La Misión del Educador

 

 

 

“Y estas son las leyes que pondrás delante de ellos” (21:1).

 

 

Hashem ordena a Moshé que enseñe las leyes de la Torá como una mesa servida y lista para comer de ella. La lección debía ser tan clara y tan a la mano como los alimentos que se encuentran delante de los comensales. El código de leyes judías es conocido como el “Shulján Aruj”, que literalmente significa “mesa puesta”. Esto significa que en todos los temas de Halajá uno debe actuar con total integridad, así como se cuida con la comida que introduce a su boca.[1] Hashem dijo a Moshé: “Que no se te ocurra decir: Yo impartiré las lecciones que recibí de Hashem cuando subí a Har Sinaí. Les enseñaré dos o tres veces, pero no me molestaré en hacerles comprender las razones del tema ni su explicación”.

 

Hashem advierte a Moshé acerca de cómo debe ser el perfil que requiere la persona que enseña Torá a los demás. No es suficiente repetir simplemente una lección dos o tres veces, sino que, en cambio, un maestro debe exponer las ideas al alumno de forma clara y concisa, a fin de que el alumno entienda totalmente el tema en cuestión.[2]

 

Rab Israel Yaacob Lubchansky trató, una vez, de influir espiritualmente sobre cierto alumno durante muchos meses. A pesar de haber dedicado mucho tiempo al joven, sus esfuerzos resultaban insuficientes; el muchacho se resistía a recibir la enseñanza del Rab. Había llegado a un punto en que el Rab expresó con sinceridad que comenzaba a perder la paciencia y esto provocó un sentimiento de indiferencia e incluso de rechazo hacia el joven. “Fue entonces que un pensamiento se apoderó de mi mente y me decía: ‘Hashem no te concedió el privilegio de tener hijos, pero supongamos que este joven fuera tu propio hijo. En ese caso, ¿lo ignorarías?’. ¿Por qué entonces lo estoy rechazando? ¿Sólo porque pertenece a otra persona?”. Después de esta reflexión, el Rab se sintió renovado; se fortaleció al ser invadido por el amor hacia su querido alumno, y así su indiferencia se convirtió en apego. Comenzó a trabajar de nuevo con él, y con el tiempo el joven creció para convertirse en un destacado rabino.[3]

 

Un padre trajo a su único hijo a la Yeshibá de Volozhin. El padre habló con Rab Naftalí Tzvi Berlin, el Rosh Yeshibá, y le solicitó que tuviera un cuidado especial con su único hijo. “Usted tiene solamente un hijo”, dijo el Rabino; “yo tengo cuatrocientos únicos hijos”.[4]

 

Rab Yaacob Itzjak Ruderman recordó que, cuando era un joven estudiante, estuvo cierta vez en medio de una conversación con Rab Natán Tzvi Finkel, Rosh HaYeshibá de Slavodka, cuando entró su hijo, Rab Laizer Yudel Finkel. A pesar de que el Rab Natán Tzvi Finkel no había visto a su hijo durante varios años, casi no posó su mirada en él y continuó la discusión con su alumno hasta finalizarla. Luego se dirigió a su hijo y lo saludó con un cálido abrazo. Más tarde su mujer le preguntó: “¿Por qué has ignorado a nuestro Yudel?”. Entonces él contestó: “¡Estaba conversando con Yaacob Itzjak!”. “¡Pero Laizer es tu hijo!”, ella protestó. “También Yaacob Itzjak es mi hijo”, él respondió.[5]

 

Cuentan sobre un Rosh Yeshibá de nuestra época que no tuvo el mérito de ver a sus propios hijos como Talmidé Jajamim, sino como personas comunes. En el mismo edificio vivía una persona común que sí tuvo el mérito de ver a todos sus hijos como Talmidé Jajamim, y a su vez sus hijas se casaron con renombrados estudiantes de Torá. En cierta ocasión, se lamentó ese Rosh Yeshibá delante de su vecino. El Rab le confesó que no sabía por qué sus hijos no salieron como él, y cómo era posible que él consiguiera esa clase de hijos y yernos. “¿Qué método empleaste para tener ese resultado?”, le preguntó el Rosh Yeshibá. El vecino le respondió: “Es muy simple: quien invierte en sus hijos, luego recoge los frutos. En su casa, los viernes en la noche, cuando usted regresa del knis, hace Kidush rápido, comen de prisa, los cantos de Shabat se hacen sistemáticamente y hacen enseguida Birkat HaMazón”.

