el Kashrut: somos lo que comemos

 

“Estos son los seres vivientes que podrán comer…” (11:1-31).

 

 

En esta Perashá encontramos una detallada lista de las características de los animales permitidos para el consumo. Aunque tenemos permitido comer carne, debemos abstenernos de comer todos aquellos que la Torá considera impuros. Pureza y santidad deben ser los principios en la vida de un yehudí. Las leyes de kashrut no sólo inciden en la salud física del ser humano, sino que además, y principalmente, en su salud moral, conductual y espiritual. La Torá nos proporciona las señas de las especies que podemos comer, no precisamente para identificarlos como permitidos, sino para informarnos que son la causa por la que son kasher.

 

Por ejemplo, sólo tenemos permitido ingerir carne de aquellos cuadrúpedos que tienen por completo divididas las pezuñas y son rumiantes. La Torá específicamente dice que si uno de estos aspectos falta, es como si el animal no tuviese ninguna de las dos características. ¿Por qué? ¿Qué tienen de especial estas características?

 

Los animales rumiantes no poseen dientes en la mandíbula superior, por eso se alimentan solamente de vegetales. La falta de dientes les impide triturar y masticar huesos; por ende, no tienen el carácter feroz de las bestias salvajes. Y el hecho de que sus cascos hendidos están desprovistos de garras, que son instrumentos de rudeza y violencia, al carecer de ellas se catalogan como especies pacíficas e inofensivas.[i]

 

La pezuña partida representa el comportamiento externo del hombre hacia su prójimo; y el hecho de ser rumiante, la relación interna entre el hombre y su Creador. Si una persona se comporta de una manera kasher sólo con su prójimo o sólo con Hashem, está clasificada dentro de las especies que no son kasher.[ii]

 

La Torá continúa con el tema de los peces y nos proporciona sus características: deben poseer escamas y aletas; quedan descalificados los reptiles, crustáceos e insectos. Respecto a las aves, la Torá enumera a las especies prohibidas; una de las señas que las distinguen como impuras es que se trate de aves de rapiña. Encontramos el mismo concepto que en los animales terrestres: sólo se permiten especies domésticas, mansas y herbívoras que, por ende, no transmiten crueldad ni agresividad feroz como las demás especies.

 

Existe un ave con una característica que vale la pena mencionar. El Talmud[iii] dice que el nombre hebreo de la cigüeña blanca es jasidá. Recibe este nombre por el hecho de que hace jésed (favores) con sus compañeras al compartir con ellas su comida. Por ser la naturaleza de esta ave contraria a la crueldad, ¡debería estar permitido consumir su carne! El Jidushé Harim responde: “La cigüeña solamente favorece a aquellos que son de su misma especie; y debido a que no hace jésed para extraños se le considera impura”. Se debe hacer jésed con todos y no solamente con los propios amigos.

 

La Guemará comparó a un hombre que cierra su mano frente al pobre con un ratón acostado sobre una pila de monedas.[iv] Cuando un ratón se acuesta sobre harina se siente cómodo, pues tiene comida para mordisquear. Cuando se acuesta sobre hogazas de pan o espigas de trigo, a pesar de que no está cómodo, al menos disfruta comiendo. Pero un ratón acostado sobre monedas está incómodo y hambriento. Por tanto, ese hombre, al igual que este último ratón, deja sin usar su riqueza, dado que no se benefician él ni ningún otro.[v]

 

Un judío acaudalado e importante vino un día a visitar al Maguid de Mezeritch. El Rab le preguntó: “¿Qué come usted cada día?”. El hombre le respondió: “Me contento con la comida de los pobres, pan con sal”. El Maguid lo censuró y le ordenó comer carne y beber vino, tal como la gente afortunada. Cuando se marchó el rico de la habitación, los jasidim preguntaron al Rebe: “¿Por qué lo censuró y le mandó comer así?”. El Maguid contestó: “Si come carne y bebe buen vino todos los días, comprenderá que los pobres necesitan por lo menos comer pan con sal. Pero si él mismo se contenta con pan y sal, pensará que los pobres pueden vivir de piedras…”.

 

Dijimos que la Guemará explica que la jasidá se ganó el nombre porque comparte su comida con los de su especie. En otro tratado del Talmud dice que el ratón es malvado porque cuando ve una pila de granos llama a sus amigos para compartir la comida.[vi]

 

¿Por qué el acto del ave es considerado jésed y el del ratón es considerado maldad?

