Cada Yehudí es tan valioso como un Séfer Torá

 

“Ahora, pues, escribe para ti este canto y enséñalo a los Hijos de Israel; ponlo en sus bocas, para que este canto sea testimonio para Mí frente a los Hijos de Israel” (31:19).

 

 

En este capítulo se encuentra la mitzvá para cada yehudí de escribir, con su propia mano, un Séfer Torá. Este pergamino tiene la misma validez que el que recibimos en el Monte Sinaí. Debido a que no todos somos escribanos, podemos contratar —o asociarnos con otros yehudim para contratarlo— a un sofer (escriba) para que lo haga por nosotros. La Torá es el idioma que unifica a los judíos de generaciones pasadas, presentes y futuras.

 

Rabí Meír, el Rabino de Rottenburg, fue apresado por el emperador Rodolfo en la fortaleza de Ansizheim a orillas del río Rhin en el año 1286. El rey solicitó a la comunidad judía la cantidad de veinte mil monedas de oro para liberarlo. De inmediato, todos los yehudim hicieron colectas en las ciudades aledañas y reunieron la cantidad solicitada. El Rab se negó a que se entregara el rescate, argumentando que si en esta ocasión se aceptaba semejante atropello, los demás gobernantes extorsionarían a los judíos para despojarlos de sus bienes. Insistieron, pero el Rab se negó rotundamente.

 

Rabí Meír estudiaba Torá de memoria, ya que no le permitían llevar sus libros. Lo único que se consiguió por medio del soborno fueron sus tefilín, talit, pergamino y tinta para que pudiera escribir sus pensamientos de Torá. Gracias a que tenía grabados varios libros en su mente, pudo continuar sin interrupción sus estudios. Sólo le faltaba un Séfer Torá para poder leer los lunes, jueves y Shabat. Rabí Meír rezaba y pedía a Hashem que le proporcionara un Séfer Torá para poder leerlo.

 

Una noche se apareció en su sueño el Ángel Gabriel. En su mano sostenía un Séfer Torá. Se lo dio y le dijo: “En el Cielo han visto tu angustia y decidieron enviarte un Séfer Torá escrito por Moshé Rabenu”. Moshé había escrito trece Sefarim, doce de los cuales repartió entre las Tribus de Israel y el último se lo llevó consigo al Cielo.

 

Rabí Meír despertó y, para su sorpresa, el sueño se había cumplido y sobre su mesa había un Séfer Torá. ¡Qué alegría! Esperó ansioso la llegada de Shabat para poder leerlo. Cuando lo abrió, su celda se iluminó con una hermosa luz. Mientras leía, temblaba por la santidad que poseía ese Séfer.

 

Después de un tiempo, Rabí Meír decidió copiar con exactitud el Séfer sobre pergamino. Se trataba de un Séfer escrito por Moshé Rabenu y quería que el Pueblo de Israel tuviera una copia exacta de todas las letras y símbolos. Entonces dedicó horas enteras a cada letra y signo, letras grandes y letras pequeñas, para que fuera una copia fiel del original. Al terminarlo, le dio varias revisadas hasta que comprobó que no tenía errores, y se alegró mucho. Esa noche apareció el Ángel Gabriel y se llevó el Séfer de Moshé que había dejado. Rabí Meír intentó persuadirlo para que no se lo llevara, pero el ángel le dijo: “Este libro debe regresar al Cielo, pero has hecho bien en copiarlo, a fin de que quede como muestra para el Pueblo de Israel”.

 

Siete años pasaron desde que Rabí Meír había sido secuestrado. En su cuerpo se notaban las marcas de la debilidad causada por el aislamiento. Sabía que en poco tiempo su alma subiría al Cielo. Entonces decidió sacar el Séfer Torá de la prisión con la esperanza de que llegara a manos judías. Construyó un pequeño cofre y colocó dentro de él la Torá. Lo cerró con cuidado, lo sacó por la ventana y lo arrojó al río que corría al lado de la fortaleza. Lloró y pidió con fervor que llegara a manos judías.

