La Tefilá, tu primera ocupación del día

 

 

“…porque no serviste a Hashem con alegría y buen corazón…” (28:47).

 

 

En la Perashá que corresponde a esta semana se menciona el tema de los bikurim (primicias). Cada año los agricultores debían atar los primeros frutos que brotaran. Una vez que cosechaban, llevaban los frutos a Yerushaláim en una canasta. Los pudientes tejían el cesto con hilos de oro, los pobres con mimbre. También agregaban un animal para el Korbán Shelamim. El toro preparado especialmente para la ofrenda iba adelante, sus cuernos adornados con oro y una corona de hojas de olivo sobre su cabeza. Caminaban al sonido de las flautas. Cuando se acercaban a Yerushaláim mandaban emisarios para anunciar la llegada. Los habitantes salían a recibirlos y les daban una cálida bienvenida. La flauta seguía sonando hasta que llegaban al Monte del Templo. Allí cada uno tomaba la canasta que traía consigo y entraba a la plaza. Entonces los Leviím comenzaban a cantar y entregaban las primicias al Cohén. Luego cada uno recitaba un versículo manifestando su agradecimiento y su creencia en que toda la tierra y su producción pertenecen a Hashem y son otorgadas al hombre gracias a Su Providencia.

 

Los bikurim están incluidos entre las cosas que no tienen una medida específica.[1] La persona que cosecha los primeros frutos de sus árboles podía dar una cantidad mínima o puede entregar todo un huerto. Cuando el agricultor subía a Yerushaláim para llevar las primicias lo hacía con todo el derroche posible; decoraba las canastas y los animales en donde eran transportados los frutos. Cuando llegaban al Bet HaMikdash, eran recibidos con música y cantos. Por otro lado, había otra contribución que también era llevada por los agricultores a Yerushaláim: era el Maaser Shení, y cuando se trataba de esta contribución, no lo llevaba con algarabía ni se le hacía ningún homenaje al campesino por su donativo.

 

¿Por qué el hecho de llevar los primeros frutos era símbolo de fiesta, mientras que la entrega del diezmo se hacía de forma simple y discreta?

 

El Midrash explica que Hashem dice: Sólo por la mitzvá de bikurim, el cielo y la tierra tienen razón de ser creados. ¿Por qué es tan especial este precepto? El motivo que nos dan los Jajamim es que el campesino tenía que realizar varias faenas antes de obtener sus frutos: arar, podar, fumigar, regar, etc. Invertía un gran esfuerzo hasta que llegaba el primer fruto. Esto le producía una gran alegría; de inmediato quería saborear “el fruto” de su esmero y dedicación, pero algo lo detenía. Ese fruto no era de su pertenencia. ¡Era —y es— de Hashem! Entonces colocaba esos frutos jugosos y los llevaba a Yerushaláim, donde era recibido con júbilo debido a la fuerza de carácter y lealtad que demostró a Hashem al donar su cosecha antes de obtener provecho de ella. ¡Este es el motivo del festejo!

 

El Maaser Shení, por el otro lado, llega mucho después, al final de la cosecha, cuando el granero se encuentra lleno, después de que ya “cobró”; entonces separa el diezmo… No es lo mismo cuando los almacenes se encuentran plenos de abundancia; en un caso así, el campesino no merece un reconocimiento especial. Es un deber que se cumple conforme lo dicta la ley, y no más.[2]

 

Esta es la lección de las primicias: no hay que invertir un gran esfuerzo para entender que Hashem es el Creador del mundo; es suficiente con voltear alrededor y apreciar las maravillas y la sabiduría que posee el entorno que nos rodea. Entender que también las cosas que la persona hace con sus propias manos dependen de la voluntad Divina ya no es tan fácil. Mi fuerza y el poder de mi mano han hecho para mí toda esta riqueza.[3] Si en lugar de pensar así el hombre reconoce que todo beneficio del que disfruta se debe a la misericordia y benevolencia de Hashem, las cosas entonces adquieren un valor distinto.

