Reconocer y agradecer.
“¡Vamos por favor! ¡Razonemos juntos! Dice Hashem”. Yeshayá 1:18.
La Haftará que leemos en esta semana, regularmente coincide con la Perashat Debarim, es habitual que se lea un Shabat anterior a Tishá Beab. Entre los tres Shabatot que hay entre el 17 de Tamuz y el 9 de Ab se leen las profecías relacionadas con las advertencias a la nación acerca de la destrucción del primer Bet HaMikdash, habla con palabras tristes y severas acerca de las graves consecuencias que habrían de acontecer a los Hijos de Israel en consecuencia de los pecaminosos caminos.
Jazón es la última de las tres Haftarot de aflicción. Yeshayá (El profeta), no se lamenta por la destrucción del Bet HaMikdash, sino por las causas que condujeron a la misma. El duelo que llevamos a cabo en Tishá Beab, no es solamente por el pasado, sino también por el presente. No es suficiente lamentarse por la gran pérdida que padecieron nuestros antepasados con la destrucción de nuestra tierra, de nuestra sagrada ciudad y del sagrado Templo. Debemos utilizar el duelo para iniciar, a partir del mismo, un camino de introspección de nuestros sentimientos, pensamientos y acciones del presente. ¿Estamos tomando acciones para eliminar las acciones que llevaron hace miles de años a nuestros antepasados al exilio, no solo una, sino dos veces? ¿Vivimos comprometidos con el deber que Hashem decretó, o gastamos el precioso tiempo que poseemos buscando falsas imitaciones? Cuándo pedimos por la reconstrucción de Yerushalaim, ¿lo deseamos realmente o solo lo pedimos de dientes hacia afuera? ¿Nuestras acciones son realmente propicias para que un nuevo Bet HaMikdash sea erigido ante nosotros?[1]
El reproche de Yeshayá es muy severo: ¡Escuchen, oh cielos, presta oídos, oh tierra, pues Hashem ha hablado! hijos he criado y enaltecido, mas ellos se rebelaron contra Mí. El toro reconoce a su dueño, y hasta el burro distingue el abrevadero de su amo; Israel no Me distingue, Mi pueblo no reflexiona. ¡Ay! nación pecadora, pueblo colmado de transgresiones, simiente de malvados, hijos destructores, han olvidado a Hashem, han despreciado al Santo de Israel y le dieron la espalda.[2]
Existen varias interpretaciones sobre la causa de la destrucción del Beth HaMikdash, en el reproche de Yeshayá, se nota que la causa pudiera ser la ingratitud; a pesar que los sacrificios se realizaban regularmente, la gente había perdido la disposición de agradecer por todo lo que obtenían por la Piedad y Generosidad de Hashem. La cualidad de la gratitud es la base y la raíz del apego al Creador, ya que no existe algo que mantenga el amor como el reconocimiento del bien obtenido. Agradecimiento es el reconocer que estás recibiendo algo inmerecidamente, y por ende te sientes obligado a corresponder. Mientras más uno considere que lo merece, menos sentirá la necesidad de agradecer. ¿Acaso alguien pude pensar que su existencia y todas las bondades que recibe del Creador en cada instante de su vida, le corresponden por méritos propios…?
Para agradecer a Hashem no es necesario esperar que nos haga grandes milagros; basta con despertarnos por la mañana, abrir nuestros ojos, encontrarnos con nuestras piernas sanas, con nuestro corazón bombeando sangre a todo nuestro organismo, los pulmones y los riñones funcionando a plenitud. Dormimos bajo un techo seguro, sobre una cómoda cama, despertamos completamente recuperados del cansancio del día anterior.
Una mañana, un hombre despertó y con desesperación descubrió que repentinamente no podía ver, algo terrible estaba ocurriendo. Pidió a sus familiares que lo llevaran de prisa hacia su oftalmólogo: el Profesor, Dr. Tiku. Después que practicó algunos estudios, el médico le anuncio que, de acuerdo a los resultados, el diagnostico escapaba de su especialidad; habían encontrado un gran tumor que estaba afectando el nervio óptico. El médico lo refirió con un especialista, el Doctor Tzundak, profesor y neurocirujano quien atendía en una clínica de Alemania.
