No guardes rencor.
“¡Quién diera que todos en el pueblo de Hashem fueran profetas!”. 11:29.
Con este ejemplar iniciamos el undécimo ciclo de la publicación que semana a semana hacemos llegar a nuestros lectores. Agradecemos todas sus sugerencias y comentarios, ellas nos ayudan a lograr una mejor divulgación de nuestra sagrada Torá.
El Am Israel acampó al pie del Monte Sinaí, estaban tan inmersos en el estudio de la Torá que, mientras se encontraron allí, ningún deseo extraño entró a sus corazones. Tan pronto como se adentraron en el enorme, árido y desconocido desierto, cundió el pánico y el Erev Rab[1] que caminaba a las afueras del campamento, comenzó a despertar cuestionamientos sobre cómo sobrevivirían; la incertidumbre menguó la fe del pueblo y esto ocasionó que varios integrantes del pueblo, incluyendo a los Sanhedrín (Jueces), fueran consumidos por un fuego que cayó del Cielo.[2] Cuando acamparon en Kivrot Hatahavá, el Erev Rab entró de nuevo a escena y quitándose la máscara influyeron de nuevo sobre el resto de la población: Y sucedió que el pueblo buscó excusas para quejarse.[3] A pesar que el Man los nutría física y espiritualmente, demandaban en su lugar comer carne. Moshé oyó que el pueblo lloraba.[4] Las fuertes críticas que hacían sobre el Man que descendía en su mérito, le hicieron sentir que la carga de dirigir al pueblo era demasiado grande como para soportarla solo. Hashem respondió ordenando a Moshé que reuniera a setenta ancianos para que le asistieran en la conducción del pueblo. Estos hombres debían salir de los que en Egipto fueran los supervisores, mismos que prefirieron ser golpeados por los egipcios antes de exigir a sus desfallecidos hermanos proseguir con la extenuante labor.[5]
Moshé encontró un problema: el Sanhedrín sólo tenía setenta asientos, tenía que seleccionar a seis integrantes por cada una de las diez tribus, y solo cinco de las otras dos. Colocó dentro de una urna setenta tarjetas con la palabra “anciano” y dos estaban en blanco, cada uno de los setenta y dos calificados sacaría su suerte. Empero, Eldad y Medad no asistieron a la ceremonia porque pensaron que no merecían el nombramiento.[6] En ese momento comenzaron a profetizar diciendo: Moshé fallecerá, y Yehoshúa hará ingresar a Israel a la Tierra. Yehoshúa, el alumno predilecto de Moshé, se molestó por la falta de respeto que mostraron hacia su maestro al no presentarse a la convocatoria y solicitó encarcelarlos.[7] El proceder de Moshé nos deja una lección transcendental: Le dijo a su alumno: ¿Acaso me celas? ¡Ojalá que todos en el pueblo fueran profetas![8]
¿Cómo reaccionamos cuando alguien nos ofende o nos decepciona? ¿Solemos olvidar la mala experiencia vivida, o tenemos que esperar hasta que nos pidan perdón? Perdonar implica liberarnos del odio y los sentimientos de rencor y venganza que surgen a raíz de una humillación o en un agravio.
Ocurrió aproximadamente hace unos cien años. Un joven de la Yeshiva de Slavodka, que llamaremos Shimón, se había comprometido. Era uno de los alumnos más brillantes y el padre de la novia se sentía muy orgulloso de haberlo elegido para desposar a su hija. Shimón acomodó sus cosas para ir a pasar Shabat en la ciudad de su prometida. Arribó a la ciudad y no fue tan bien recibido por algunos de los jóvenes vecinos que sentían celos del forastero. La familia lo recibió y el futuro suegro lo llevó a conocer los alrededores. Mientras Shimón descansaba del viaje, el padre de la novia se detuvo a conversar con uno de los vecinos: “¿Y bien, que opinas? ¿Acaso no es u joven brillante?”. Este le respondió levantando una ceja: “Bueno…, me parece que para tu hija, resulta ser suficientemente bueno”. El suegro preguntó extrañado: “¿Por qué hablas así? ¿Acaso hay algo que yo no sé?”. “¿Por qué me lo preguntas? Seguramente investigaste bien antes de traerlo a tu casa”. El hombre estaba sorprendido: “¿Investigué?, ¿investigué qué?”. El vecino respondió con cinismo: “Mejor olvida lo que dije, tienes una fiesta por delante. Mejor ocúpate de terminar los preparativos”. En ese momento, la gracia que tenía Shimón delante del que sería su suegro desapareció… fue a su casa y lo comentó con su familia, la incertidumbre hizo aflorar los defectos. El compromiso finalmente se canceló. El mundo del muchacho se desplomó y cayó sobre su cabeza.