 

Por eso, la mitzvá de separar los primeros frutos se celebra con suntuosidad, pues, como explicamos, es lo primero que sale del esfuerzo de arar, sembrar y cosechar. Enfatizamos este hecho para tener siempre presente que todo, absolutamente todo proviene de Hashem…

 

Hoy casi ninguno de nosotros se dedica a las labores del campo. ¿Qué acción podemos realizar para recibir este importante mensaje?

 

Cierta vez llegó a la casa de Rabí Mordejai un discípulo para pedirle una bendición. Antes de bendecirlo, el Rab le preguntó: “¿Cómo distribuyes tus tareas durante el día?”. El discípulo comenzó a relatarle: “Me levanto muy temprano y voy a la ciudad. Allí hay gentiles que venden diferentes productos; llego antes de que otros adquieran los mejores artículos. Luego regreso a mi hogar; rezo y leo un poco de Tehilim. Recién después como algo, duermo un poco y por la tarde recorro el pueblo para vender la mercancía que adquirí. Al regresar, digo Minjá, luego Arbit, ceno y me acuesto. Esta es toda mi rutina”, concluyó el alumno.

 

El Rab escuchó atentamente sus palabras y dijo: “Voy a relatarte algo con lo que te darás cuenta del error en el que incurres día a día: un judío que no lograba conseguir el sustento en su pueblo decidió viajar a otras ciudades para probar suerte. Se separó de su familia prometiendo volver cuando hubiera hecho fortuna. Fue deambulando por distintos lugares hasta que en uno de ellos encontró un buen empleo, y comenzó a trabajar y a ganar dinero”.

 

“Pasaron los días y el hombre ahorraba cuidándose de no gastar una sola moneda de más. Cuando decidió volver, juntó las monedas de oro que tenía acumuladas y las colocó en una garrafa de vino. Entre ellas colocó una moneda de cobre, que mucho valor no tenía, pero era tal su ambición por el dinero que no la desechó. Ya en camino, al llegar el día viernes se hospedó en un hotel; pero surgió un inconveniente: ¿cómo iba a hacer para cuidar el dinero y evitar que se lo robaran? En Shabat no iba a poder llevarlo consigo. ¿A quién se lo daría para que lo guardase? Luego de considerar distintas posibilidades decidió confiárselo al dueño del hotel.

 

“Después de Shabat, cuando las estrellas cubrieron el cielo, el hombre pidió al hotelero que le devolviera el dinero. Apenas llegó a su habitación vació el recipiente en el piso y contó moneda por moneda, constatando que su tesoro estaba intacto. Luego buscó con ahínco aquella moneda de cobre que había colocado junto a las demás, y la encontró.

 

“Y bien”, dijo Rabí Mordejai, “ese hombre carecía de astucia, pues, ¿para qué iban a robarle esa moneda de cobre teniendo la posibilidad de llevarse las de oro?”.

 

“De la misma manera te comportas tú. Primero vas a trabajar y al volver rezas. ¿No te das cuenta de que si todas la mañanas Hashem te devuelve lo más preciado en una persona, la neshamá (el alma, las monedas de oro de nuestro ejemplo), no va a darte una cosa tan diminuta como tu sustento (la moneda de cobre)?”. El discípulo se quedó sorprendido por la lección del Rabí y le dijo que de allí en adelante no saldría a trabajar sin antes decir tefilá.[4]

 

Hashem nos concede diariamente el tesoro más grande que existe en el Mundo: tiempo. Al despertar te percatas que tienes 24 horas más de vida. Eres inmensamente rico. Recuerda: así como el agricultor debía separar los primeros frutos para Hashem, nosotros debemos hacer lo mismo. Los primeros momentos del día los ofrendamos con canto y alegría, hacemos la tefilá de la mejor forma posible y, una vez que terminamos, podemos salir a aprovechar las horas que restan del día… ©Musarito semanal

 

“Todo está en manos del Cielo, excepto los esfuerzos en materia de temer a Hashem.”[5]

 

 

 

 

 

 

[1] Peá 1:1.

 

[2] Hablarás de Torá, pág. 125, Rabí Moshé Bogomilsky.

 

[3] Debarim 8:17.

 

[4] Extraído de Maasé Abot.

 

[5] Berajot 33b.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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