Humildad
“Al descender de la montaña, Moshé no sabía que su piel resplandecía” (34:29).
Al final de la perashá se relata el hecho de que Moshé sube por segunda vez al Monte Sinaí y suplica misericordia para el pueblo que había pecado con el Becerro de Oro. Hashem acepta su ruego y le ordena erigir el Tabernáculo. Luego de esto, asciende por tercera vez y permanece allí cuarenta días y cuarenta noches, escribe en las segundas tablas los Diez Mandamientos: Y sucedió que cuando Moshé descendió de la montaña del Sinaí, con las dos Tablas del Testimonio en la mano de Moshé al descender de la montaña. Moshé no sabía que la piel de su rostro resplandecía. Cuando Aharón y todos los Hijos de Israel lo vieron, tuvieron miedo de acercarse a él.[1]
El Or Hajaim pregunta: “¿Por qué la Torá repite que bajó de la montaña? Y además, ¿para qué la Torá nos relata que Moshé no sabía que su rostro irradiaba luz?”.
Para responder ambas preguntas, analicemos un Midrash, que dice: “Cuando Hashem estaba a punto de entregar la Torá, dos montañas: el Monte Tabor y el Monte Carmel, quisieron estar allí: Así como está fija Tabor entre las montañas y Carmel junto al mar...[2] Tan grande era su deseo de que la Torá fuera dada en ellas que el ángel designado para cada una hizo que se desarraigaran de su lugar y se fueran hasta el desierto de Sinaí. Una vez que llegaron al lugar, una discusión estalló entre ellas; cada una insistía clamando: “¡Yo soy la más apropiada para recibir la Torá!”. No obstante, Hashem las rechazó diciendo: “¿Para qué discuten entre ustedes? Ya escogí al Monte Sinaí”. Ellas objetaron: “¿Y qué tiene Sinaí que no tengamos nosotras?”. Hashem respondió: “Ustedes son defectuosas para este fin. Ustedes tienen una joroba”. Ambas fueron descalificadas porque su arrogancia fue justamente su defecto. Entonces Hashem eligió al Monte Sinaí como el sitio de la entrega de la Torá: El Monte de Hashem (Har Sinaí),[3] es un Monte fértil; las altas cumbres son montes fértiles también. ¿Por qué habrán de enaltecerse las altas cumbres?[4] A pesar de su desilusión, esas dos montañas fueron recompensadas siendo arrancadas y reubicadas en Éretz Israel.[5]
La lección que podemos extraer de esto es que la supremacía que ostenta el orgulloso no lo hace superior a los demás. ¡Por el contrario, esa superioridad es su propio defecto personal…! La diferencia entre un orgulloso y un humilde reside en que los dos saben qué valores poseen. Sólo que el humilde piensa que esa es su naturaleza y no tiene de qué enorgullecerse. Sin embargo, el vanidoso tiene que cargar sobre sus hombros una supremacía que no le pertenece; esto lo encorva y ese es precisamente su defecto.
La Torá tenía que entregarse en un lugar alto y el Monte Sinaí tenía altura; sin embargo, él se consideraba como un valle con una cierta elevación; así era su naturaleza…, no sentía poseer alguna supremacía sobre las demás, no se enorgullecía de esto. Y por ello el versículo específica y reitera de dónde venía Moshé; él sabía que su cara resplandecía, pero pensaba que todos los demás también habían adquirido esta característica cuando recibieron la Torá; es como una persona que entra a una perfumería y sale oliendo a perfume, y no se jacta de ello.[6]
Rabí Akibá Eiger fue un gigante, pero de baja estatura física. Tanta era su constancia en el estudio, se “metía” tanto en los libros, que su espalda se encorvó, acortando aún más su estatura. Fue un hombre que se hacía querer y santificaba su tiempo para la gente. En su generación fue engrandecido y querido sin límites. Cuando viajaba a Varsha (Varsovia, la capital de Polonia) para dictar alguna conferencia, toda la comunidad se reunía para recibirlo; todos querían ver la santidad que reflejaba su rostro.
Cuando llegaba a alguna hostería en una carreta sencilla, era rodeado por todos los Jajamim de la ciudad y por los más altos dirigentes que valoraban enormemente su espiritualidad. Giraba, miraba toda la calle, de un extremo al otro, y la veía llena de personas que se amontonaban. Todos los ojos se dirigían a él; con gran sentimiento y emoción, decía en voz alta: “Estoy confundido… ¿acaso en Varsha no hay hombres de baja estatura con una joroba como la mía?”.
