Favor verdadero
“Ninguno de ustedes se hará impuro entre su gente por una persona fallecida” (21:1).
Una de las funciones que tenía el Cohén era la de ser modelo de pureza y perfección dentro del Pueblo de Israel. El contacto con la muerte lo contaminaba y le impedía cumplir con sus sagrados deberes. Hay dos situaciones en las que un Cohén puede impurificarse. La primera, si le informan acerca del fallecimiento de alguno de sus siete parientes más cercanos (esposa, padre, madre, hijo, hija, hermano y hermana soltera), debe guardar luto por el difunto y acompañar el féretro hasta la sepultura. La segunda: el Cohén tiene permiso de impurificarse en caso de que se presente un met mitzvá; esto es, si encuentra un cadáver en un lugar desierto donde no hay otra persona cercana a quien se pueda llamar para que realice el entierro. El Cohén debe entonces dar sepultura al cadáver.[i]
Cada yehudí tiene la obligación de forjar su carácter para tratar de imitar las cualidades del Creador, principalmente en lo que se refiere a hacer jésed con su prójimo. Así como Él es piadoso, también tú debes serlo; así como Él es clemente, también tú debes serlo.[ii] Hay una insinuación en la Torá de donde podemos aprenderlo. Al principio, la Torá nos muestra el favor que Hashem realizó con Adam: Hizo para el hombre y para su mujer túnicas y los vistió;[iii] al final encontramos que Hashem se ocupó de sepultar a Moshé.[iv] Debemos observar que el favor enmarca a la Torá. El Talmud dice: “Así como Hashem sepultó a los muertos, del mismo modo deberás, también, emularlo a Él y sepultar a los muertos”.[v] Vemos así que el favor debe ser el distintivo que caracterice al yehudí. Por esto el Cohén interrumpe inclusive su servicio para ocuparse de los difuntos, pues no existe favor más grande.
Es tan importante esta mitzvá que la persona está obligada a interrumpir sus estudios de Torá para asistir a un funeral. En tanto haya gente que se haga cargo de los arreglos del funeral, una persona no necesita interrumpir sus estudios hasta el preciso momento del entierro.[vi] Quien vea un funeral y no se sume a la posesión, estará pecando por “burla al pobre” y merece ser excomulgado (el muerto es como un pobre, ya que no puede cumplir mitzvot). Se debe acompañar al difunto por lo menos cuatro amot (aproximadamente 2.40 metros).[vii]
Cierta vez, cuando Rab Israel Salanter estaba en medio de las plegarias de Shajarit, oyó una discusión en voz alta entre los dirigentes de dos Jebrá Kadishá. Una mujer pobre había fallecido y cada una de las sociedades alegaba que era obligación de la otra sepultarla. Cuando el Rab observó que el tiempo transcurría, provocando desprecio a la mitzvá, Rab Israel se quitó su talit y los tefilín, reunió a varios de sus alumnos y les dijo que lo acompañaran para ir a sepultar a la mujer. El hecho de que ninguna sociedad deseara realizar el entierro la convertía en una met mitzvá (cuando ninguna está disponible para efectuar el entierro) y cada uno debería abandonar lo que estuviera haciendo y cumplir con este jésed final con los muertos.[viii]
Sucedió en Estados Unidos. Un judío se encontraba manejando por una solitaria carretera. El viaje era muy largo y había salido de madrugada. Tenía que cumplir con una importante cita de negocios y su cliente se encontraba en otra ciudad. Habían transcurrido algunas horas y el hombre comenzó a sentir cansancio. No encontraba motivo para su agotamiento, pues había dormido bien esa noche. A pesar de su ansiedad por llegar a su destino, decidió detenerse al costado del camino para descansar un poco.
Comenzó a caminar un poco para “estirar las piernas”. Estaba concentrado en los argumentos que presentaría a su cliente cuando de repente el viento movió las ramas de unos arbustos que se encontraban allí. Él volteó y observó un letrero que decía: “Asilo de ancianos”. Su mente retrocedió a su niñez y se vio sentado al lado de su padre. Varios ancianos lo escuchaban con atención. Recordó que su padre lo llevaba al asilo a visitar a los ancianos y esto le causó satisfacción. Decidió que sería oportuno entrar, mientras descansaba un poco, para buscar algún judío y visitarlo, a fin de darle así una alegría. Entró al lugar; el guardia lo recibió amablemente. Preguntó si había entre los ancianos algún judío. El empleado le respondió que no, pues el único que había falleció ese mismo día y al siguiente lo enterrarían en el cementerio que tenía el asilo.
