Tefilá
“…con mi espada y con mi arco” (48:22).
Yaacob pidió a Yosef que se encargara de sepultarlo en Shejem, lugar que había tomado del emorí, que se refiere a Esav, su hermano, con su espada y su arco. Rashí explica que Yaacob se refería a que había conquistado esa tierra con sus armas espirituales. La sabiduría de un hombre es llamada “espada”, porque es aguda y filosa como una espada. Y la oración (tefilá) es llamada “arco” porque la lengua, de la cual depende la oración, es metafóricamente comparada a una flecha, y la oración asciende al Cielo atravesando todos los obstáculos.[1]
Una fría noche de invierno, el Baal Shem Tob y su grupo visitaron de incógnito a cierto judío pobre. El campesino, en cuanto vio a sus visitantes, se puso muy contento. Hashem le había otorgado la misión de cumplir con el mandamiento de hospitalidad, y dio una cálida bienvenida a sus huéspedes.
Corrió al bosque a cortar leña para servirles una bebida caliente; se apresuró al pueblo a comprar leche para su té; les dio las sábanas y almohadas de la familia para que durmieran sobre ellas; y les sirvió la mejor comida que podía permitirse. El hombre no contaba con los recursos necesarios para atender a sus visitantes, pero aun así procuró que se sintieran como en su propia casa.
El Baal Shem Tob y sus discípulos se quedaron cinco días y el campesino pidió préstamos y hasta tuvo que vender casi todo lo que tenía para satisfacer las necesidades y demandas de sus huéspedes.
Todo el tiempo el campesino se sintió agradecido por la oportunidad de ser anfitrión de sus visitantes. Pero eso no cambió el hecho de que, si antes de que sus visitantes llegaran, era pobre, cuando éstos se fueron quedó sumido en la indigencia total.
Cuando sus hijos lloraban de hambre, él no entendía por qué Hashem lo había bendecido con la oportunidad de recibir huéspedes y después lo había dejado sin medios para mantener a su familia. Se puso a rezar pidiendo misericordia para que sus hijos no siguieran padeciendo hambre. De repente, un gentil golpeó a la puerta del campesino y le pidió una bebida. Lo invitó a entrar a la casa, le sirvió la bebida y, mientras el huésped tomaba un respiro, comenzó a relatar al judío el motivo de su viaje. Entre plática y plática el huésped involucró al campesino en sus negocios, y al cabo de pocas semanas se convirtió en un próspero comerciante.
Un tiempo después, el campesino “rico” visitó al Baal Shem Tob. El Rab recordó su hospitalidad y lo hizo quedarse unos días con él. Un día el Baal Shem Tob le dijo: “¿Recuerdas cuando te visité? Yo me di cuenta de que te esforzabas demasiado en atendernos, aunque no contabas con los recursos para hacerlo. Intencionalmente me quedé en tu casa con todos mis alumnos hasta que vi que tu situación económica llegó a ser muy precaria, y fue entonces que decidí partir. Vi en profecía que había sido decretado en el Cielo que te harías rico, pero que la riqueza no podía llegar porque no te dedicabas a solicitarla. ¡Te conformabas con tan poco! De modo que opté por ir a visitarte y vaciarte de todos tus bienes, para que rogaras y pidieras la abundancia que era tuya por derecho”.[2]
El Dueño de la riqueza está atento esperando ansiosamente nuestras tefilot para proveernos de aquello que es óptimo para que cada uno cumplamos con nuestra misión en este mundo. Lo único que debemos hacer es pararnos frente a Él y vaciar nuestros corazones utilizando “la espada” (el estudio de Torá) y “la flecha” (tefilá). Él sabe exactamente lo que necesitamos antes de que digamos nada. Sin embargo, Él desea que nos demos cuenta de cuánto lo necesitamos y dependemos de Él.[3]
Hace alrededor de 2 500 años reinaba en Israel un rey piadoso y sabio llamado Jizkiyá. Durante trece años gobernó en paz y felicidad, y no había ninguna persona, desde el territorio de Dan hasta Beer Sheba, que no supiera las leyes de pureza. Por designios del Cielo llegó una fuerte prueba para Jizkiyá.
Al otro lado del Río Jordán (Yardén), no lejos de Israel, reinaba un poderoso monarca, Sanjerib de Asiria. Todos los reyes y príncipes vecinos le temían y hasta Jizkiyá le rendía tributo, hasta que su tesoro se vació. Luego que se declaró en quiebra, Sanjerib no quedó muy convencido y pensó que estaban eludiendo su impuesto, por lo cual movilizó a su ejército para invadir al país vecino.
Nunca antes el mundo había visto un ejército tan poderoso: cuarenta y cinco mil carros de oro y plata, y más de medio millón de espadachines entrenados. Cuando cruzaron el río Yardén no quedó agua, pues los caballos la bebieron toda. Con este ejército grande y poderoso, fácilmente capturó todas las ciudades fortificadas hasta que llegó a Yerushaláim.
En ese instante Sanjerib alardeó: “Podría arrasar totalmente esta ciudad sólo con pocas legiones mías”. Aunque sus hombres estaban ansiosos por luchar, Sanjerib les dijo que descansaran del fatigoso viaje. A la mañana siguiente, ordenó que cada soldado trajera un ladrillo de las paredes de la ciudad.
Rabshaké, el general principal de la ciudad, convocó a los defensores para que se rindieran. Les dijo: “No dejen que Jizkiyá les haga creer que Hashem los salvará”. Cuando Jizkiyá se enteró de la invasión y de la rebelión de su general, fue al Bet HaMikdash a rezar. Asimismo, ordenó que la gente rezara con fervor a Hashem durante todo ese día para que los salvara, pues la victoria yacía solamente en manos del Todopoderoso. Todos los demás se unieron a sus plegarias.
Poco después, Yeshayá, el profeta, se presentó delante del rey y le llevó el mensaje de Hashem. Reflejaba consuelo y esperanza, de victoria y de triunfo. “Hashem escuchó sus plegarias. Ningún enemigo entrará a esta ciudad. Él mismo defenderá y salvará a esta ciudad…”.
Cuando llegó la medianoche, el ángel de la muerte golpeó a miles y miles en el campo asirio. Al levantarse Sanjerib temprano por la mañana para invadir la ciudad de Yerushaláim, encontró miles de cadáveres en lugar de su “poderoso ejército”..©Musarito semanal
”Cercano está el Eterno a todos lo que le invocan, a todos
los que le invocan de verdad.”[4]
[1] Gur Aryé.
[2] Kol Sipuré 18:5; Baal Shem Tob.
[3] Jobot Halebabot, Jeshbón Hanefesh 18.
[4] Tehilim 145:18.
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