El hombre no poseía los medios, solicitó préstamos, y así logró llegar a Alemania. Una vez allí, el Doctor Tzundak le explico que era urgente extirpar el tumor, ya que podría seguir creciendo y provocar daños en el cerebro. La operación se realizó con éxito y la carnosidad fue retirada del lugar sin complicaciones, el paciente debía permanecer, acostado y sin moverse por varias semanas ya que cualquier movimiento brusco podría ser fatal. Transcurridos unos días, las vendas fueron retiradas y el paciente abrió sus ojos, pero lamentablemente no consiguió ver, estaba agradecido por haber salvado su vida, pero también estaba angustiado por su ceguera. Le preguntó al médico si tenía alguna otra posibilidad de recuperar la visión y el Profesor Tzundak le respondió que había un tratamiento que se encontraba en fase experimental; un grupo de médicos había conseguido insertar dentro de un cerebro, un sensor que decodifica los impulsos eléctricos que genera el ojo. Era una posibilidad, pero se trataba de una operación sumamente costosa y el paciente ya había gastado todo su capital. Se acercó a los Yehudim de la localidad, y después de una intensa colecta, se consiguieron los fondos y el paciente se volvió a internar.
La segunda intervención se llevó a cabo. Al día siguiente el Profesor Tzundak le dijo que muy probablemente volvería a ver, le sugirió que lo primero que vieran sus ojos fuera algo de Mitzvá, el paciente aceptó y lo único que el médico tenía a mano era su Talet Katán, entonces comenzó a retirar con cuidado las vendas, y el paciente comenzó a sentir como sus ojos luego de varios meses de estar en la más oscura y desesperante penumbra, comenzaron a distinguir la claridad, y en el instante que los ojos quedaron totalmente descubiertos, vio la figura de un hombre con los hilos del Tzitzit en su mano. Entonces el paciente cayó a los pies del médico, con lágrimas y sollozos, le dijo: “¡Estaré eternamente agradecido, usted me devolvió la vista!”. El profesor Tzundak que además de ser un buen médico era un excelente Yehudí, comenzó a hablar y con sabiduría le dijo: “Es importante que tengas presentes los largos y tristes meses de angustia y desesperación que viviste. Todo lo que tuviste que sufrir, todo lo que invertiste y abandonaste durante tanto tiempo para recuperar la vista. Es a Hashem a quien le debes agradecer, Él te otorgó el milagro de recuperar la visión”. Luego de sanar, regresó a Israel, y recomenzó su vida acercándose a la religión conduciendo a su familia hacia el hermoso camino de la fe y la Torá, siendo un gran influyente para que muchas personas hicieran Teshubá.[3]
Un salmo para agradecimiento: Clamen a Hashem toda la tierra. Sirvan a Hashem con alegría; vengan a Él con regocijo. Sepan que Hashem es El Todopoderoso.[4] Es muy importante acostumbrarse a reconocer los favores y nunca olvidarse de decir "GRACIAS" por cada atención o favor que uno recibe; que por medio de este mérito logremos acercar la tan esperada redención final; que sea en nuestros días.© Musarito semanal
“El verdadero servicio a Hashem se construye sobre un fundamento de gratitud”.[5]
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Para Refuá Shelemá de: Ruth bat Victoria, Eliahu ben Esther, Yaacob ben Ruth, Rajel Jaya bat Adel Janom. Ovadia ben Zekíe. Frida bat Jaqueline.
Leiluy Nishmat de: Yosef ben Elvira, Shajud Shaúl ben Boliza. Victoria bat Sará
[1] Rab Méndel Hirsh; Extraído del Jumash ArtScroll, pág 1270.
[2] Yeshayá 1:2-4
[3] Rabbí Shabtai Yudelevitz
[4] Tehilim 100:1-3
[5] Strive for Truth, Vol. I, pág. 153