Las promesas
Perashat Matot
“No profanará su palabra, según lo que salga de su boca hará” (30:3)
Esta Perashá trata, entre otros temas, las leyes concernientes a las promesas y los juramentos (nedarim y shevuot). Si un hombre formula una promesa al Todopoderoso, o se comprometía con un juramento, no puede profanar las palabras que salen de su boca. La Torá nos enseña que nadie, por más sabio y santo que fuere, puede anular lo que dijo por si mismo, sino que depende de un tribunal experto, que es quien tiene la autoridad, después de un minucioso análisis de las circunstancias bajo las cuales se hizo el juramento, si las razones son justificadas entonces el juramento puede ser anulado (Atarat Nedarim).
En el Talmud encontramos varios comentarios acerca del valor legal de las promesas. Cuando se habla de promesas, no es necesario que se jure o se prometa, la simple expresión de comprometerse a realizar cierta acción requiere de su cabal cumplimiento o de lo contrario anularla con el procedimiento legal correspondiente. Quien asume un voto, está asumiendo una gran responsabilidad, pues, si bien los seres humanos no somos quienes definimos qué conducta es buena para nosotros y cuál no, Hashem nos confió un fuero propio, en el cual estamos obligados a obedecer lo que hemos decretado mediante nuestra palabra.
El emperador Adriano tenía dos consejeros en quienes confiaba. Uno de ellos solía hablar bastante, mientras que el otro veía en el silencio una virtud mayor. Cada uno de ellos daba pruebas comprobando que su punto de vista era el correcto. Quien creía en el poder del habla usó como ejemplo a los negocios, como prueba de la importancia de la palabra. “De no ser por el habla, no habría comercio. El comerciante habla para poder vender su mercancía, y el cliente la utiliza para regatear. Me parece que todo depende de la palabra.”
Adriano se volvió hacia su segundo consejero, queriendo escuchar por qué abogaba por el silencio sobre todas las cosas. Entonces el consejero se puso a describir las ventajas del silencio. En medio de sus argumentos, el primer consejero se acercó a su adversario y lo golpeó en la boca. “¿Por qué golpeas a tu compañero en su boca?”, preguntó Adriano. El primer consejero replicó: “Majestad, tengo derecho a decirle que calle. Cuando yo traje pruebas comprobando que la palabra era de máxima importancia, utilicé el habla para ayudarme a demostrarlo. Si quiere alabar el silencio, lo menos que podríamos esperar de él es que se quedara callado demostrando que el silencio es lo mejor”.[1]
La persona tiene el poder de convertir mediante su palabra algo mundano en santo, porque cuando la persona cuida su boca, ésta se convierte en un elemento de santidad. Así como en el Templo los utensilios de santidad tenían el poder de santificar las ofrendas que eran dispuestas en ellos, las palabras que salen de la boca de la persona que es cuidadosa de no profanar su habla tienen el poder de santificar algo mundano.
Cuentan acerca de una pareja de yehudim que, luego de veinte años de casados, seguían sin tener hijos. Decidieron viajar a Israel con la esperanza de que cambiara su suerte. Después de tres años, el marido, a quien llamaremos Reubén, se encontró con su amigo Shimón, que había llegado a Israel a cerrar un negocio. Charlaron un rato hasta que Shimón le preguntó el progreso de su tratamiento para tener hijos. Reubén le contestó que todavía estaban esperando la salvación. Shimón sintió un gran dolor por él, por lo que intentó hacerlo desistir de sus ilusiones, diciéndole que no a todos les daba resultado el tratamiento y que ya era hora de planear su futuro sabiendo que no tendrían hijos. Shimón se despidió de su amigo, volvió a su hogar y contó a su esposa sobre su encuentro con Reubén. Enojada, ella le dijo: “¡No debiste hablarle de esa manera!”. “Yo soy su mejor amigo”, contestó Shimón; “y él debe ser realista y aceptar su situación, y aprender a vivir con eso”. “¡¿Y tú qué sabes?!”, dijo ofuscada la mujer. “¡Posiblemente sí van a tener hijos…!”. Shimón, para reforzar su idea y demostrar su convicción, le contestó: “¡Si ellos llegaran a tener hijos, cierro mis negocios acá y me voy a Israel para ser un abrej, y dedicarme todo el día al estudio de la Torá!”. Así concluyó la charla.
Pasaron cinco años. Reubén y su esposa tuvieron un niño y una niña. ¡Qué alegría! No paraban de agradecer a Hashem. Obviamente, el primero en conocer la noticia fue su mejor amigo, Shimón, quien lo felicitó mientras para sus adentros pensaba: “¿Cómo haré para cumplir la promesa que he hecho?”. No sabía qué hacer, así que decidió viajar a Israel para preguntar a Rab Jaim Kanievsky la forma en que debía proceder. Cuando estuvo delante del Rab le contó toda la historia; le explicó los motivos que le impedían cumplir con su promesa. ¿Cómo iba a cerrar sus negocios e irse de su país así como así? Tenía montones de argumentos que le impedían cumplir con su palabra. “¡Lo que dije fue sólo un chiste…!”. Shimón insistió y siguió preguntado acerca de las opciones posibles… “¿Tal vez puedo enviar a un shalíaj (enviado) a que lo haga por mí…?”, insistía Shimón. “Estoy dispuesto a financiar todos los gastos…” El Rab pensó y al final le contestó que debía cumplir con su promesa: “Quién sabe si ellos pudieron tener hijos gracias a la promesa que tú hiciste… Frente a un milagro como éste no puedes mandar un shalíaj”, contestó finalmente el Rab; “tendrás que ser tú mismo quien lo haga.” Así fue como Shimón cerró sus negocios, se trasladó junto con su familia a Éretz Israel y hoy es un abrej que se dedica todo el día al estudio de la Torá.[2]
Es sabido cuán grave es hacer juramentos. Está escrito: Todo el que jura se considera pecador.[3] Algunas personas piensan que cuando expresan con frase belí néder (“sin promesa”), tienen permiso para comprometerse y no cumplir, y eso no es cierto.[4] Por ejemplo, cuando una persona sube al Séfer Torá y se compromete a donar cierta cantidad, debe ser muy cuidadoso y entregar con prontitud su donativo; igualmente cuando hacemos alguna mitzvá con la intención de seguir haciéndola. Esto es considerado como juramento. Por tanto, aquel que se compromete a algo y no le es posible realizarlo, debe apresurarse en encontrar un refugio acercándose a un rabino para que deshaga su promesa. Sin embargo, debe procurar cumplir con lo que dijo y hacer todo lo que saque de su boca.[5] Es conocido lo que dijo Shelomó HaMélej: “No permitas que tu boca dé culpabilidad a tu carne y no digas al mensajero que fue un error, para que no se enoje Hashem por tu voz y destruya el trabajo de tus manos”.[6]©Musarito semanal
“Por sus palabras se reconocen los sabios, pero más por mantener cerrados sus labios.”[7]
[1] Relatos de Tzadikim, pág. 228.
[2] Extraído de Maor HaShabat, Rab Eliahu Saiegh.
[3] Taanit 11a.
[4] Shebet Haleví, jélek 10, cap. 156, Rab Shemuel Vozner.
[5] Pele Yoetz, Nedarim.
[6] Kohélet 5:5.
[7] Hameir LeDavid.