 

Es elogiable compartir lo que uno posee. El ratón, en cambio, llama a sus amigos para disfrutar del trigo de otro. Ser generoso con lo que pertenece a otros no es bondad, sino lo contrario.[vii]

 

La Torá comienza con favores y culmina con favores.[viii]

 

En una ocasión, un joven consideró la posibilidad de abandonar la yeshibá. Se le sugirió que fuera con el Jafetz Jaim antes de tomar una decisión definitiva. El joven accedió y se dirigió a la casa del Rab. Cuando el joven entró a la casa, vio al Jafetz Jaim llorando mientras recitaba Tehilim. El joven preguntó a los familiares el motivo de la actitud del Rab y le dijeron que una persona extraña había venido a verlo para pedirle que rezara por la recuperación de un enfermo. Conmovido por esta manifestación de amor hacia un perfecto extraño para él, el joven comprendió que únicamente el estudio de la Torá podría provocar un sentimiento de compasión tan poderoso, y en vista de ello se convirtió en discípulo del Jafetz Jaim.[ix] El que se aferra a una parte de la cualidad de la hermandad, se aferra a toda ella. Y el que desdeña una parte de la hermandad, la desdeña toda.[x]

 

Vemos aquí la relación entre lo que consumimos y en lo que nos convertimos. Por eso la Torá ocupó tantos versículos para este tema en particular. Comienza advirtiendo: Al Teshakezu (No contaminen sus almas) y culmina con: Venitmetem Bam (y se impurifiquen con ellos). Explican los Jajamim: “No digas venitmetem (‘impurificar’) sino venitamtem (‘se obstruirán’). Los alimentos que ingerimos no sólo reponen las células y abastecen de energía al cuerpo, sino que también le dan vida, no sólo física sino espiritualmente”. El yehudí que come lo que la Torá prohíbe no sólo se impurifica, sino que provoca que los sentimientos espirituales de su corazón se vean obstruidos y esto le impide ver la Luz de la Torá. Debemos ser muy cuidadosos, especialmente con los niños.

 

El Shulján Aruj[xi] dice que con un niño pequeño que aún no entiende, su padre tiene la obligación de apartarlo de alimentos prohibidos por la Torá, incluso cuando todavía no esté obligado a observar mitzvot, pues el efecto es dañino al crecimiento espiritual de la criatura; cuando llegue a la edad en que comprenda, debe explicársele sobre esos alimentos prohibidos, para que se cuide siempre de preservar su sangre y sus genes puros. Santifíquense, ya que Yo soy Santo. Y no deberán contaminar sus almas…[xii]

 

Aquellos que se esfuerzan en santificar su vida, especialmente respecto a lo que entra y sale de su boca, serán protegidos de todo pecado. Dice el Talmud: “Todo esfuerzo que emprenda el hombre, aunque sea de poca envergadura, será completado por el Cielo y recompensado en el Mundo Venidero…”.[xiii]

 

Era viernes por la tarde en la ciudad de Vilna. En la casa del sastre Jaim todos corrían para terminar los preparativos de Shabat. La señora tenía una duda respecto al kashrut del guiso que estaba preparando, por lo cual envió a uno de sus hijos para preguntar al rabino de la ciudad si se podía comer o no. A su vez, el esposo, que no se percató de que su señora ya lo había hecho, envió a otro de sus hijos a la casa del Gaón de Vilna con la misma pregunta. Normalmente el Gaón no respondía las preguntas; cuando llegaban para que emitiera un dictamen halájico, enviaba a la gente con el rabino de la ciudad. Así que, debido a que la hora de encender las velas se aproximaba, dijo al joven que no se podía comer.

 

Un poco más tarde llegó el otro hijo con la respuesta del rabino de la ciudad, diciendo que el guiso sí podía comerse. El sastre Jaim se encontró en un dilema; no sabía qué hacer y no había tiempo que perder, así que corrió a la casa del rabino de la ciudad y le dijo que el Gaón había prohibido el guiso que él había permitido. El rab mantuvo su posición y dijo al sastre que agregara dos cubiertos más, porque esa noche tanto él como el Gaón irían a comer a su casa. El sastre hizo tal como le dijo y preparó todo para esa noche.

 

El rabino de la ciudad fue a la casa del Gaón y le dijo: “Mi maestro y mi Rabino: en verdad no soy nada frente a usted, pero en esta ciudad soy yo el rabino de la ciudad y todos los dictámenes sobre permisos y prohibiciones son de mi competencia. Yo dictaminé que la comida se puede comer, y mis pruebas son correctas, así que solicito a usted que me acompañe a la casa del sastre Jaim y pruebe conmigo la comida que permití, para que todos sepan y estén de acuerdo con mis dictámenes”.

 

Debido a su gran humildad, el Gaón aceptó y ambos se dirigieron a la casa del sastre. Éste se sintió muy emocionado al tener en su mesa a tan importantes visitantes. Cuando pasaron a la mesa sucedió lo inesperado: apenas llegó el guisado a la mesa, una vela se desprendió del candil y cayó justo sobre el plato del Gaón, inhabilitando así el alimento debido a que la vela era de sebo, e ingerirlo está prohibido. Se quedaron todos impresionados y el rabino admitió que se había equivocado, que la ley era como el Gaón había dictaminado y que desde el cielo lo cuidaron para que no probara algo que no era kasher.[xiv]

 

Quien siempre se cuida de no llevar alimentos prohibidos a su boca, Hashem lo cuida para que nunca deba hacerlo…

 

Dos yehudim, Reubén y Shimón, viajaban en un barco para ver a sus respectivas familias. Se desató en medio del mar una terrible tormenta y la nave se vio obligada a anclar en un puerto de España, en plena época de la inquisición.

