Buscando el lado bueno
“¿Cómo, pues, habríamos de robar..?” (44:8).
Los hermanos de Yosef descendieron a Egipto para adquirir alimento. Su padre les había indicado que cada uno de ellos entrara por una puerta diferente, para que no llamaran la atención. Yosef ya los esperaba; había agentes en cada una de las entradas con la misión de capturarlos en cuanto fueran identificados. Fueron arrestando a cada uno y llevados delante del Virrey, quien los acusa de espías, y ellos presentan sus argumentos.
Yosef apresa a Shimón condicionando su libertad a que traigan a su hermano pequeño para confirmar su versión. Ellos regresan con su padre; le piden ir a Egipto con Biniamín, quien se había quedado con Yaacob mientras ellos bajaban en busca de comida.
Los hijos ruegan a su padre que les permita regresar para liberar a Shimón, pero Yaacob se resiste.
Pasan unos días. El trigo que habían llevado se termina y la familia de Yaacob siente cerca el hambre. Yehudá jura a su padre por la responsabilidad de su hermano, y Yaacob termina cediendo.
Yosef los recibe. Los manda de regreso y en el camino son interceptados por los “oficiales” de Yosef, que van en busca de la copa que el Virrey utiliza para “adivinar”. Cuando revisan las alforjas, la copa es misteriosamente encontrada en el bolso de Biniamín; son llevados de regreso a Egipto. Cuando arriban al palacio, Yosef los acusa de fraude y ellos argumentan que no han tomado la copa. Ellos le suplican que no los juzgue para mal…
La Segunda Guerra Mundial llegaba a su término. La rendición de los alemanes comenzaba. Mientras los soldados de los Aliados avanzaban, varios voluntarios se unieron a sus filas para asistir a los sobrevivientes de los campos de prisioneros.
Los soldados rusos entraban a unas ciudades mientras los americanos vencían en otras localidades. Entre ellos se encontraba Rab Silver. Entraron a uno de los campos de concentración y se quedaron anonadados al ver la terrible situación en que se encontraban los sobrevivientes.
Comenzaron a reunir y alimentar a los más desnutridos. El Rab reunió a un grupo de yehudim y los concentró en una de las barracas. Pasaron algunos días y llegó el Shabat.
El Rab invitó a todos a recibir el Shabat con Lejá Dodí. Uno de los excautivos no se acercaba. El Rab le pidió que se uniera al grupo, pero él contestó: “¡Yo no quiero saber nada de ustedes los religiosos! ¡Mientras más alejado pueda estar de ustedes, mejor!”, dijo indignado.
“¿Qué pasa contigo? ¿Por qué esa reacción?”, preguntó el Rabino.
El hombre se quedó mirando a los ojos del Rab y le dijo: “En la barraca donde me tenían recluido había un hombre que alquilaba un libro de Tehilim por tres hogazas de pan. ¡Eso era la ración de dos días…! ¿Usted considera correcto que un hombre sea capaz de hacer una cosa tan desalmada? ¿Ahora entiende por qué no quiero saber nada que tenga que ver con la religión?”.
Todos los que estaban en el recinto se quedaron mudos…
El Rab puso su mano en el hombre, que se encontraba temblando, y le contestó serenamente: “¿Por qué te fijas en aquel hombre y no en los otros que sacrificaban la poca comida que poseían para poder desahogar su pena ante el Creador recitando unos Salmos…?”.
Si vemos a una persona realizando un acto que aparentemente no debería estar haciendo, tenemos que juzgarlo favorablemente. Debemos darle el beneficio de la duda. No es algo que hacemos porque somos “bondadosos”; tenemos que asumir esta posición porque es un mandamiento positivo de la Torá.
La mayoría de las veces en que juzgamos negativamente a alguien, acabamos arrepintiéndonos, y esto sucede porque tomamos decisiones precipitadas, generalmente a consecuencia de que no obtuvimos toda la información acerca del hecho.
Aunque creamos que lo hemos visto todo, siempre hay una pieza extraviada que hará que el rompecabezas se vea completo, pero con un poco de paciencia seguramente la hallaremos. Juzgar favorablemente no significa reprimir la acción de defenderse o de encubrir acciones incorrectas.
Lo más fácil sería, entonces, no juzgar a nadie, andar por la vida como seres apáticos y dejar que todo suceda a nuestro alrededor sin que nada nos importe… Definitivamente no es lo que Hashem quiere de nosotros.
Fuimos creados con la capacidad de discernir, diferenciar y evaluar con un propósito. Se nos dio el raciocinio para hacer elecciones como seres con libre albedrío, para evaluar y decidir entre lo bueno y lo contrario. Hashem nos dio la capacidad de juzgar y nos dice cómo usarla: actuando como un abogado y no como un juez.[1]
La esposa de Hilel cocinaba, horneaba pan y preparaba varios platillos. Esperaba a su esposo y a un importante invitado. Cuando todo estuvo listo, escuchó que alguien golpeaba a la puerta. Un hombre pobre estaba parado afuera quejándose de que ése era el día de su boda y no tenía dinero, y por eso no pudo comprar comida para la fiesta.
La esposa de Hilel se apuró y de inmediato entró a la cocina, para llevarle toda la comida que había preparado. Luego, comenzó de nuevo. Cuando su esposo y el invitado llegaron, tuvieron que esperar un buen rato hasta que finalmente se les sirvió la comida. Más tarde Hilel le preguntó: “¿Por qué nos tuviste esperando tanto tiempo?”. Ella les explicó que había entregado a un pobre toda la comida que había preparado previamente, y que por ese motivo tuvo que amasar y preparar de nuevo todo. “Querida esposa”, aclaró Hilel, “en mi mente no te culpé ni por un segundo. Te juzgué de inmediato favorablemente, debido a que asumo que todas tus acciones son por respeto al Cielo.”[2]
Con rectitud juzgarás a tu semejante.[3] Debes conceder a otra persona el beneficio de la duda y juzgarla favorablemente.[4] Encontrar explicaciones y excusas para defender el comportamiento aparentemente injustificado de nuestros semejantes no es tarea fácil. Por lo general no somos conscientes de todos los factores y consideraciones que hacen que los demás actúen de determinada manera. Toda situación tiene su lado bueno. Aprendamos a juzgar a toda persona de la misma forma en que nos gustaría que lo hicieran con nosotros. Debemos acostumbrarnos a no criticar, sino a buscar la justificación de cualquier acto. Aquel que juzga a su semejante hacia el lado del mérito, el Santo, bendito sea, lo juzgará meritoriamente.[5] ©Musarito semanal
“Es una ordenanza juzgar a todo ser meritoriamente. Si sobre el ser humano fue dicho esto, con más razón respecto al Creador….”[6]
[1] “El otro lado de la historia”, pág. 42, Yehudit Samet.
[2] Dérej Éretz 86.
[3] Vayikrá 19:15
[4] Shebuot 30a
[5] Shabat 127b.
[6] Rabí Aharón de Karlín.
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