Cómo acertar en nuestras Decisiones

 

“Pon ahora tu mano bajo mi muslo. Y te haré jurar por el Eterno que no tomarás mujer para mi hijo de entre las naciones de Kenáan” (24:3-4).

 

 

Sará falleció a los ciento veintisiete años. Abraham debía continuar sin su “mano derecha”; el momento de pasar el liderazgo a su hijo Itzjak había llegado. Itzjak debía continuar con la labor de formar una nación que fuera capaz de representar la Presencia de Hashem en el mundo. Debía contraer matrimonio con una mujer virtuosa y apropiada para procrear una descendencia sagrada y meritoria de heredar la Tierra de Israel. Abraham no quería que Itzjak saliera de la Tierra sagrada, por ello, solicitó a su siervo buscar una esposa para su hijo. Eliézer era el apoderado de todos los bienes de su patrón; era un leal y digno servidor. Era el alumno que más había aprendido y adquirido las cualidades de su maestro. Abraham le hizo jurar que no tomaría a una mujer de Kenáan, de donde provenía Eliézer; debía regresar a la ciudad natal de Abraham y hallar allí a una compañera adecuada para su hijo. El siervo emprendió el viaje. Se detuvo frente a un pozo en las afueras de Aram Naharaim para hacer tefilá: Y será la muchacha a la que diré: “Vuelca, por favor, tu odre y beberé”.[1] Antes de que Eliézer concluya su tefilá, aparece Ribká y, tal como él había pedido, sale con el cántaro y da de beber a él, y luego a sus camellos. Eliézer se percata de que la señal se cumplió y entonces le otorgó un anillo de oro y el par de pulseras que su patrón le había entregado para comprometer a la futura esposa de Itzjak, y los puso en sus manos. Ella lo invita a su casa y él descubre que la joven es nieta de Najor, hermano de Abraham. Lo invitan a comer y Eliézer se niega a probar bocado hasta que el compromiso se haya consumado.

 

Surgen varias preguntas al respecto: ¿por qué Abraham le hace jurar que no buscará una mujer de Kenáan? ¿Acaso no le tenía confianza? Es sabido que él administraba todos sus bienes.

 

¿Qué clase de tefilá hizo Eliézer? ¿Qué hubiese hecho si la mujer del cántaro no era apta para Itzjak? Además, ¿cómo entregó el anillo y las pulseras a Ribká antes de averiguar de qué familia provenía? Abraham le había hecho jurar que buscaría una mujer de su misma familia.

 

¿Por qué no quiso comer? Él pidió, primero, concretar el asunto. ¿Acaso no es más conveniente negociar con una persona bien comida que con una con el estómago vacío? ¿Por qué demostró tanto apremio en todos sus actos?

 

Podemos responder todas las preguntas con una sola respuesta: Eliézer, en todos los casos, actuó precipitadamente. Él sintió que sus deseos lo estaban sobornando; tenía una hija y deseaba que Itzjak contrajera nupcias con ella; temió que si no resolvía los asuntos rápidamente, su deseo podría traicionarlo y esto podría privarlo de consumar su misión. La enseñanza que quiere darnos la Torá con estos hechos es: cuando los intereses personales intervienen en nuestras decisiones, la persona tiende a torcer lo que es correcto.

 

Él salió a desempeñar su misión con integridad y, pese a estar haciéndolo contra su voluntad, luchó valientemente para vencer la debilidad y el enfriamiento que, sabía, producen los intereses personales. Eliézer conocía el concepto de que si tienes una hoja de papel doblada y quieres “enderezarla”, debes doblarla totalmente hacia el lado contrario, y la hoja va a regresar a su forma original, que es “la mitad” entre una y la otra. Por esto, realizó una tefilá solicitando a Hashem que le pusiera a la mujer en el camino, pues él no se sentía apto para tener el criterio suficiente y pensar correctamente en el momento en que había que decidir si ésta era la mujer adecuada.

 

Encontramos el mismo concepto cuando Eliézer puso a prueba a Ribká para ver si podría ser la Madre del Pueblo Judío. Buscó en ella tan sólo que tuviera jésed (generosidad hacia otros). ¿Por qué no buscó en ella que tuviera fe en Hashem? La respuesta es que fe y generosidad están íntimamente unidas. Sólo alguien que se preocupa por las necesidades de los demás está libre de las exigencias de sus propios deseos y puede reconocer objetivamente al Creador.[2]

 

Se arriesgó a entregar el anillo y las pulseras sin saber siquiera si era de la familia de Abraham, bajo la siguiente condición: “En este momento yo se los entrego. Si ella es de la familia de mi patrón, cumplí con mi misión; de lo contrario, prefiero reponerlas de mi patrimonio a retrasar la entrega y que mi deseo se interponga en el desempeño de la misión”.

 

Lo mismo podemos decir respecto a que no aceptó sentarse a comer hasta que no concluyera su cometido. Temía que, como mencionamos, sucumbiera ante la lucha que se libraba en su interior.

 

La enseñanza que quiere darnos la Torá con este hecho es que cuando tengamos que tomar alguna decisión que atañe a otras personas, no debemos anteponer nuestro juicio personal, ya que esto puede provocar el desvío del buen resultado de nuestra misión. Aun en las decisiones personales, debemos siempre solicitar la ayuda de nuestro Creador, haciendo tefilá.

 

¿Por qué mereció Bet Hilel que la Halajá (dictamen de ley) se base en su opinión? El Talmud[3] nos ofrece la siguiente explicación: “Los Rabinos que estudiaban en la yeshibá de Bet Hilel se consideraban, delante de los alumnos de Bet Shamai (sus contrincantes en las doctrinas de ley), más serenos y humildes. Ellos no solamente examinaban sus dictámenes, sino que también analizaban la opinión de Bet Shamai antes de pronunciar sentencia”. Preguntan los Jajamim: “¿Acaso una ley se dicta con base en la humildad?”. ¡Las leyes se deciden conforme a la verdad y no conforme a la humildad! La respuesta que ofrece el Talmud es que el único camino para llegar a la verdad es la humildad. Una persona que se empecina en mantener su opinión no piensa ni escucha el consejo de otra que no se encuentra “sobornada” por la misma situación, quien podrá generalmente darle una mejor opinión.

 

Un buen consejo es consultar a un Rab. Él verá nuestro problema desde otra perspectiva. Sólo cuando comprendemos las cosas sin ataduras, sin juzgar, sin querer controlar o manipular las cosas, a partir de esa posición podemos estar seguros de que tomaremos la decisión con libertad de mente y de emociones, y con la verdad tal cual es y no como quisiéramos que fuera.

 

En conclusión, la enseñanza de Eliézer es la siguiente: siempre que debamos tomar una decisión, lo primero por hacer es hacer tefilá para que Hashem ilumine nuestro camino y nos ayude a tomar la mejor decisión. Una vez que ya evaluamos la situación, antes de actuar es aconsejable pedir consejo. Cuando ya se tomó la decisión, debemos actuar de inmediato, ya que nuestra mente no se somete ni se rinde. Si dejamos pasar el tiempo, nuestro pensamiento en ocasiones nos traiciona y busca reconsiderar el juicio, y de nuevo comenzar a evaluar el asunto bajo la perspectiva de nuestro beneficio personal… ©Musarito semanal

 

 

 

 

“Todo aquel que deja sus intereses de lado y se pone a disposición de lo escrito en la Torá, se conducirá por un camino seguro y correcto.”

 

 

 

 

 

 

 

[1] Bereshit 24:14.

 

[2] Rab Eljanán Wasserman.

 

[3] Erubín 13b.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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