Educando CONFORME A los valores de la Torá

 

 

“Moshé, Aharón y sus hijos, eran los guardianes del Santuario…” (3:38).

 

 

 

Cuando la Torá hace el cómputo de la tribu de Leví, dice así: Todo varón de un mes de edad en adelante habrás de contar.[1] En el resto de las tribus el conteo es de una edad mayor. Esto viene a demostrar que la función de los Leviím va mucho más allá de su servicio en el Mishkán.

 

El servicio y el cuidado del Mishkán durante los viajes y mientras acampaban sólo empezaba a los treinta años de edad. Que se les contara desde pequeños demuestra que los Leviím tenían una función especial aparte del cuidado del Mishkán, una que podían cumplir a edad más temprana, pero para la cual se requería que toda su educación fuera dirigida hacia ese servicio. Y en efecto, los miembros de la tribu de Leví no sólo protegían y cuidaban el Mishkán, sino que también eran maestros de Torá y enseñaban cómo observarla. Su misión era demostrar al pueblo que el cuidado de la "Casa" de la Torá era responsabilidad de todos. El Rambam nos enseña que los Talmidé Jajamim (Sabios) de nuestros días son como los Leviím de nuestro tiempo, y es por eso que debemos educar a nuestros hijos desde que nacen y cuidarlos a lo largo de su crecimiento, y seguir cuidándolos aún después.[2]

 

El Midrash[3] relata que Elkaná subía cada año al Bet HaMikdash para la celebración de las tres festividades (Pésaj, Sucot y Shabuot). Él y su familia iban y pernoctaban en las calles de la ciudad. La gente del lugar les preguntaba: “¿Hacia dónde se dirigen?”. “A la Casa de Hashem, en Shiló”, respondían, y agregaban: “Si ustedes lo desean, pueden venir con nosotros”. Ellos percibían la emoción que mostraban Elkaná y su familia mientras se dirigían al encuentro. Esta impresión les provocaba el deseo de unirse a la caravana. Cada año incorporaban más familias, hasta que terminaron acercando a todos. Le dijo Hashem: “Elkaná, Elkaná. Tú lograste cambiar los decretos que había contra mis hijos. Los educaste en mitzvot y muchos tuvieron el mérito de acercarse por tu intermedio. Como recompensa, yo te daré un hijo que inducirá a los yehudim por el buen camino y continuará lo que tú comenzaste”.

 

No transcurrió mucho tiempo y su mujer se embarazó, y por medio de ellos llegó al mundo el profeta Shemuel. ¡Es increíble que una sola persona pudiera acercar a todo un pueblo! Nuestros Sabios destacan la pureza de los pensamientos e intenciones que poseían: dormían en la calle para santificar el Nombre de Hashem en público. La gente advirtió que ante ellos había una conducta especial. Se preguntaban: “¿De dónde obtienen tanta alegría y entusiasmo?”. Era precisamente cuando Elkaná y su esposa sensibilizaban a la gente y la hacían retornar al camino de Hashem.

 

Solamente aquellos en los que la Torá se convierte en parte de su personalidad y lo demuestran comportándose ante cualquier situación de acuerdo con los lineamientos escritos en ella, son los más aptos para hacer que los demás amen el Nombre de Hashem. Pongamos como ejemplo el acto de asistir al Bet HaKenéset, que sería el equivalente de lo que hacía Elkaná:

 

¿Asistimos regularmente a la sinagoga y llegamos a tiempo para la tefilá?

 

¿Cómo nos comportamos cuando estamos allí?

 

¿Estamos conscientes de que la Presencia Divina está frente a nosotros?

 

¿Vestimos y hablamos conforme a la formalidad y a las leyes de recato que merece el recinto?

 

¿Llevamos a nuestros hijos? ¿A qué los llevamos?

 

¿Les enseñamos por medio de nuestro ejemplo a comportarse con reverencia y respeto?

 

Ellos observan todos nuestros movimientos, escuchan lo que hablamos, notan si guardamos silencio y si seguimos al Jazán con nuestro Sidur. Ellos prestan atención cuando nos acercamos a besar y reverenciar al Séfer cuando sale del Hejal, y si seguimos en silencio la lectura con un Jumash. ¿Mostramos respeto por los mayores y los conocedores de la Torá mientras estamos allí?

 

¿Nos levantamos ante ellos y escuchamos con avidez y en silencio sus disertaciones?

 

¿Comentamos con nuestros hijos lo que escuchamos?

 

¿Demostramos interés por conocer y entender el mensaje de lo estudiado?

 

¿Alzamos y colocamos en su lugar los libros que utilizamos cuando termina el servicio?

 

¿Nos retiramos del lugar como alguien que se quita un peso de encima?

 

Hay quienes creen que la fe en el Pueblo Judío está únicamente en el futuro. Todos nuestros anhelos se han trasladado a la siguiente generación, hacia sus hijos, hacia nuestros nietos. “Que ellos estudien, que ellos cumplan…”. ¡¿Por qué?! Todos estamos obligados a hacerlo. En las generaciones anteriores, cada uno creía que a él, de manera individual, se encomendó la tarea de estudiar Torá y de cumplir las mitzvot.

 

Rabí Shimón bar Yojai dijo: “He visto gente que busca el crecimiento espiritual constantemente. Son muy escasos. Si son mil en el mundo, yo y mi hijo somos parte de esa gente. Si son cien, yo y mi hijo somos parte de ellos. Si sólo son dos, yo y mi hijo somos aquellos”.[4]

 

Pregunta Rab Shimshon David Pinkus: “Si Rabí Shimón bar Yojai continuaba diciendo: Y si es uno, ¿qué hubiésemos contestado? ¡Ese es mi hijo! Y esto es la base de la destrucción en la educación. Porque decir que si son dos, esos somos yo y mi hijo, es realmente cierto, pero continuar y pensar que si sólo hay uno, no se refiere a mí… Aquel padre que piensa así está cometiendo un grave error. Nosotros invertimos todas nuestras fuerzas en nuestros hijos, sin prestar atención a nuestro comportamiento ni al nivel espiritual que reflejamos en nuestros hijos. Un padre que se encuentra sentado en su casa, y más aún, en el Bet HaKenéset, y en lugar de tomar un libro y estudiar empieza a platicar con el que se encuentra a su lado, de nada sirve que se pare en la plegaria y llore para que su hijo sea grande en Torá…”.

 

Todo aquel que aspire a tener hijos como Shemuel HaNabí debe preocuparse por fomentar en ellos la sensación de que no hay cosa más preciosa a los ojos de Hashem que ver a sus hijos sentados tranquilos y rezando en la sinagoga. De esta forma lograremos mostrar y transmitir a la siguiente generación el gran privilegio del que gozamos al poder entrar al palacio del Rey, a cualquier hora, para enaltecerlo y desahogar ante Él todas nuestras necesidades. ©Musarito semanal

 

 

 

“Una cosa pido a Hashem; es lo que siempre buscaré: ¡que pueda residir en Su Casa todos los días de mi vida para contemplar la hermosura [de Su Presencia] y madrugar cada mañana en Su Santuario!”[5]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Bamidbar 3:15.

 

[2] Rab Moshe Feinstein.

 

[3] Yalkut Shimoní.

 

[4] Sucá 45b.

 

[5] Tehilim 27:4.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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