí Akibá estudió Torá durante doce años fuera de su hogar con el consentimiento de su esposa. Al regresar escuchó cómo ella decía a su vecina: “Si mi marido me escuchara, le diría que permaneciera doce años más estudiando Torá”. Cuando Rabí Akibá oyó esto, se retiró sin entrar siquiera por un instante a su hogar.
Nosotros no comprendemos en principio su actitud: ¡hubiese entrado aunque fuera un solo instante! Lo que sucede es que Rabí Akibá conocía la gravedad de la interrupción o de apartar el pensamiento de la Torá aunque sea sólo por un pequeño lapso. Estaba convencido de que no es lo mismo estudiar doce años más y otros doce años con una interrupción en el medio, por más pequeña que sea, que veinticuatro años en forma continua…
Por esto, cuando una persona sube a leer el Séfer Torá dice la bendición de asher bajar banu (“que nos elegiste de entre todas las naciones y nos entregaste tu Torá”), y finaliza con notén HaTorá (“que entregas la Torá”). Comenzamos en tiempo pasado: “que nos elegiste”, y finalizamos en tiempo presente: “que entregas la Torá”. ¿Qué mensaje nos dieron nuestros Jajamim al redactar la berajá de este modo? La respuesta es que Hashem nos dio la Torá en el Monte Sinaí. ¡Pobre de aquel que piensa que es una cosa vieja! La Torá se aprende todos los días. Su fuente es inagotable y cada uno de nosotros, al estudiar todos los días, es como si la recibiera en ese momento. Los mensajes de la Torá son permanentes, son actuales y aplicables a toda generación.
La persona desde que nace se acostumbra a realizar aquello que es necesario para su subsistencia, porque de eso depende su vida. De la misma forma debe ser su comportamiento en lo que respecta al estudio de la Torá y al cumplimiento de las mitzvot. El deseo de hacer lo que Hashem quiere de nosotros debe brotar en una forma natural y debe considerarlo como algo vital. ¡Porque en realidad lo es! Es lo que va a darle la eternidad en el Mundo Venidero.
En una ocasión se encontraba un hombre en un supermercado esperando su turno para pagar. Observó que en una de las cajas, uno de los cajeros bostezaba y miraba constantemente su reloj. No era difícil adivinar lo que pensaba: “Ya falta poco tiempo para que pueda irme a descansar”.
En otra de las cajas se encontraba otro hombre que, sonriente, preguntaba a los clientes: “¿Encontró lo que buscaba? ¿Puedo ayudarle en algo…?”. Amablemente ayudaba a las personas a colocar su mercancía en las bolsas y trataba de hacer todo con prontitud.
¿A qué se debía la notable diferencia entre los dos trabajadores?
La respuesta salió a relucir en cuanto uno de los empleados llamó al segundo: “Jefe”.
La diferencia entre los dos es que el primero veía pasar la mercancía y sabía que así pasara diez o cien productos, él percibiría el mismo salario. En cambio, el segundo estaba consciente de que cada vez que se abre el cajón del dinero, su capital estaría incrementándose.
La conciencia que debemos tener en el momento en que cumplimos una mitzvá es que estamos incrementando nuestro Patrimonio Eterno, y no como el que piensa que está haciendo un favor al Creador. Él no necesita de nuestros favores; todo lo que nos pide es para nuestro bienestar y superación personal. Pero ésta no debe ser nuestra principal motivación. Es mejor aprender a enfocar el valor y el significado de lo que estamos haciendo. De esta forma lograremos despertar un sentimiento de renovación al cumplir cada una de las mitzvot. Para conseguirlo, hay que estudiar los detalles de cada mitzvá; así podremos darnos cuenta de lo bellas e importantes que son. Esto nos conducirá a cumplir como si lo estuviésemos realizando por primera vez, porque el entusiasmo es fundamental para que cada mitzvá se considere completa.[7] Ya dijeron nuestros Jajamim: El entusiasmo por los mandamientos aumenta el número de buenas acciones.[8] ©Musarito semanal
“¡Las actitudes determinan las altitudes que alcanzaremos!”
[1] Korbán Haaní.
[2] Jojmá UMusar, vol. 2, pág. 172.
[3] Mishlé 19:15.
[4] Rabenu Yoná.
[5] Mishlé 6:6.
[6] Escuchado de Rab Abraham Shabot.
[7] Adaptado de Meor HaShabat, Rab Kalman Packouz, pág 145; basado en el libro Growth Through Torah de Rab Zelig Pliskin.
[8] Mitzvá Valeb.
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