Apegarnos a Nuestras Raices
“Ve y reúne a los ancianos de Israel”, 3:16
La Perashá Shemot correspondiente al segundo libro de nuestra Torá, Shemot (Éxodo), comienza recordándonos los nombres de los hijos de Yaacob. Su descendencia fue fecunda y se multiplicaron. Un nuevo Faraón surgió en Egipto que no conocía lo que Yosef había logrado para Egipto, y temía que los Hijos de Israel se volvieran más fuertes que el pueblo egipcio y por ello inició una política opresora hasta llegar a convertirlos en esclavos. Así fueron incorporando más y más decretos, pero los judíos continuaban creciendo aún más. Sin embargo, el sufrimiento llegó al límite y los judíos alzaron sus ojos al Cielo clamando misericordia. Hashem recordó su Pacto con Abraham. Mientras Moshé apacentaba las ovejas de su suegro Itró, vio una zarza que ardía sin consumirse, y allí Hashem le ordenó ir con el Faraón para liberar a Su pueblo, Moshé debía informar a los ancianos sobre su aparición. Moshé les mencionó las palabras del Eterno y los ancianos creyeron en Hashem.
¿Quiénes eran estos ancianos? El Talmud declara que se refería al conjunto de hombres cuyos conocimientos y experiencia los hacían aptos para dirigir al pueblo de Israel.[1] Más adelante continúa el versículo: “Vayan ustedes mismos y tomen paja para ustedes de donde la hallen, pues no se reducirá en nada el trabajo de ustedes”.[2] El libro “Meshib Dabar” encuentra en este versículo una idea conceptual muy importante; Todos los sucesos de la vida traen consigo un mensaje, como dice el versículo: “Tomen con ustedes Teben”. Teben viene de Tebuná: Pensamiento. Esto es lo que debemos hacer: no ir como un autómata por la vida, debemos encontrar en cada paso el mensaje de lo que Hashem exige de nosotros, así como cuando quiere amonestar la conducta de alguien. Generalmente es muy difícil definir con el propio criterio ya que somos al mismo tiempo juez y parte: Quien sufre lepra no puede autoevaluar las manchas, debe ser otro quien dictamine su estado,[3] nadie ve sus propias manchas. Por eso Hashem colocó en nuestras vidas, primero a nuestros padres y también dispuso maestros y grandes Jajamim para que nos transmitan sus enseñanzas morales y la sabiduría que adquirieron con la experiencia de sus vidas.
No te apartarás de la palabra que ellos te declaren ni a la derecha ni a la izquierda”.[4] Se debe seguir las palabras de los Sabios incluso si te dicen que la derecha es la izquierda y viceversa.[5] Suena extraño la metáfora que los Sabios nos indiquen algo opuesto a la realidad como la direccionalidad de la derecha o izquierda. La respuesta está en saber en qué ubicación nos colocamos, si nuestra posición está enfrentada con la de los Sabios, entonces es lógico que lo que ellos nos indican como “la derecha” para nosotros sea lo opuesto “la izquierda”. La solución es muy simple, saber pararnos de su lado, si lo hacemos comprenderemos que antes veíamos la realidad de manera invertida y que el problema estaba en nuestra desubicación.[6] Como aguas profundas es el consejo en el corazón del hombre, pero el hombre entendido sabrá sacarlo.[7]
Por otro lado, los Jajamim también nos enseñan que es difícil relacionarse con un Padre Celestial sin haber establecido primero una relación con un padre terrenal. Es mediante nuestros ancestros que nosotros, el Pueblo Judío, hemos aprendido a comunicarnos con Hashem. Son sus nombres los que invocamos cuando nos levantamos tres veces diariamente para nuestros rezos en meditación silenciosa y es por el nombre de nuestros padres que somos identificados cuando somos llamados a la Santa Torá. Este es el secreto de la eternidad del Pueblo de Israel, mientras estaban en Egipto, cayeron en un pozo muy profundo, a los 49 niveles de impureza. Sin embargo, jamás olvidaron de dónde venían. Siempre supieron que sus padres eran motivo de orgullo y la base de su fe, y por ello no cambiaron sus nombres. Si bien se cuidaron en otros aspectos, sin cambiar sus vestimentas, cuidando su recato y guardando los secretos – este libro se llama Shemot – Nombres, pues lo esencial del mismo es el orgullo que sentían por sus nombres, que no cambiaron, recordando a sus patriarcas y las doce tribus.
