Hashem otorga sabiduría a los jueces de Israel
“Y juzgarán ustedes al pueblo, con una justicia recta” (16:18).
Moshé procedió a repasar las normas para asegurar las condiciones necesarias en el entorno de una sociedad civilizada. En cada ciudad debían nombrarse jueces, y la justicia debía ser aplicada correcta e imparcialmente. En consecuencia, un juez debía esclarecer con sagacidad cada caso que se presentara ante él. Debía ser imparcial con las personas involucradas y rechazar cualquier clase de soborno. De este modo, la justicia sería inmaculada y los culpables eran identificados con claridad. La Torá da a los jueces y Rabanim de Israel una sabiduría especial para ver los casos con claridad absoluta.
Sucedió en Estados Unidos. Un hombre elegantemente vestido entró a una agencia de automóviles para pedir informes sobre los flamantes autos que exhibían allí. Después de que el vendedor le mostró las características de los vehículos, el hombre compró en pocos minutos uno de los mejores modelos por un valor de cincuenta mil dólares. Pagó con una tarjeta de crédito y se retiró con el vehículo. A la media hora, entró a una agencia de automóviles usados y ofreció vender el vehículo a un precio de veinte mil. Para que no sospecharan de él, mostró la factura y los documentos que demostraban su posesión del automóvil.
El dueño de la agencia de autos usados sospechó que hubiera algún fraude, ya que nadie compra algo y lo vende a la media hora por menos de la mitad del precio que pagó. Por tanto, solicitó al vendedor unos minutos para revisar el auto. Mientras los mecánicos hacían lo suyo, él decidió llamar a la policía. En pocos minutos, los oficiales se presentaron en el local para interrogar al vendedor.
“¿Por qué quiere usted vender el automóvil a un valor tan bajo?”. El hombre respondió: “Porque sí; ¿acaso no puedo hacer lo que quiera con mi dinero?”. La policía insistió: “¿Y qué sucede con su tarjeta de crédito? ¿Está seguro de que no es un clon?”. El hombre estaba muy tranquilo. Sacó de su bolsillo una tarjeta de identidad con fotografía y les dijo: “Pueden ustedes verificar que soy el dueño de la tarjeta; al reverso viene mi firma. Es más, llamen por favor al banco y verifíquenlo”. Los policías decidieron llamar al banco, pero ya era tarde. El banco había cerrado ese viernes y no abriría hasta el lunes por la mañana. “¡Ajá! Ya cayó en la trampa…”, dijeron. Pero todavía quedaba la posibilidad de que el banco dijera que todo era autentico. Finalmente, detuvieron al presunto estafador hasta el lunes, cuando podrían averiguar si la tarjeta tenía fondos o no. El hombre no se opuso a la detención y subió a la patrulla.
El lunes averiguaron: la tarjeta, la firma, ¡había fondos suficientes! ¡Todo estaba en orden! Seguramente había una trampa, pero no encontraban dónde… Lo dejaron libre. El hombre salió con una sonrisa y a las pocas horas regresó con dos reconocidos abogados para demandar judicialmente a la policía por tres millones y medio de dólares, pues lo habían detenido sin causa alguna. La policía no pudo justificar su actitud y el hombre terminó llevándose ese dinero después de un tiempo.
Los jueces de Israel, con la ayuda de Hashem, hubieran entendido que no es lógico que alguien venda su automóvil perdiendo tanto dinero. Está claro que ese hombre quería que sospecharan de él y que la policía lo detuviera para luego presentar la denuncia y enriquecerse en poco tiempo, como lo hizo realmente. Los jueces de Israel no lo hubieran detenido hasta no tener pruebas… Las buenas cualidades de los jueces de Israel hacen que reciban la ayuda de Hashem para juzgar con corrección y sin caer en las trampas de cualquier estafador.[1]
La obligación de hacer justicia no es un privilegio solamente de los jueces; es una obligación de cada uno de nosotros, dentro de nuestras posibilidades.
La esposa de Rabí Zeev de Zibariz acusaba a su sirvienta de haber roto un plato valioso; la sirvienta lo negaba. La esposa del Rab acusaba: “¡Usted lo rompió, y tendrá que pagarlo!”. La sirvienta se defendía: “¡No lo rompí y me niego a pagar por algo que no hice!”. Ninguna mujer cedía ante la otra. Por fin, cuando la Rebetzin vio que no avanzaba la discusión, decidió llevar a su sirvienta frente a un Din Torá (juicio de acuerdo con la Torá). Se vistió para salir e, inmediatamente, su marido se puso sus ropas de Shabat. “¿Qué haces?”, preguntó sorprendida la esposa. “Voy contigo al Din Torá”, contestó él. “No hace falta”, le aseguró ella. “Sé exactamente lo que debo decir.” “No me cabe la menor duda”, contestó él secamente. “Es la pobre sirvienta la que me preocupa. ¿Cómo podrá defenderse contra ti? Es una pobre huérfana, sola en el mundo. ¿Tendrá el valor de enfrentarte en el Bet Din (tribunal rabínico)? Quisiera estar allí, por si le hago falta.” Y Rabí Zeev fue a defender a la sirvienta judía.
“La persona no debe alegrarse sino con la acción de servir a Hashem. Y no debe ansiar otra cosa que la de cumplir Su voluntad. Y no debe correr sino para Su misión...”.[2]
¿Cuántas veces tenemos que ser jueces sobre los actos de los demás? ¿Cuántas veces nos juzgamos a nosotros mismos? ¿Realmente somos igual de tolerantes con los demás como lo somos con nosotros mismos? Hay personas que son muy justas y rectas cuando la rectitud y la justicia están a su favor. ¿Reaccionamos de la misma manera cuando pensamos que el veredicto no nos favoreció? Rectitud recta perseguirás:[3] significa que en todos los casos uno debe uno aceptar y reconocer la justicia tal como es. Hay casos en los que los jueces no pueden decidir quién tiene razón, ya que ambos están en su derecho. Por ejemplo, cuando dos autos se encuentran en un camino en donde sólo cabe uno; ¿cuál de los dos tiene que retroceder o hacerse a un lado? Si no hay causas y factores para poder conjeturar hacia uno o hacia otro, entonces el asunto debe someterse a un arbitraje para que uno pase y el otro indemnice con dinero al que se hizo a un lado.
Para tener un buen criterio y un lógico y equitativo juicio, debemos pedir al Dueño de las ideas y de los acontecimientos que nos otorgue buen razonamiento, para que podamos basar nuestras acciones en lo que nos dicta nuestra Sagrada Torá. De esta manera nuestras decisiones nunca serán equivocadas.[4]©Musarito semanal
“Donde hay justicia, hay paz. Y donde hay paz, hay justicia.”[5]
[1] Extraído del libro Alenu Leshabeaj.
[2] Jobot Halebabot, en el capítulo “Abodat HaElokim”.
[3] Debarim 16:20.
[4] Extraído de Relatos de Tzadikim, pág.159.
[5] Maséjet Dérej Éretz Sotá.
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