El libre Albedrío
“Y la serpiente era la más astuta…” (3:1).
Una vez que Hashem creó al hombre, decidió que no era bueno para él que estuviera solo. Trajo a todos los animales y aves ante Adam, y éste les dio nombre. Pero entre todos ellos él no pudo encontrar compañera para sí. En consecuencia, Hashem sumió a Adam en un profundo sueño, sacó una de sus costillas y luego cerró la herida con carne.
A partir del hueso que extrajo del hombre, Hashem dio forma a una mujer, la cual llevó ante Adam. Luego ubicó a ambos en el Jardín del Edén, donde podrían comer de todo, excepto del fruto del Árbol del Conocimiento. Sin embargo, Javá se dejó influir por la astuta serpiente, comió del fruto prohibido y lo dio a probar a Adam.
Como resultado de esta transgresión recibieron el castigo divino: fueron obligados a abandonar el Gan Eden y comenzaron su vida humana, tal como la conocemos, experimentando las dificultades del trabajo para su sustento y el sufrimiento del parto. También la serpiente recibió su castigo y a partir de entonces se arrastra sobre la tierra y come polvo.
Desde esta ocasión no solamente debemos hacer un gran esfuerzo para ganar el sustento diario, sino también tenemos la misión de librar una gran batalla contra el yétzer hará…
Un acaudalado hombre quiso ampliar su negocio. Envió cartas a los empresarios de la ciudad vecina para invitarlos a invertir en sus nuevos proyectos. Una vez que las citas fueron concertadas, buscó un carretero para que lo llevara con prontitud a la ciudad. Después de que acordaron el precio y la hora de salida, cada cual fue a preparar sus cosas.
Al otro día, muy temprano, cargaron todo lo necesario y partieron puntualmente. El camino estaba lleno de lodo, por lo que a los caballos se les dificultaba correr como era su costumbre, y la noche cayó mientras se encontraban en medio de un espeso bosque. El carretero buscó un claro y detuvo el vehículo, explicando a su cliente que de continuar corrían el peligro de sufrir una volcadura. El cochero desensilló los caballos y cada uno preparó su saco para dormir. El rico tardó más en acomodarse que en quedarse profundamente dormido. El carretero soñaba despierto: “Si yo tuviera la riqueza de este hombre, ¿cuántas cosas no haría? Compraría un gran palacio con mucha servidumbre; adquiriría… tierras… haría….”, hasta que se durmió.
Cuando amaneció, el carretero despertó aún ilusionado con sus pensamientos de riqueza. Se levantó para vestirse y vio la ropa del rico, que seguía dormido, y del otro lado estaban colgadas las raídas y toscas vestimentas propias de un carretero. Tomó las ropas finas y de prisa se vistió. ¡Ahora sí se sentía grande, poderoso!
Vio al hombre que roncaba plácidamente y lo pateó: “¡Levántate, holgazán! ¡No te contraté para que durmieras! ¡Levántate o te paro a golpes!”. El adormilado hombre se talló los ojos, pensando que seguía soñando. “¿Qué… qué te pasa…? ¿Qué haces con mis ropas? ¡Vamos, no estoy para bromas! Entrégame mi ropa y vámonos. ¡Tengo varios negocios importantes que atender!”, dijo, mientras se levantaba.
El “nuevo rico” le contestó, amenazante: “¡Mira, si no te apuras a empacar las cosas en la carreta, voy a darte una paliza tan fuerte que no podrás salir solo de este bosque!”. Cuando el “hombre pobre” vio que no se trataba de una broma y que estaba en manos de un loco, decidió no discutir. Se vistió con las ropas del cochero, preparó la carreta y retomaron el camino.
Apenas llegaron a la ciudad, “el conductor” se dirigió al Bet Din, que estaba encabezado por Rab Yejezkel Landó, mejor conocido como Nodá BiYehudá. Los dos hombres llegaron gritando al Bet Din, reclamando cada uno un intento de robo de identidad.
El Nodá BiYehudá escuchó a ambos y les pidió que regresaran al siguiente día muy temprano, para juzgar y esclarecer el conflicto. Cuando se retiraron, dio instrucciones al shamash de que no los dejara entrar hasta casi la puesta del sol.
Al día siguiente llegaron los demandantes y se sentaron en una banca que se encontraba fuera del juzgado, donde habían sido citados por el Rabino. Los hombres continuaban discutiendo, mientras otras personas salían y entraban a consultar al Rab.
Ya entrada la tarde, los hombres se encontraban agotados. El Rab abrió de repente la puerta y gritó: “¡Que pase el carretero!”. Instintivamente el impostor se levantó de la banca y cuando recordó que él no debía pararse, se sentó de nuevo. “¡Demasiado tarde!”, dijo el Rab. “Devuelve todo lo que quitaste al otro.”
La serpiente fue un ser puesto en el Gan Eden para incitar al ser humano a pecar, y de esa forma darle la posibilidad de manifestar su libre albedrío. En ese lugar asediaba al hombre desde afuera, pues así era relativamente fácil que escapara para no escuchar sus consejos.
Después del pecado, este maligno ser se introdujo en la mente del hombre y desde allí lo seduce a pecar. Desde este lugar es muy difícil que el ser humano escape. La serpiente arremete una y otra vez; no se rinde hasta que alcanza su objetivo; nos confunde hasta que ya no distinguimos quién es el rico y quién el carretero. Seduce a su víctima hasta que ésta, aturdida, piensa: “¿Hacia dónde debo dirigirme? “¿Qué debo buscar en la vida? ¿Los placeres? ¿La eternidad? ¿Bienes materiales o bienes espirituales?”. Cuando la persona se encuentra confundida, cae fácilmente en el pecado. Entonces el villano vuela hacia el Cielo y se convierte en fiscal, y acusa al “pecador”, para luego asumir el puesto de verdugo y ejecutar el castigo.
Debemos hacer mucha tefilá a fin de que Hashem nos ilumine y nos otorgue la inteligencia para saber distinguir entre la verdad y la mentira, entre el bien y el mal, entre lo que es correcto ante los ojos de Hashem y lo contrario… Es muy difícil superar esta prueba y necesitamos de la ayuda Celestial para conseguirlo. ©Musarito semanal
“La persona debe buscar que la verdad sea su razonamiento y no que su razonamiento sea la verdad.”[1]
[1] Rab David Budni.
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