Contaron este relato a Rab Elazar Menajem Man Shaj y al final le preguntaron: “¿Es posible que fuera tan inocente? ¿Acaso no sabía que era el Rab más grande de la generación, el Gadol HaDor, y que todos los que estaban allí se congregaban para rendirle honores?”. Les respondió Rab Shaj: “¡Seguro que lo sabía! Y en nuestras manos está la prueba de ello. Voy a relatarles algo que sucedió: cierta vez se desató una pelea entre dos imprentas; los dueños de una de ellas, que se ubicaba en Sklavita, eran los nietos de Rab Pinjas Mikuritz. La otra imprenta era de Vilna. La discusión llegó hasta la mesa de los Rabanim más importantes; Rabí Akibá Eiger falló a favor de la imprenta de Vilna. Los dueños de la imprenta de Sklavita apelaron argumentando que la decisión del Gaón no había sido del todo objetiva, que aparentemente había sido presionado por miembros de su familia, y por tanto, su dictamen no había sido acorde con lo que dicta la Torá, sino que había sido producto de intereses personales o de otra índole.
El Gaón escuchó los rumores y su malestar era incontenible. Enseguida ellos fueron golpeados por la Justicia Divina: el gobierno inició una investigación presumiendo alguna asociación con empresas ilegítimas, sin que existieran pruebas ni acusaciones previas. Sin aviso, fueron detenidos y encarcelados mientras comenzaba el proceso legal. El veredicto del juez fue que recibieran varios latigazos y posteriormente fueran encarcelados por varios años. Entendieron ellos que el castigo se debía a la ofensa cometida contra Rabí Akibá Eiger y enviaron a sus conocidos para pedirle clemencia.
El Rab les respondió: “Si ellos me hubieran ofendido a mí, estarían perdonados. Pero ellos hablaron mal sobre un juicio de la Torá, y en esto hay implícita una profanación del Nombre de Hashem, al decir que los jueces inclinaron su decisión. Esto no tiene perdón; ni yo tengo la capacidad para proporcionarles el perdón…”. “Pero ellos son estudiosos de la Torá y vienen de familias muy honorables. ¿Podría usted hacer algo por el Honor de la Torá…?” La respuesta fue terminante: “¡El honor a la Torá en esta generación soy yo…!”.
Rabí Akibá Eiger era un hombre muy humilde; sin embargo, no menospreciaba su sabiduría ni el nivel en el que se encontraba. “Entonces, ¿por qué se extrañaba con la presencia de tanta gente que se aglomeraba para mirarlo?”, preguntó Rab Shaj. “Él sabía que su sapiencia y su grandeza eran proporcionadas por Hashem; él sentía que era su naturaleza y por eso se extrañaba del alarde que hacía la gente por él…”.[7]
Moshé Rabenu se comportaba así y, aunque la Torá atestigua que Moshé era sumamente humilde, más que todos los hombres que están sobre la faz de la tierra,[8] logró llegar a donde ningún otro ser humano ha podido: subió al Cielo, luchó contra los Ángeles, recibió la Torá directamente de Hashem, fue el más grande de los profetas, no hubo ni habrá alguien más grande que él. Seguramente estaba consciente de que poseía todos estos logros y virtudes; ¿cómo logró entonces ser tan humilde?
La respuesta es que él sabía algo más… Sabía que todos estos atributos no dependían de él, que su sabiduría no dependía de su capacidad, que todo cuanto poseía era solamente un regalo de Hashem para que pudiera dar y dirigir al pueblo querido y amado por Hashem. Todo el que sabe que toda su grandeza, su sabiduría, sus aptitudes son sólo para dar a los demás, es imposible que sienta soberbia; siempre estará agradecido y dedicado al prójimo.©Musarito semanal
“El único símbolo de superioridad que conozco es la bondad”
[1] Shemot 34:29-31.
[2] Irmeyahu 46:18.
[3] Rashí.
[4] Tehilim 68:16, 17.
[5] Meguilá 29b; Maharshá; Rashí; Bereshit Rabá 99:1.
[6] Rab Itzjak Goldwasser, según el Maharshá.
[7] Extraído de Mayán HaShabúa.
[8] Debarim 12:3.
.