Educando o perjudicando
“…a los hombres éstos, no les hagan daño, ya que por cierto vinieron a la
sombra de mi techo” (19:8).
Después de que los “visitantes” se retiraron de la casa de Abraham, se dirigieron a destruir la ciudad de Sedom. La perversión que alcanzaron sus habitantes era extrema; no había entre ellos ni una sola persona justa. A pesar de esto, Lot, el sobrino de Abraham Abinu, no se privó de habitar en esta terrible cuidad. A tal punto llegaba el mal entre esta gente que llegó a prohibirse el hecho de recibir huéspedes en la casa, y quien lo hiciera era castigado terriblemente por haber transgredido la ley. Cuando los ángeles fueron a Sedom para destruir la ciudad y salvar (por el mérito de Abraham) a Lot, éste los recibió en su casa (sin saber que eran ángeles celestiales), pese a ser él mismo juez de la ciudad. No pudo ir contra la enseñanza que recibió durante toda su vida de su tío Abraham: hajnasat orjim. Él sabía que estaba arriesgando su vida y la de su familia, pero no pudo dejar de cumplir con esta gran mitzvá que le transmitió Abraham Abinu con su ejemplo…
En Lituania, a fines del siglo pasado, habitaba en las afueras de la ciudad una pareja de yehudim que vivían muy modestamente. Un día, el marido consideró que había llegado el momento de renovar la vestimenta de su querida esposa, ya que cada Shabat y Yom Tob la mujer argumentaba que no tenía ropa que ponerse. Comenzó a ahorrar y, una vez que logró reunir la cantidad necesaria, su esposa fue a ver a una modista y eligió el modelo.
Mientras tanto, el esposo se encontraba caminando por el centro. El buen hombre se encontró con un tumulto de personas alrededor de un vendedor de libros. Se acercó a curiosear; vio que estaba ofreciendo un ejemplar de una reciente edición del tratado de Babá Metziá. La novedad era que se editaba por primera vez con el comentario del Rashash. Tomó en sus manos el volumen y vio que estaba impreso con una belleza particular. “¡Estudiar con esta Guemará sería un placer!”, exclamó. No pensaba en sí mismo, sino en su hijo, quien era perseverante en el estudio del Talmud. Él estaba por comenzar a estudiar el tratado que tenía en las manos. Sin pensarlo más, se aventuró a preguntar el valor del libro. Cuando escuchó el precio, se dio cuenta de que era exactamente la cantidad que llevaba. Metió la mano en su bolsillo y, cuando iba a sacar los billetes, pensó: “¡Un momento! Este dinero está destinado para el vestido de mi esposa. Iré a preguntarle si podemos dejar lo del vestido para después. Veo que los libros se están acabando y en lo que voy y le pregunto seguramente se van a terminar, y el vendedor regresará dentro de varios meses. ¿Qué hago? ¡Necesito decidir ahora mismo…! Lo compraré. Seguramente mi esposa estará de acuerdo conmigo en que será una mejor inversión”.
El hombre adquirió la Guemará. Caminaba orgulloso a su casa y encontró al Rab de la ciudad, quien le preguntó acerca del paquete que llevaba bajo el brazo. Le contó la historia y el Rab decidió acompañarlo para ver la reacción del hijo ante la adquisición. Al acercarse a su casa, le surgió un poco de remordimiento: “¿Y si mi mujer no está de acuerdo con lo que hice?”. Ya era demasiado tarde para reflexionar. Entró a la casa. La esposa lo recibió y le preguntó sobre el paquete que llevaba. El hombre lo puso delante de ella. Cuando lo abrió, su joven hijo, que se encontraba observando, saltó con emoción a hojear el valioso ejemplar del Talmud mientras escuchaba lo acontecido. Cuando la madre se percató de lo sucedido, exclamó: “¡Estoy feliz! ¡Nunca había recibido un obsequio tan hermoso como éste!”.[1]
La educación en general, y la de los niños en particular, se basa principalmente en la imitación e identificación. Nuestros hijos, por más pequeños que sean, son muy sensibles y están muy atentos a lo que sucede a su alrededor; analizan toda nuestra conducta, aun cuando creemos que no entienden, y de acuerdo con todo lo que ven adquieren el carácter con el que se conducirán el día de mañana. La imitación es la forma en que tus hijos manifiestan la admiración que sienten por ti…
Cierta vez un educador se encontraba platicando con el hijo de una pareja que era conocida por su devoción y entrega al servicio de Hashem. El pedagogo preguntó al niño qué era lo más importante que existe en el mundo. El chico respondió: “El dinero”. El educador se sorprendió y dijo: “¿Realmente crees eso? ¿No crees que estudiar Torá y llegar a ser un Talmid Jajam es lo más importante?”. El niño respondió: “Sí… también eso es importante”. “Y entonces, ¿de dónde salió la idea de que el dinero es tan importante?”. El niño respondió con tristeza: “Todos nuestros problemas se deben a la falta de dinero. Cuando pido algo, mi papá me dice que es muy caro y que no podemos permitírnoslo. Mis padres se pasan horas preocupados para idear cómo cubrir las deudas… ¡Si tuviéramos dinero, viviríamos mucho mejor…!”.
En realidad los padres de este niño llevaban una vida de acuerdo con las aspiraciones que expresaban ante los niños. Y no sólo ante ellos, toda la gente deseaba ser como ellos. Entonces, ¿qué pasó? ¿En qué estaban fallando? No es suficiente mostrar a los hijos lo que deseamos infundirles por medio de nuestro comportamiento; obviamente, esto forma parte fundamental de la educación. Sin embargo, esto no lo es todo. Debemos observar cómo es percibida nuestra conducta a los ojos del aprendiz, ¡cómo la entiende él! Es un error muy grave pensar que su percepción natural es similar a la explicación que les damos nosotros.[2]
Ellos deben percibir que las mitzvot son como alhajas de las cuales estamos orgullosos y no como un yugo pesado. Cuando un hijo observa, por ejemplo, que en casa se dicen berajot en voz alta y se honra al Shabat con comidas especiales y melodías, y hay un clima de alegría; cuando ve que en la casa hay respeto, orden y armonía; cuando ven que disfrutamos estar con ellos, escucharlos y compartir sus vivencias, absorben todo esto de una forma especial y pasa a ser parte de ellos mismos. El padre a los hijos hará conocer Tu verdad.[3] Para transmitir el mensaje de Hashem a nuestros hijos, no es suficiente demostrarlo sólo con palabras. El ejemplo no es la principal manera de influir en los demás; es la única. Nuestros hijos son eslabones esenciales en la cadena que mantiene vigorosa y creciente la tradición de la Torá. Ellos son los que, con su santificación o profanación, definen la eternidad de nuestro pueblo. Tenemos esta gran responsabilidad, así como el privilegio de continuar construyendo la cadena milenaria que une a todo Am Israel. De ti y solamente de ti depende que continúe acoplada a las siguientes generaciones.©Musarito semanal
“Si lo oigo, lo olvido; si lo veo, quizá lo entienda.
Si lo oigo y lo veo, lo entiendo y lo retengo.”
[1] Rab Abraham Kalmanovich.
[2] Educando o destruyendo, págs. 103-104; R. Moshé Goldstein.
[3] Yeshayá 38:19.
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