 

Pocos días después falleció Rabí Meír en la prisión, y ni siquiera entonces aceptó el emperador liberar su cuerpo. Fue hasta catorce años después que sus restos fueron llevados al cementerio de la cuidad de Wurmiza, por Rabí Alexander de Frankfurt. El cofre con la Torá flotó en las aguas del río y algunos pescadores intentaron atraparlo sin éxito. Un día unos pescadores judíos intentaron atraparlo y lograron sacarlo del agua. El cofre mostraba la siguiente leyenda: “Este Séfer Torá es una copia del original escrito por Moshé Rabenu. Este Séfer es un regalo de Rabí Meír para la comunidad de Wurmiza. Este Séfer es sagrado. Será leído solamente dos veces al año, en Shabuot y en Simjá Torá”.[1]

 

La Halajá dicta que en un Séfer Torá cada letra debe estar rodeada de pergamino.[2] Por tanto, el escriba debe poner mucho cuidado en que ninguna letra se toque una a la otra. Asimismo, las letras que forman una palabra deben ser puestas cerca una de la otra, de forma que se note que son parte de la misma y no letras por separado. De estas dos halajot podemos aprender una lección de suma importancia respecto al Pueblo Judío, tanto colectiva como individualmente:

 

Cada uno de los miembros de Am Israel tiene la obligación de estudiar Torá y cuidar las mitzvot. Nadie puede “apoyarse” en otro y confiar en él. La Torá es herencia de todo judío, y todos estamos obligados a observarla y mantenerla. Así como cada uno debe ser independiente en su cumplimiento de las mitzvot, al mismo tiempo está el concepto de arebim, que significa “responder uno por el otro”. El Séfer Torá se compone de muchas letras. A pesar de que cada una parece independiente, la validez de un Séfer Torá depende de todas las letras juntas. La falta o defecto de siquiera una letra afecta la validez de todo el rollo. Del mismo modo, todos y cada uno de los judíos son un componente esencial, del que depende la totalidad del Pueblo Judío.

 

Otra lección es que el Séfer Torá debe escribirse con tinta, y el único color que puede usarse es el negro oscuro. Mientras todos los colores pueden ser mezclados fácilmente uno con otro para formar un nuevo color, el negro es extremadamente difícil de cambiar. Similarmente, un judío no debe permitir las influencias de la sociedad, en especial la maliciosa influencia del internet y de todas aquellas “modas tecnológicas” que están ocasionando más daño en nuestras sociedades que lo que soñó hacer el peor de nuestros enemigos.

 

El judío debe abrazar firmemente la Torá, así como la tinta que se fija en un pergamino. Porque si se separa aunque sea una pequeña gota de esa tinta, el Séfer es pasul; es decir, que no está permitido su uso. Así, el comportamiento del yehudí debe ser íntegro, sin tachaduras, sin enmendaduras; debe seguir el sendero que nos marcaron los Jajamim en línea recta. De nada sirve estar zigzagueando, un día por aquí y un día por allá.

 

Por otro lado, tenemos la ventaja de que si un Séfer se invalida, no se tiene que arrojar a una guenizá; puede corregirse. Así, la persona nunca debe perder la esperanza: por más mal que haya hecho, siempre está el camino del retorno, siempre y cuando sea sincero y con la resolución de no cometer más esas faltas.

 

Nos encontramos en los diez días de teshubá. Hagamos conciencia. Recapacitemos. Todo el propósito de escribir un Séfer Torá es para estudiarlo, para entenderlo y cumplir todo lo que está escrito en él. De esta forma estamos confirmando el pacto que hizo Hashem con nosotros en el Monte Sinaí. Que podamos cumplirlo al pie de la letra y así podamos ver la Gueulá pronto en nuestros días. Amén. ©Musarito semanal

 

 “Israel, la Torá y el Santo, Bendito es Él, son todos Uno.”[3]

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] 613 historias, tomo 8, pág. 304, M. Frankel.

 

[2] Menajot 29a.

 

[3] Zóhar, Ajaré Mot.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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