tefilá: tú estás donde tus pensamientos están
“Al Eterno temerás; a Él servirás…” (10:20).
Por medio de este versículo se nos ordena servir a Hashem. Un poco más adelante dice que debemos servirlo con todo el corazón y con toda el alma.[1]
Rashí explica: “¿Cuál es el servicio que se hace con el corazón? Este es el rezo”. El rezo es llamado “servicio”, como lo encontramos en el Libro de Daniel: “Tu Dios al que tú constantemente sirves”.[2] Él solía rezar constantemente, como se declara: “Y tenía ventanas abiertas en su piso superior, hacia Yerushaláim, y tres veces al día rezaba”.
La plegaria no basta con pronunciarla, hay que sentirla; hay que hacerla con concentración, devoción y sentimiento. Hay que decirla con la boca, pero también con el corazón…
Un día, el rey de la fauna acuática (el Leviatán) se enteró de que en la tierra firme habitaba un ser del cual decían que era el ser más astuto de todo el reino animal. Pensó que si se comía su corazón, podía adquirir su inteligencia y astucia, para lo cual eligió a un batallón de delfines y les ordenó llevar ante su presencia al taimado animal.
Comenzaron la búsqueda y hallaron a un zorro tomando un baño de sol. Se acercaron lo más que pudieron a la orilla y le dijeron: “Hemos venido de parte del rey de los mares para hablar contigo”. El zorro les preguntó desde su lugar: “¿Qué es lo que quieren de mí?”. “Nos ha enviado porque se encuentra muy enfermo y está por morir. Y no quiere que nadie se siente en su trono más que tú, porque sabe que eres muy inteligente y podrás gobernar a todas las criaturas del mar mejor que nadie.” El zorro se levantó de su lugar y les respondió: “¿Y qué es lo que ofrecen?”. Los delfines se emocionaron, pues vieron que había mordido el anzuelo, y entonces le propusieron: “Ven, te llevaremos a su palacio para que hables con él”. El zorro les dijo: “¡No, eso es imposible! ¡Si me sumerjo en el agua, me ahogaré y moriré!”. Uno de los delfines replicó: “No te preocupes. Yo te llevaré sobre mi lomo. Te prometo que no tocarás el agua. Cuando lleguemos al centro del océano, te encontrarás allí con nuestro rey”. El zorro se imaginó con la corona sobre su cabeza, lleno de riqueza y placer, y a todos los animales postrados ante él… Cegado ante semejante propuesta, les creyó y montó sobre el delfín…
Una vez que estuvieron en altamar vio que las olas se hacían cada vez más grandes, y entendió que había sido engañado. Entonces dijo a los delfines: “Escuchen: ya me di cuenta de que no tengo escapatoria y que en cualquier momento van a matarme. Díganme por lo menos para qué me quieren”. El líder de los delfines le respondió: “Vamos a decirte la verdad. Nuestro rey quiere de ti sólo tu corazón, porque es allí donde anida tu inteligencia y astucia. Cuando lo coma, tendrá las mismas cualidades que tú...”.
“¡Oh! ¡Era eso! ¡Habérmelo dicho antes! ¡Si me llevan así, ahora, el rey se enojará con ustedes!”, exclamó el zorro.
“¿Por qué dices eso? ¿Qué pasa?”, preguntaron los delfines. El zorro les respondió: “Les explicaré: nosotros, los zorros, sabemos que nuestro corazón es muy codiciado. Por eso, cuando salimos a la calle, tenemos la precaución de dejarlo en casa. Cuando me lleven frente al rey, se dará cuenta de que no tengo corazón y todo lo que ustedes hicieron habrá sido inútil. Seguramente recibirán un severo castigo”. Temerosos, los delfines preguntaron: “Entonces, ¿qué sugieres?”. El zorro respondió: “Llévenme nuevamente a la playa; iré a mi casa a sacar mi corazón y se lo llevarán al rey. ¿Qué opinan?”.
Los delfines dieron media vuelta y enfilaron hacia la orilla del mar. Cuando llegaron allá, el zorro dio un salto y después de alejarse unos metros para ponerse a salvo, les dijo: “¡Tontos! ¿Ustedes se creyeron ese cuento? ¿Acaso un ser viviente puede vivir sin corazón?”. Y mientras escapaba les gritó en tono de burla: “¡Hasta la vista! ¡Y saluden de mi parte a su rey!”.[3]
Esta parábola nos revela un trascendental mensaje: el instinto maligno trata siempre de interrumpir nuestros pensamientos cuando estamos haciendo tefilá. Trata de distraernos con ideas aparentemente sorprendentes, pero que en realidad no van a llevarnos a ningún lado. Un rezo sin concentración es como un cuerpo sin alma. Tú estás allí donde están tus pensamientos. Asegúrate de que tus pensamientos estén allí donde tú deseas estar.[4] Debemos tener presente que estamos ante Hashem.
Los piadosos de antaño meditaban una hora antes de sus plegarias para prepararse; meditaban acerca de la grandeza de Hashem y su deuda con Él, para que sus oraciones salieran desde el fondo de su corazón.[5] Si reflexionamos acerca de la importancia que tiene la tefilá, no la interrumpiríamos, ni de día ni de noche, para servir a Hashem como sus siervos, tanto en hechos como en palabra y pensamiento.[6]
Cuando el nombre del Jafetz Jaim se dio a conocer en todo el mundo, muchos fueron los que se acercaron a su madre y le preguntaron cuál fue su mérito para tener un hijo tan íntegro. Ella humildemente respondió que no sabía contestarles; ella no asociaba tal mérito con ningún acto en especial que hubiese realizado.
Sin embargo, siguieron insistiendo hasta que al final respondió: “Quizás hay algo que ayudó... Puede ser... Pero es algo tan simple... Recuerdo que antes de entrar a la jupá mi mamá me llamó para hablar unos minutos a solas conmigo, y así me dijo: “Hija mía, nosotras tenemos que criar a nuestros hijos con Torá e irat Shamaim. Por eso te doy un consejo y te pido que en todo momento libre que tengas lleves contigo este libro de tefilot, este Sidur, y pidas a Hashem que tus hijos sean temerosos de Él. No olvides derramar lágrimas al momento de realizar tu tefilá”.
Y me hizo entrega de un Sidur con varias tefilot, y un Tehilim. Esto es todo lo que yo hice”, dijo. “Mientras ponía a hervir unas papas para preparar el puré, hacía tefilá... Al terminar de limpiar, leía Tehilim... Con lágrimas, rogué a Hashem que abriera los ojos de mi hijo Israel Meír a la Torá”. Y esas lágrimas humedecieron las hojas de ese Sidur, que se hizo tan famoso y recorrió generaciones, para enseñarnos cuán sencilla es la tarea…©Musarito semanal
“El corazón del yehudí debe renovarse a diario, para que su servicio al Creador no se vuelva rutinario.”
[1] Debarim 11:13.
[2] Daniel 6:17.
[3] Yorú Mishpateja LeYaacob.
[4] Rab Najman de Breslov.
[5] Berajot 32b.
[6] Pele Yoetz, “Esfuerzo”.
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