mirando hacia atrás

 

 

 

“Él dejó su vestimenta en manos de ella y huyó, y salió afuera." 39:12.

 

 

 

Esta Perashá hace una crónica sobre la vida de Yaacob y su familia. Yosef, el hijo predilecto de su padre, es celado por sus hermanos, lo odiaban tanto que quisieron matarlo. Reubén logra persuadirlos y deciden arrojarlo y abandonarlo a su suerte en un pozo cercano. Estaban a punto de tirarlo y advirtieron que se acercaba una caravana de ishmaelitas, entonces Yehudá sugiere venderlo como esclavo. Se lo llevaron y es revendido después a comerciantes midianitas. Llegan a Egipto y es ofrecido a Potifar, un funcionario del faraón, lo encuentra apto y lo compra como esclavo. Mientras tanto, los hermanos, empapan la túnica de Yosef con sangre de cabra y se la llevan a Yaacob, al verla predice que el hijo de su vejez amado fue devorado por algún animal salvaje y llora su pérdida por mucho tiempo.

 

 

Hashem estaba con Yosef, dondequiera que iba, trepaba a la cima. En poco tiempo, se convirtió en el asistente personal de Potifar y administrador de toda su casa. Cuando Yosef, quien era extremadamente apuesto, se ve a sí mismo con autoridad, comienza a comer, a beber y a preocuparse de su aspecto personal. Hashem entonces le dijo: “Tu padre está de luto ¿y tú te ondulas el cabello? ¡Enviaré al oso contra ti!”.[1] La esposa de Potifar alzó los ojos y lo deseó, buscó atraer su atención de todas las formas posibles; durante un año lo acosó con palabras, se cambiaba la ropa tres veces por día, Yosef se mantenía enérgico y no levantaba sus ojos; entonces intentó otros medios: lo amenazaba con mandarlo a la cárcel, con humillarlo y con lastimarlo físicamente; le ofreció inclusive grandes sumas de dinero y el joven de 17 años no cedía ante ella.[2] Un día el río Nilo se desbordó y los egipcios acostumbraban a celebrarlo acercando ofrendas en sus templos; la esposa de Potifar fingió estar enferma, era la oportunidad que estaba esperando, se quedaría sola con Yosef. Y fue ese día, la Torá nos relata que la determinación de Yosef se quebrantó, estaba dispuesto a rendirse ante ella… fue entonces que sucedió algo inesperado: la imagen de su padre se le apareció y le dijo: “En el futuro tu nombre junto con el de tus hermanos serán grabados sobre las piedras del Efod (pectoral que portaba el Cohén Gadol), ¿acaso deseas que sea borrado tu nombre de junto a ellos? Yosef fortaleció de nuevo su determinación y logró escapar una vez más de ella.[3]

 

 

Advierte el Talmud: El instinto del mal se renueva diariamente para atacar al hombre, de no ser por la ayuda Divina, el individuo no podría vencerlo.[4] Si no fuera por la asistencia de Hashem, la persona terminaría subordinándose a la voluntad del Yétzer Hará. No obstante, esta ayuda está supeditada al esfuerzo que cada persona invierta para combatir contra la fuerza incitadora. Algo que sirve también de gran ayuda, es la estampa de los padres, la imagen que uno guarda de su hogar, lo que sus ojos percibieron en la conducta de sus padres, va a ser decisivo en la formación del individuo.

 

 

El hijo de una prestigiosa familia fue secuestrado y llevado a un convento. Los desesperados padres rogaron, acusaron y ofrecieron rescate para que liberaran a su hijo. Las autoridades negaban tomar acción alguna, bajo el argumento que el niño había abandonado la casa por propio convencimiento. Pasaron varios años, los frailes mantenían y mimaban al niño, rodeándolo de regalos y golosinas para que no extrañara ni pensara en retornar a su fe judía.

 

 

Los padres no abandonaban los intentos para conseguir la liberación, luego de varios intentos, lograron persuadir a un juez, quien acepto la apelación y reabrió el caso. El juez se mantenía todavía escéptico y señaló: “¿Cómo puedo yo saber si su argumento es verdadero? ¿Tal vez es realmente la voluntad del vástago abrazar la religión católica? Voy a darles una sola oportunidad… ¿escucharon bien? ¡Una sola! Voy a solicitar a los curas que permitan el acceso al convento a tres personas, podrán acercase al muchacho durante solamente cinco minutos…, si en ese tiempo consiguen convencerlo que regrese con ustedes, entonces les daré la razón; pero de no conseguirlo, será para mí una clara señal que él ha decidido adoptar nuestra fe y niño se quedará para siempre allí….”. Salieron de la entrevista, por un lado alentados por la esperanza de recuperarlo, pero por otro lado llevaba años allí enclaustrado;