 

Cada uno de ellos fue alojado en una casa diferente. Como sus vidas estaban en peligro porque hacía cuatro días que no probaban bocado, se vieron obligados a alimentarse con comida no kasher.

 

Una vez repuestos, se dispusieron a despedirse de sus anfitriones y les agradecieron por las atenciones recibidas.

 

Cuando estuvieron nuevamente en el barco que los llevaba a continuar el viaje, hablaron de sus experiencias. Shimón comenzó: “A mí me tocó vivir en una casa donde de verdad odian a los yehudim. Menos mal que no les dije que soy yehudí, porque si no, seguro que me mataban”.

 

Reubén relató: “A mí me ocurrió algo que debo atribuirlo a un milagro. Yo tampoco les dije que soy yehudí, pero cuando estaba por irme, el dueño de la casa me dijo: ‘Por tu cara, veo que eres yehudí. Pero no te preocupes; nosotros también lo somos. Nos hacemos pasar por gentiles, pero realmente cuidamos todas las mitzvot de la Torá. Tú habrás creído que en estos días que estuviste con nosotros comiste taref, pero no fue así. Ven; te mostraré cómo en nuestro sótano hacemos shejitá (sacrificio ritual) a los animales, y hasta nos cuidamos de no mezclar carne con leche...’. He visto con mis propios ojos cómo Hashem me cuidó para que en mi boca no entrara ningún alimento no kasher”.

 

Shimón, al escuchar a su compañero, se sintió mortificado. Si bien es cierto que la Torá permite comer cualquier cosa para alimentarse si la vida está en peligro, quería saber por qué Hashem no lo protegió milagrosamente como lo hizo con Reubén.

 

Cuando llegó a su destino, se dirigió a un Rab para preguntarle. Luego de contarle todo, el Rab le preguntó: “Dime la verdad: ¿tú alguna vez comiste algo no kasher por propia voluntad, sin que nadie te obligara a hacerlo?”. “Bueno”, confesó Shimón, “no voy a mentir. Una vez estaba paseando en el bosque y me encontré con un grupo de yehudim que estaban comiendo y bebiendo. Me invitaron a participar de su fiesta y allí comí carne y queso taref, y tomé del vino de ellos. Cuando me levanté de allí dije: ‘¡Que Hashem me perdone!’”.

 

Entonces le dijo el Rab: “Pues mira tú mismo cómo Hashem conduce a sus criaturas. Tu compañero nunca comió voluntariamente alimentos no permitidos y Hashem lo cuidó y permitió que sólo entrara comida kasher a su cuerpo, a pesar de que, si hubiese comido taref, estaba exento de faltas, pues su vida corría peligro. Y de todas las casas a las que podía haber entrado, Hashem lo condujo a aquella que estaba habitada por yehudim que cumplían mitzvot. En cambio tú, por no haberte cuidado cuando debiste hacerlo, perdiste la oportunidad de que Hashem te cuidara...”.[xv]

 

Al hombre corresponde elevarse hacia el ideal de sus propias fuerzas. Hashem colmará entonces sus esfuerzos y lo ayudará a alcanzar sus objetivos. Condúceme por el sendero de Tus mandamientos, pues es lo que anhelo.[xvi]. ©Musarito semanal

 

 

 

“Servir a Hashem mediante la comida y la bebida es más difícil que servirle mediante el estudio de Torá y tefilá.”[xvii]

 

 

 

 

[i] Abarbanel.

 

[ii] Rabí Abraham Pam.

 

[iii] Julín 63a.

 

[iv] Sanhedrín 29b.

 

[v] Vaidaber Moshé.

 

[vi] Talmud Yerushalmí, Babá Metzía 3:5.

 

[vii] Maayaná Shel Torá.

 

[viii] Sotá 14:1.

 

[ix] Relatado por el Rabino Mordejai Katz, Z.T.L., Rosh HaYeshivá de Telshe.

 

[x] Rabí Yaacov Yosef de Polana; HaMeír LeDavid.

 

[xi] Halajot Shabat, 343.

 

[xii] Vayikrá 11:44.

 

[xiii] Yomá 39a.

 

[xiv] Extraído de Or Daniel, Revista “Or Torá”, Rab Rafael Freue.

 

[xv] Niflaim Maasejá; Hamaor.

 

[xvi] Tehilim 119:35.

 

[xvii] Rabí Yehoshúa de Ostroba.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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