¡Cuidado con lo que miran tus ojos!
“Ningun hombre deberá aproximarse a su pariente ”. 18:6.
Menos de seis semanas después de haber recibido la Torá en el Monte Sinaí, sucedió el súbito desplome de la elevada santidad en la que se encontraba el Pueblo de Israel: habían adorado al becerro de oro. Moshé subió al Cielo buscando el perdón de la nación. El 10 de Tishré, bajó Moshé con las Segundas Tablas de la Ley, este día fue designado como Yom Kipur, el día del perdón. La porción semanal describe en su primera sección el servicio que realizaba el Cohén Gadol en este sagrado día. Más adelante, la Torá advierte al pueblo de Israel que debe distinguirse de las demás naciones con las cuales convive en la diáspora, principalmente en lo que respecta a las costumbres inmorales.[1] Más adelante, la Torá hace mención de las relaciones íntimas que se consideran prohibidas.
La primera sección de esta Perashá, forma parte de la plegaria matutina de Yom Kipur; los versículos que se refieren a la inmoralidad se leen por la tarde (Minjá).[2] Es razonable que en la mañana se lea en la Torá el proceso de los sacrificios, pues eran parte del servicio que realizaba ese día el Cohén Gadol; pero resulta extraño mencionar el tema de las relaciones prohibidas justo en uno de los momentos más sublimes del día, cuando los escuchas llevan varias horas completamente alejados de todo lo mundano…
Estos versículos se leen en ese momento para advertir a la congregación: Nunca llegues a pensar que has logrado dominar al Yétzer Hará (Instinto maligno), la guerra nunca termina, el peligro de caer bajo la tentación se encuentra siempre latente, aun cuando te recluyas todo el día en el Bet Hakneset, aletargado por el cansancio y la falta de alimento, como normalmente se encuentra uno en la tarde de Kipur… igual aun en un momento así, debemos procurar mantener el control de la vista y pensamiento; pues muchos de los instintos pueden, con mucho esfuerzo, ser dominados, pero el de la atracción por la mujer y lo relacionado con “la vista” son aspectos que permanentemente deben ser celosamente cuidados, debido a que la astuta y malvada inclinación busca valerse de ellos para recuperar el dominio absoluto sobre cada uno de nosotros: El mal instinto gobierna en todo lo que el ojo ve.[3] Él sabe que Hashem odia la promiscuidad,[4]y también reconoce que el alma llena el cuerpo y mira a través del sentido de la vista, como lo cita el versículo: Los ojos y el corazón son los intermediarios a través de los cuales la persona llega al pecado.[5] Una simple mirada puede despertar la sed del deseo, y una vez que esa imagen entra en el pensamiento, será muy difícil escapar; por eso la Torá exhorta: No vayan tras sus corazones y sus ojos quienes los desvían hacia la perversión.[6]
Y es que el transgresor llega a pensar: “¿Cuál es el delito que cometí? ¡Ni siquiera toqué a esa mujer! ¿Qué le hice…? El hecho de mirarla, despertará el deseo y la imaginación y esto puede será considerado casi como haber pecado con ella,[7] debido a que la imagen quedará grabada en su mente, lo perturbará incluso en los momentos de Tefilá o del estudio de Torá, restándole a esos momentos la santidad y espiritualidad para convertirlos en energía negativa: La santidad de la persona depende principalmente del cuidado de los ojos y que todo el que cuida de no mirar lo que no debe, se santifica y se eleva espiritualmente por los caminos de la Torá.[8]
El pueblo de Israel se destacó durante su estadía en Egipto en el cuidado de la pureza moral, como una rosa entre las espinas,[9]supo conservar su decoro e identidad dentro de una sociedad donde la depravación era parte de la vida cotidiana, esta fue una de las causas que les permitió ser redimidos de la esclavitud egipcia. En el trayecto hacia la tierra de Kenaán, Hashem les advirtió que no participaran o imitaran las costumbres de sus habitantes; al igual que Egipto, ellos toleraban todo tipo de perversiones.