Se declaró la primera guerra mundial, y el frente alemán se acercaba a Lituania. La Yeshivat Slavodka tuvo que mudarse a Rusia. Un día, el Saba MiSlavodka llamó a Shimón. Puso en su mano una carta dirigida a él, que fue enviada a la dirección de la Yeshivá, a nombre del Saba. Quien redactaba la carta contaba, que su envidia, había provocado la ruptura del compromiso de Shimón. Desde ese día, su corazón estaba herido, y todo tipo de sufrimientos lo perseguían. Su casa se era un caos y el sustento era muy escaso. Al verse en una situación tan precaria, hizo un balance de sus acciones y atribuyó todo lo que le pasa y todos los castigos al hecho de haber calumniado al forastero y el haber provocado la disolución del compromiso. Y como no sabía la dirección de Shimón, dirigió la carta al Saba MiSlavodka, pidiéndole que lo ubique y que le pida que lo perdone…
Shimón escuchó y el Saba dijo: de acuerdo a nuestra ley, no estás obligado a perdonar.[9] Shimón se encogió de hombros y le dijo: “Cuando me comprometí, le agradecí a Hashem por su gran bondad conmigo. Y cuando el compromiso se rompió, también agradecí aunque la noticia no fue tan grata. ¡Él nos da y Él nos quita, que Su Gran Nombre sea bendecido! Entendí desde un principio que alguien difundió un rumor, y desde un principio lo perdoné. Quien haya sido, fue un simple enviado de los Cielos. Sólo Hashem sabe porque fue él quien hizo esto para mí. Yo no sé si esta persona sea realmente mala, no es mi caso ni me interesa ocuparme en eso”. El Saba seguía firme con su postura: “Este muchacho arruinó tu vida, anuló todas tus esperanzas. ¿Tu corazón no está lleno de odio?”. “Mire, yo también soy una persona. Fui herido y humillado, pero decidí perdonarlo con todo mi corazón”. El Saba MiSlavodka se paró, y Shimón, confundido, también se paró. El Saba inclinó su cabeza y le pidió al muchacho que le diera una bendición. “Está escrito en el Talmud: que cuando una persona renuncia a su honor y no es meticuloso con los demás, y deja pasar en algunas situaciones, Hashem le perdona todas sus acciones no buenas”.[10]-[11]
Otra referencia que encontramos en otro Tratado del Talmud dice así: Los alumnos del muy anciano Rabí Nejunyá ben HaQaná le preguntaron a su maestro: "¿En virtud de qué has llegado a vivir tantos días?" Y él les respondió: "Nunca llevé conmigo a mi cama las ofensas de mi prójimo". Y así explicó Mor Zutrá sus palabras: Cada noche, al acostarse, Rabí Nejunyá decía: "Yo perdono a todos aquellos que me han ofendido".[12] De aquí se extrae la costumbre de agregar en la lectura del Kriat Shemá que se recita antes de dormir: "Amo del Universo: He aquí que yo perdono a todo aquel que me haya dañado u ofendido. Ya sea que su ofensa haya sido hacia mi persona o hacia mi honor, o si me hubiera perjudicado materialmente o de cualquier otra manera. Ya sea que sus malas acciones hacia mí hayan sido realizadas involuntaria o deliberadamente, por negligencia o con premeditación; a través de palabras o de acciones físicas... He aquí que yo perdono a todo Yehudí. Y te pido a Ti, Hashem, que ninguna persona sea castigada por mi culpa... © Musarito semanal
“Un corazón rencoroso, nunca encontrará reposo”.
[1] La multitud egipcia que se había adherido a Israel cuando salieron de Mitzráim.
[2] Bemidbar Rabá 16:24.
[3] Bemidbar 11:1.
[4]Ídem 11:10.
[5] Ver Rashí en Shemot 5:14.
[6] Rashí en Sanhedrín 17a.
[7] Ramban
[8] Bemidbar 11:29
[9] Oraj Jaim 606,1
[10] Rosh Hashana 17a.
[11] Extraído de Veigadtá; Rab Yaacob Galinsky
[12] Meguilá 28a.