El hombre entendió por qué motivo Hashem había hecho detenerse a descansar justo allí, ya que en sus manos estaba la mitzvá de enterrar a este judío como era debido. “Tres atributos definen a Israel: su modestia, su misericordia y su deseo de realizar actos de bondad”.[ix] Sin dudarlo, habló con el director del lugar y le pidió el cuerpo de este anciano, ya que era judío y la religión exige que sea enterrado en un cementerio judío. El director aceptó sin oponerse y entregó a ese hombre los documentos necesarios.
Él se dirigió de prisa a una ciudad cercana, donde sabía que habitaba una comunidad judía. Al pedir una fosa en el cementerio, le respondieron que no podrían cedérsela, debido a que sólo podían recibir a los miembros de la comunidad, y puesto que los lugares escaseaban, no podían hacer excepciones. Entonces el hombre tomó la decisión de cancelar su importante cita y manejar de regreso a su ciudad. Se dirigió a la Jebrá Kadishá y explicó la situación. Ellos le respondieron que no tenían inconveniente, pero que debía obtener la autorización del encargado del cementerio local. Se dirigió de prisa a hablar con el funcionario y éste manifestó que no tenía inconveniente en que sepultaran al anciano allí; había un sector especial reservado para todo aquel que no tuviera dónde ser enterrado. Solamente debía cumplir con un requisito: necesitaba que consiguiera los documentos del fallecido. El hombre le mostró los documentos de identidad que había recibido en el asilo. Cuando el encargado del cementerio vio la foto y el nombre del difunto, quedó atónito. Miró por largo rato la identificación. Sin entender la reacción del encargado, el hombre le preguntó por qué se había estremecido tanto. El encargado le respondió que el sector del cementerio destinado a todas las personas que no tenían dónde ser enterradas había sido donado por esa misma persona. “Durante años intentamos encontrar a este hombre para agradecerle y ofrecerle nuestra ayuda, pero no pudimos hallarlo. Ahora veo cómo Hashem no deja a nadie sin recibir su recompensa, pues a este hombre que se ocupó de los demás el Todopoderosos le acreditó el mérito de poder ser sepultado como un judío.” Esta conmovedora historia es un claro ejemplo del beneficio que obtenemos del jésed verdadero. Quien ofrece favor, especialmente a quien no va a corresponder, en realidad no está dando sino tomando… Recibes más de lo que das cuando das más de lo que recibes.
Sucedió durante la Segunda Guerra Mundial en el campo de concentración de Auschwitz. Una mujer sola se ocupaba todos los días, por la noche, de conseguir quién enterrara a los que habían muerto durante ese día, pues ella afirmaba que era una deshonra dejar a los muertos tirados. Esta mujer sobrevivió a la guerra y en el año 2004, en la ciudad de Bené Brak, esta gran mujer, ya anciana, la cual nunca tuvo familia, en pleno día cayó y murió en la calle. Como ella vivía en Ramat-Gan y nadie la conocía, hubiera parecido que su muerte pasaría casi desapercibida. Sin embargo, se escuchó una voz que decía: “Esta mujer se ocupó de enterrar a miles en el campo de concentración, entre otros, a mis padres”. Era la voz de otra sobreviviente que vivía en Bené Brak. Anunció en toda la ciudad que había un met mitzvá (un muerto que no tiene quien lo entierre) y fueron a su levayá más de tres mil personas.
“Va andando y llorando el que carga el saco de semillas, pero habrá de venir cantando, cargado con sus gavillas.”[x] ©Musarito semanal
“Va andando y llorando el que carga el saco de semillas, pero habrá de venir cantando, cargado con sus gavillas.”[x]
[i] Shulján Aruj, Hiljot Abelut 374:1.
[ii] Shabat 133b.
[iii] Bereshit, 3:21.
[iv] Debarim 34:6.
[v] Zotá 14a.
[vi] Yoré Deá, 361:1-2; Shaj, 1-2.
[vii] Yoré Deá, 361:3.
[viii] Tenuat Hamusar, vol. 1, pág. 375.
[ix] Yebamot 79a.
[x] Tehilim 126:6.
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