 

¿cómo podrían en tan solo ¡cinco minutos! contrarrestar la excesiva complacencia con la que seguramente habrían persuadido a su hijo? Se dirigieron a la casa de Gaón Najal Eshkol, rogando su ayuda y acertado consejo. El Rab trató de reconfortarlos con palabras de fe y seguridad en Hashem, les preguntó si podrían mencionar algunos episodios en los cuales el niño pudo haberlos visto actuar con devoción en el cumplimiento de algunas Mitzvot. El Rab escuchó con atención y antes de despedirse les ofreció ir con ellos para hablar con el niño. Los padres salieron de la casa un poco más tranquilos.

 

El día llegó, el Rab caminaba decidido mientras que los padres lo seguían con pasos vacilantes, apenas y podían mover sus pies, el momento era decisivo… Las pesadas puertas fueron abiertas y las tres figuras fueron conducidas hacia un salón donde se encontraba el niño.

 

¡La suerte estaba echada! tenían solamente cinco minutos para convencer a la criatura de cobijarse bajo las alas del judaísmo o perderse para siempre… El ambiente era estremecedor. De un lado se encontraban los padres y el Rab, y frente a ellos el niño que tenía en su rostro las marcas de la influencia recibida durante todos esos años. Con ansiosa mirada los padres esperaban las palabas del Rab, pero él seguía sin pronunciar palabra, corrían los minutos, de repente el Rab comienza a cantar con dulzura el canto del Kal Nidre, aquel que estremece el corazón de todo Yehudí en la noche de Yom Kipur. El ambiente se congeló; gruesas lágrimas resbalaban por las mejillas de los angustiados padres, habían pasado tres extensos minutos, el Rab advirtió en los vidriosos ojos del niño que la dulce melodía había movido las frágiles fibras de su corazón, y entonces le preguntó: “¿Es tu deseo venir con nosotros y adquirir este mundo y el mundo venidero o prefieres quedarte aquí, en este convento?”. El corazón de los padres se detuvo… de pronto y en forma inesperada, como quien despierta de un sueño, saltó el niño de su lugar, temblando corrió hacia el regazo de su madre y

 

gritando dijo: “¡No deseo quedarme en este lugar!

 

¡Quiero estar al lado de mi padre, para escuchar de nuevo en el Bet HaKneset esa canción que tanto me estremeció!”.[5]

 

¡Qué importante es la figura paternal! ¿Cuánto deben cuidarse los padres de crear alrededor de sus hijos un ambiente sano y tranquilo en el cual se le brinde un coherente ejemplo de cómo se ama y se cuidan la Torá y las Mitzvot? Al ser que desde el nacimiento y hasta la maduración, la criatura se encuentra imposibilitada y dependiente de sus progenitores, su naturaleza es imitar su postura y disposición. Un transeúnte adulto llega a un cruce peatonal y ve delante de él el semáforo en rojo. Mira hacia la derecha y hacia la izquierda, ve que no se aproxima ningún automóvil y cruza. A su lado se encontraba un niño quien aprendió que se puede cruzar con el semáforo en rojo. En otra oportunidad, cuando no se encontraba a su lado un adulto, aquel niño repitió el acto, y en eso pasó un automóvil ¡y lo atropelló…![6]

 

 

La Perashá comienza así: Éstas son las generaciones de Yaacob: Yosef, para enseñarnos que Yosef, al igual que su padre, logró resistir y mantener su esencia judía. A pesar de la distancia, no quiso desviarse ni un centímetro del camino que había recorrido su padre, supo mantener con precisión sus elevadas cualidades a pesar del entorno corrupto y degenerado en el que se encontraba, la figura de su padre surgió en su mente en el momento decisivo y esto fue lo que lo salvó de la tragedia y esto quedó grabado en sus genes para toda su descendencia. Legar a nuestros hijos un comportamiento digno y apegado a la voluntad de nuestro Creador, es el compromiso más grande que tenemos en la vida.© Musarito semanal

 

 

 

 

 “No existe nada más detestable en este mundo como un buen consejo acompañado de un mal ejemplo”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

   1  Rashí, V. 39:6

 

   2 Yomá 35b

 

   3 Sotá 36b

 

   4 Kidushín 30b

 

   5 Historia relatada por Rab Abraham Wolf.

 

   6 Rab David Pinkus

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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