Humildad

 

 

“Soy demasiado pequeño para todas las bondades…” (32:11).

 

 

 

La Perashá comienza relatando el regreso de Yaacob a su hogar. Por temor a su hermano Esav, prepara un elaborado obsequio con la esperanza de apaciguarlo, y envía una serie de rebaños de ganado para él. Cuando los emisarios regresan, reportan que Esav se aproximaba con cuatrocientos hombres armados. Esto hizo temer a Yaacob que viniera a matarlo, y por ello planeó una estrategia: dividió en dos el campamento; si una parte era atacada, la otra aprovecharía la oportunidad para escapar. No obstante, Yaacob rezó al Todopoderoso para que evitara el enfrentamiento. Asimismo, envió regalos a su hermano para apagar su enojo y así salvar su vida.

 

Cuando Yaacob rezó, dijo: Soy demasiado pequeño para todas las bondades… Rashí acota: “Yaacob era tan humilde que dijo a Hashem que sus méritos se habían acabado con todas las bondades que había recibido por parte de Hashem hasta ese momento…”.

 

Rabí Moshé era una persona extremadamente recatada y humilde. Sus Jasidim, que se vanagloriaban de su Rebe, querían que se mostrara más seguro de sí mismo, tal como corresponde a un líder. “Rebe”, le decían, “en la Guemará está escrito que un sabio en Torá debe poseer el octavo de un octavo de orgullo.[1] ¿Dónde entonces está su orgullo, Rebe?”. Rabí Moshé respondió: “Están ustedes equivocados. Los Jajamim quisieron decir exactamente lo contrario. El orgullo, en todas las circunstancias, es un defecto. El sabio de la Torá debe siempre recordar esto. Y debe tener siempre en mente lo que está escrito en el octavo versículo de la octava sección de la Torá, en Perashat Vaishlaj; Yaacob Abinu dice: ‘Soy demasiado pequeño para todas las bondades…’. ¿Esto es orgullo o humildad?”.[2]

 

Toda cualidad humana que no va acompañada de la humildad no tiene ningún valor.[3]

 

Sucedió una vez que un Talmid Jajam de la Yeshibá de Radin (la Yeshibá del Jafetz Jaim) conversaba con unos compañeros suyos. Cuando vio que ellos estaban disfrutando de sus comentarios sobre la Torá y el Talmud, y lo estaban elogiando, comenzó a vanagloriarse y a perseguir las alabanzas de los demás. Quienes lo rodeaban se dieron cuenta de ello y poco a poco fueron alejándose de él, y en lugar de admiración cosechaba críticas. El hombre sintió aquel desprecio y comparaba el trato que a él le daban con el que prodigaban al Jafetz Jaim. Se acercó al Gaón y le reveló su angustia: “No lo entiendo, Rab. Tanto usted como yo somos dos estudiantes de Torá. Pero donde yo voy, no encuentro sino antipatía en la gente. En cambio, usted es el más respetado y honrado de toda nuestra generación”.

 

El Jafetz Jaim le respondió: “Nuestros Jajamim manifestaron: ‘Todo el que persigue honor, éste escapa de él, y todo el que escapa del honor, éste lo persigue’. Es necesario analizar bien qué significa la palabra ‘Todo’ en esta frase. Quizás la explicación sea que no sólo el honor persiguea quien los merece, sino que el honor también persiguen a quien no merece ser honrado solamente cuando éste se escapa de él. Y la regla podría aplicarse en sentido inverso: no sólo el honor escapará de aquellos que lo persiguen cuando no son merecedores, sino que también escapará de aquellos que lo persiguen, aunque realmente merezcan ser honrados”.

 

“Me preguntaste por qué a ti no te respetan y a mí sí. Te diré que hay una diferencia entre tú y yo: tú quizá merezcas mucho honor y respeto, pero como los persigues, nadie te los da. En cambio yo, que no soy gran cosa, detesto que me honren, porque sé que no lo merezco. Y por eso, aun contra mi voluntad, me colman de respeto”.[4]

 

¡Este es el mejor ejemplo de lo que significa humildad!

 

Para conseguir que la Torá que la persona estudia se conserve en su memoria, hace falta tener humildad y sencillez de corazón, es decir, saber que se sabe, pero, aun así, no sentir orgullo.

 

¿Quién fue el ser humano más humilde?

 

Fue Moshé Rabenu. Nadie lo igualó; hablaba con Hashem cuando quería, pero no se creía superior a nada ni nadie. Moshé dijo a Am Israel: Yo permanecí entre ustedes y Hashem.[5]

 

Es el “yo”, el ego, lo que permanece como una barrera entre el hombre y su Creador.[6]

 

Para transmitir la Torá hay que tener humildad, no orgullo. El temor al Eterno es la instrucción de la sabiduría; antes que el honor, va la humildad.[7] Quien tiene orgullo es como un barril con un agujero en el fondo; lo que se vierte dentro de él se pierde.

 

Un conocido Rebe que había enviudado deseaba volver a contraer matrimonio. Su fama como gran tzadik (justo) y gran estudioso de la Torá se había difundido por doquier. Al encontrar una mujer con la que deseó desposarse, le dijo: “La Halajá (ley judía) establece que un matrimonio que se realiza sobre falsas expectativas es considerado fraudulento. Sé que mis Jasidim dicen cosas sobre mí que no son ciertas. Por ejemplo, que soy un sabio de la Torá, y no es cierto. Que soy un tzadik, y no es verdad. Que realizo milagros, y en realidad no puedo. Que tengo inspiración Divina, y no es así. Y en caso de que usted crea que alguien con tantos seguidores es acaudalado, está equivocada, pues no tengo un centavo...”.

 

La mujer quedó tremendamente impresionada por la gran humildad del Rebe. “Ya me ha dicho todos sus defectos”, dijo la mujer. “Una persona como usted seguro que también tiene virtudes. Cuénteme sobre alguna de ellas.” “¡Oh, sí!”, contestó el Rebe. “¡Mi única virtud es que siempre digo la verdad!”.

 

Así como los grandes edificios y lujosos palacios se cimientan y construyen con hormigón, arena y piedras, materiales simples y ordinarios, también con el ser humano ocurre así. Es inútil tratar de construir una casa con brillantes, oro, plata y piedras preciosas, pues estos materiales sólo pueden servir como parte de la “decoración”. Los muros y las columnas deben ser hechos con materiales más sencillos y baratos…

 

No en vano la modestia es considerada la piedra fundamental del ser judío. ©Musarito semanal

 

 

”La grandeza de un hombre consiste en reconocer su propia pequeñez.”

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Sotá 5a.

 

[2] Relatos de Tzadikim, tomo 1, pág. 203; Rab G. MaTov.

 

[3] Maalot Hamidot.

 

[4] Laanavim Itén Jen.

 

[5] Debarim 8:2.

 

[6] Rab Michel de Zlotchow.

 

[7] Mishlé 15:33.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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