 

“Bueno”, respondió el Rab, “como usted sabe, tengo que preparar la disertación que daré al otro día en la Yeshibá.” “¡Ese es el problema!”, le increpó el vecino. “La consecuencia es que también sus hijos se dispersan por la casa y se pierde el sabor del Shabat, que es como el placer del Mundo Venidero. Sin embargo, en mi casa me reúno con mi familia con alegría, con tiempo. Cantamos Shalom Aléjem en forma pausada, y realmente se parecen a ángeles del Todopoderoso. En el Kidush, todos lo escuchan y parezco, en ese momento, como un rey en mi mesa. Luego doy la berajá a cada uno de ellos, hacemos netilat yadaim, y gustamos de lo que se preparó. Entre cada porción aprovecho para escuchar a mis hijos cómo comentan lo estudiado durante la semana; aprovecho para sacar algo nuevo de los estudios y a su vez los aliento para que crezcan más y más. Al final, todos juntos cantamos las canciones de Shabat y sentimos el placer de la mesa de Shabat, lo cual los alienta a ser Talmidé Jajamim.”

 

No hay magia; hay dedicación y amor. Rabí Elazar ben Azariá dijo: “Donde no hay enseñanza no hay bondad, y donde no hay bondad no hay enseñanza”.[6]

 

Un hijo es siempre único para su padre. Sin embargo, en ocasiones tenemos que apoyarnos en un maestro. El problema es que él no tiene un solo discípulo; su enseñanza se extiende a varios. Es por eso que la responsabilidad recae primero sobre el padre y, cuando se busca la ayuda de un maestro, él tiene la obligación de tomar a todos y cada uno como “hijos”; en cierto sentido, son como los hijos propios.[7]

 

¡Qué grande e importante es la responsabilidad del educador! Debe adquirir la paciencia necesaria para explicar las cosas detalladamente. El Talmud señala al gran sabio Hilel como un modelo de maestro, pues nunca perdía la calma, aun cuando constantemente le hacían preguntas frívolas.[8] Rabí Peredá solía repetir con un alumno hasta cuatrocientas veces cada lección y obtuvo una gran recompensa.[9] Si encuentras a un estudiante que tiene dificultades con sus estudios, atribúyelo a que su maestro ha fallado en mostrar un semblante apacible.[10] Rabí Elazar dijo: “Que el honor de tu alumno sea tan querido para ti como el tuyo propio… y la reverencia para tu maestro como el temor del Cielo”.[11] Está escrito en el Talmud: “Dice Rabí Janiná: He aprendido mucho de mis maestros, y más que eso, aprendí de mis colegas, pero de mis alumnos aprendí más que de todos ellos”. Dado que el maestro se beneficia mucho de su estudiante, Rabí Elazar instruye al maestro que el honor de su estudiante debe ser tan preciado para él como el suyo propio. Por otra parte, instruye al estudiante que, si bien el maestro se beneficia mucho de él, el alumno debe tener el máximo respeto para con su maestro, al grado que es comparable con el temor del Cielo.

 

Los alumnos observan y analizan a un maestro meticulosamente. Estar mucho tiempo en presencia del maestro les da una oportunidad de evaluar el grado de su temor al Cielo. La Mishná está diciendo que si el maestro espera que los estudiantes le “teman”, depende de su temor al Cielo. Si ellos lo ven grande en este atributo, también se aferrarán a él con temor reverente.

 

Esto es lo que aprendemos de la orden que dio Hashem a Moshé: la persona que enseña debe hacer a un lado su propia elevación espiritual y dedicarse en cuerpo y alma a explicar las leyes a sus alumnos, hasta que sean comprendidas en su totalidad. El único interés que debe tener en mente es la superación espiritual de sus discípulos.

 

En los tiempos de la resurrección de los muertos, los justos se elevarán a la vida eterna y los malvados al desprecio eterno. Ellos, los sabios que se ocuparon de la Torá y las mitzvot, brillarán como luces en el firmamento, y aquellos que convirtieron a otros en justos, como los maestros de Torá de los niños judíos, brillarán como estrellas para siempre.[12]©Musarito semanal

 

“Un padre es alguien que da a su hijo la vida física; un maestro de Torá da a sus alumnos una vida espiritual.”[13]

 

 

 

 

 

[1] Rab Moshé Leiv Misasov.

 

[2] Rab Israel Yaacov Lubchansky.

 

[3] Rab Jaim Shapiro; Ama a tu prójimo, pág. 189, Rab Zelig Pliskin.

 

[4] Yejidé Segulá, pág. 61; Amarás a tu prójimo, pág. 459, Rab Zelig Pliskin.

 

[5] Jewish Observer; Amarás a tu prójimo, pág. 460, Rab Zelig Pliskin.

 

[6] Pirké Abot 3:17.

 

[7] Gur Aryé.

 

[8] Shabat 30b-31a.

 

[9] Erubín 54b.

 

[10] Taanit 8a.

 

[11] Pirké Abot 4:12.

 

[12] Babá Batrá 8b.

 

[13] Pirké Emuná, págs. 191-196.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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