Está escrito: Santos serán para Mí, pues Yo, el Eterno soy Santo, y Yo los he separado a ustedes de las naciones para que sean míos.[10] A partir de estas palabras podemos entender que al apartarnos de las costumbres paganas y al mismo tiempo cumplimos con los mandamientos de la Torá, nos santificarnos a Hashem y nos distinguimos de los otros pueblos del mundo para ser sólo de Él. Si profundizamos más, entenderemos que de hecho, la santidad es el alejamiento y la separación de lo inmoral, lo cual santifica al pueblo de Israel y lo eleva hacia Él.[11]
Rabí Yehudá Ades, Rosh Yeshivá Kol Yaacob, viajó hacia Netivot unos días antes de comenzar el período de estudios de la Yeshivá, deseaba consultar al Rab Meir Abujatzira acerca de qué decirles a los recién ingresados para que tengan éxito en los estudios. Rabí Meir le respondió: “¡Que cuiden sus ojos y sus bocas, ese es el secreto del éxito…!”.
Un judío importante de los Estados Unidos, cuyo hijo cumplía trece años, quiso agasajarlo con algo que fuera especial para su Bar Mitzvá. Pensó en una gran diversidad de opciones hasta que se le ocurrió algo que consideró, sería lo más apropiado para la ocasión: Le ofreció llevarlo a la Tierra de Israel para que Rab Wosner le colocara por vez primera los Tefilín. El niño se emocionó mucho al enterarse del regalo espiritual que sus padres le estaban brindando y, a partir de ese momento se preparó para viajar a Israel. El padre le contó a su hijo que el Rab Wosner le había pedido que algunos días antes de partir de los Estados Unidos, le volviera a llamar para confirmar que todo marchaba de acuerdo con lo planeado. Faltando pocos días, el padre llamó a su agente y solicitó los pasajes aéreos.
Una semana antes de la fecha programada, el padre llamó al Rab Wosner y ante su sorpresa el autor del Shevet HaLevi le dijo: “Decidí que es mejor que no vengan”. El padre no podía creer lo que estaba escuchando: “Perdón, ¿me está diciendo que no va a recibirnos?”. “Así es”, respondió calmadamente el Rab. El padre suplicó: “Entiendo que seguramente tendrá varios asuntos que atender, pero… ¡mi hijo está muy ilusionado! ¡Por favor, solo le tomará unos minutos!”. El Rab Wosner le respondió: “Me parece que no has entendido lo que quiero decirte, no es que no desee participar en el evento, me encantaría hacerlo, solamente que me parece que no es un buen momento para traerlo a Israel; Es cierto que es importante que la primera vez que un niño que se coloca Tefilín lo haga con un Rabino. Pero por favor piensa: ¿Cuántas cosas no buenas podría mirar tu hijo durante el largo trayecto? ¿Acaso se justifica el daño que pudiera llegar a provocarse…?”
El padre insistió tratando de explicarle que la desilusión del niño sería enorme, pero todos sus argumentos no sirvieron de nada. El Rab le dijo: “Ninguna razón del mundo justifica arriesgarse al daño que un niño pueda sufrir al ver cosas prohibidas”. El padre le preguntó: “¿Qué hago con los pasajes que compré? No admiten cancelación y son intransferibles”. La respuesta fue terminante: “Ve y compra un lindo marco, coloca allí los pasajes y escribe como dedicatoria a tu hijo: ´Estos costosos pasajes los sacrificamos para que nuestro querido hijo no vea cosas prohibidas…´”.[12]
En esta época, la calle es un lugar repleto de impureza y peligros espirituales, la juventud es quien más está sufriendo las terribles consecuencias; toda clase de tentaciones se encuentran por doquier, es responsabilidad de cada uno de los padres de familia tomar las medidas precautorias, comenzando por cuidar que cada persona u objeto que ingrese a su casa, no atente contra la pureza y la santidad del hogar. ©Musarito semanal
“No existe un miembro en el cuerpo humano que provoque cometer tantos pecados como los ojos”.[13]
[1] Vayikrá 18:3.
[2] Meguilá 31a.
[3] Sota 8b.
[4] Sanhedrín 106a.
[5] Bemidbar Rabá 10:2.
[6] Bemidbar 15:39.
[7] Yomá 29a.
[8] Tiferet Shelomó.
[9] Shir Hashirim 2:2.
[10] Vayikrá 20:26.
[11] Ver Rashí en Vayikrá 19:2.
[12] Extraído de Alenu leshabeaj.
[13] Rabí Yejiel Harofé.