Una de las ocupaciones comerciales de los judíos exitosos de Rusia era la compra y tala de bosques. Uno de ellos, un gran comerciante que sentía el peso de la vejez sobre sus hombros, decidió ceder la dirección de su empresa a sus hijos. Estos comenzaron a trabajar con gran voluntad y responsabilidad, y como nuevos comerciantes sin experiencia, consultaban con su padre cualquier tema complicado, y él con su sabiduría y experiencia, les aconsejaba qué hacer. En una oportunidad, se les presentó la posibilidad de comprar a un buen precio un bosque de miles de árboles para ser talado, y tal como era su costumbre fueron a consultar a su padre antes de cerrar la compra. Al oír los detalles del negocio, el padre se interesó en tres puntos, y les dijo así: “Les pido una respuesta clara a estas tres preguntas: la primera es ¿Cuán lejos está el bosque del agua? La segunda ¿En cuánto tiempo debe ser talado todo el bosque, según el acuerdo? Y la tercera ¿Cuánto les piden de anticipo?”. A la primera pregunta respondieron, que había una distancia de tres días. A la segunda, dijeron que el acuerdo era por tres años, y también detallaron el importe que según la propuesta, debían pagar el 100% de la operación por adelantado. Al oír las respuestas, el padre les indicó con palabras claras: “no compren el bosque que les han ofrecido”. No se extendió en explicar los motivos por los cuales se oponía al negocio.
El consejo de su padre no les pareció atinado. Al dejar la casa, uno de los hermanos dijo: “Nuestro padre está anciano, y parece ya no comprender sobre negocios. En mi opinión -agregó-, es que debemos comprar el bosque, y según mis cálculos nos enriqueceremos mucho”. Lo pensaron una y otra vez, hasta que finalmente se pusieron de acuerdo en que éste tenía la razón, por lo que cerraron la operación.
Aquel año surgió en el país una plaga que azotaba a los animales de carga, y por la falta de ellos, no pudieron llevar los árboles hasta el río para ser trasladados finalmente a su destino. Su suerte no mejoró y un problema fue llevando a otro, y esos tres años pasaron con muchas dificultades que se fueron acumulando, y los hermanos perdieron la mayor parte del dinero que invirtieron en la compra del bosque y en la tala de los árboles.
Avergonzados, fueron a ver a su padre, quien ya estaba más anciano después de esos tres años que pasaron, y le dijeron: “si no eres profeta, eres hijo de profeta, pues adivinaste que habría una plaga en los animales”... Su anciano padre les respondió, explicándoles lo que había sucedido: “No soy ni profeta, ni hijo de profeta. Ocurre que por la experiencia que acumulé en los muchos años de trabajo, las cosas me quedaron muy claras. Muchas veces vi a lo largo de mi vida gente que perdía su dinero comprando propiedades que, debido a la distancia entre el lugar y el agua, al no tener tiempo suficiente para la tala de los árboles. Esas personas, dieron poco dinero por adelantado y por ello perdieron poco. Su desgracia no fue tan grave. Pero cuando oí los detalles del negocio, que además de todo consistía en una suma muy elevada de dinero, les aconsejé no meterse, y la realidad demostró que estaba en lo cierto…[8]©Musarito semanal
“El mejor de los caballos precisa del látigo; el fuerte entre los hombres precisa de la espada; el sabio entre los sabios, precisa un consejero”.[9]
[1] Yomá 28b
[2] Shemot 5:11
[3] Taharot 2:5
[4] Debarim 17:11
[5] Rashí
[6] Lebush Yosef
[7] Mishlé 20:5
[8] Rabí Yehoshua Leib Diskin
[9] Rabí Abraham Jasday
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