¿Quieres salir airoso en el juicio?

 

 

“Todos ustedes están firmemente parados en este día” (29:9).

 

 

El último día de su vida, Moshé acuerda un nuevo pacto con todos aquellos que ingresarían a la Tierra de Israel. Preguntan los Jajamim: “¿Por qué tenía que mencionarnos que estaban parados con firmeza?”. La palabra Nitzabim proviene de la raíz de matzebá, que significa “monumento”, algo que se encuentra firmemente arraigado al lugar donde se localiza. Por otro lado, los comentaristas nos enseñan también que la palabra hayom (“este día”) se refiere a Rosh HaShaná.[1]

 

¿Acaso el versículo está insinuando que podemos pararnos con firmeza mientras en el Cielo están decidiendo nuestra existencia? Una persona que tiene que enfrentar un juicio aquí en la Tierra se pone nerviosa. Con premura, busca y contrata el mejor despacho de abogados; dedica todo su tiempo y energías a reunir la mayor cantidad de pruebas que puedan sacarlo de la difícil situación. Y si su vida depende del veredicto, no come ni duerme hasta que consigue su libertad.

 

Estamos muy cerca del día en que el Gran Juez abrirá los libros. Todos nuestros hechos pasarán delante de Él. ¿Acaso puede alguien pararse con firmeza sin saber lo que el nuevo año le depara? Seguramente, muchos de nosotros ya tomamos resoluciones respecto a cómo cambiar nuestro comportamiento, ya sea en el ámbito familiar, social o laboral. También estamos planeando cómo cumplir mejor cada mitzvá que hacemos, o estamos tratando de agregar méritos a nuestro expediente, con la esperanza de despertar la Misericordia Divina y ser favorecidos con vida, salud y alegría para el año nuevo. ¿Cómo podemos saber cuál de todas las resoluciones es la que nos abrirá las puertas del Cielo?

 

Si analizamos el Majzor de Rosh HaShaná, encontraremos algo que pudiera darnos un indicio de la respuesta a tal interrogante. En la sección de la lectura del Séfer Torá encontramos algo que llama la atención: cuando sacamos el Séfer, generalmente leemos algunos versículos alusivos a la fiesta. En esta festividad, ¿qué sería lógico leer? Algo que tuviera relación con el Reinado de Hashem, con el shofar, con la Creación del Mundo; o probablemente algo sobre el tema del juicio o la teshubá. No leemos nada relacionado con estos temas.

 

Veamos: el primer día leemos el impresionante milagro del embarazo de Sará y el nacimiento de Itzjak. Continúa relatando cuando Sará, preocupada por la mala influencia que causaba Ishmael en la educación de su hijo, pide a Abraham que lo expulse de la casa. En las Haftará leemos la historia de Janá, una mujer estéril que pidió y pidió por un hijo hasta que, en un día de Rosh HaShaná, sus tefilot fueron respondidas y con ellas logró traer al mundo a Shemuel, quien llegó a ser más grande que Moshé y Aharón. Estos versículos tienen tanto significado que sirven como introducción para nuestra plegaria matutina.

 

El segundo día leemos la impresionante Akedat Itzjak, que también tuvo lugar el día de Rosh HaShaná, y nos muestra la abnegación de dos hombres que eran capaces de entregar su vida para santificar el Nombre de Hashem.

 

¿Qué tienen en común todos estos versículos? ¿Cuál es el tema principal?

 

Todos apuntan hacia un solo tema: el de la concepción y formación de una familia. Son mujeres y hombres que, con profunda abnegación, nos mostraron el camino de cómo dar continuidad al Pueblo de Israel. Nos enseñaron que tener un hijo, nieto, alumno, etc., no es para satisfacer nuestras inclinaciones paternales, sino cargar con una gran responsabilidad: pulir y hacer brillar esos diamantes que Hashem deposita en nuestras manos en calidad de préstamo.

 

Itzjak Abinu nació de forma milagrosa, cuando sus padres ya no debían tener hijos. Abraham tenía 100 años y Sará 90. Ellos nunca perdieron la esperanza de tenerlo y cumplir con el fin de educarlo por el sendero de la Torá y las mitzvot. Cuando Sará vio que atentaba contra la educación de su hijo, echó de inmediato a Ishmael. Cuando Hashem dijo a Abraham que degollara a Itzjak, le llamó: “Abraham”, y él contestó: “Hineni” (“Heme aquí, Hashem”). Madrugó; él mismo preparó las cosas (tenía una gran cantidad de esclavos que podían hacerlo por él) y llevó consigo a Ishmael y a Eliézer; después de tres días encontró el lugar y, mientras se dirigían allí, Abraham luchaba contra sí mismo: iba a sacrificar a su único hijo. Si el korbán no salía bien, no había otra oportunidad de cumplir con la solicitud de Hashem. Abraham estaba absorto en sus pensamientos cuando de repente Itzjak le dice: “Papá, ¿puedo hacerte una pregunta?”. “Hineni, bení (‘Heme aquí, hijo mío’); ¿cuál es tu pregunta?”. Esto es impresionante: Abraham tenía bien presente que la responsabilidad de su hijo era también una ordenanza, no menos importante, que provenía de Hashem.

 

¿Cuántas veces decimos: “Ahora no, hijo. Estoy muy ocupado…”? ¡Qué gran lección! Escuchemos a nuestros hijos, démosles el tiempo y la atención que necesitan. No es suficiente con enviarlos a una Yeshibá donde se imparten los valores que nos inculcaron nuestros padres. Esto es de gran ayuda, pero sin nuestra intervención y responsabilidad ellos no saldrán como Hashem pide. Nadie va a hacerlo mejor que nosotros mismos…

 

Había un hombre sabio. No había pregunta que no supiera responder. Cuando llegaba a una ciudad la gente se arremolinaba para escuchar sus sabias respuestas. Una vez visitó un pueblo y los consejeros del gobernador, temerosos de que les quitaran sus puestos, idearon la forma de humillarlo delante de la gente para que no volviera más. Idearon una pregunta con la que, respondiera lo que fuere, saliera deshonrado delante de todos. Cuando llegó al pueblo, lo convocaron a debatir contra el hombre más sabio de la comarca. Todos los habitantes dejaron todas sus ocupaciones para observar la contienda. Uno de los consejeros lo enfrentó con el siguiente acertijo: “Tengo entre mis manos una pequeña mariposa. Quiero que me digas si está viva o muerta”. El sabio se dio cuenta de que cualquier cosa que contestara sería señalada como error, porque si decía que estaba viva, el hombre apretaría sus manos asfixiándola, y si decía que estaba muerta, abriría sus manos y la dejaría salir volando. El sabio pensó un momento y dijo: “La respuesta a tu pregunta depende de ti”.

 

Si tus hijos salen buenos, si ellos valoran, estudian y cuidan la Torá y los valores que posee el Judaísmo, o lo contrario, depende sólo y únicamente de ti…

 

Dijimos que cuando Abraham se dirigía a hacer la Akedá llevó consigo a dos hombres, Ishmael y Eliézer. ¿Qué hacía Ishmael allí? ¿Acaso no lo había expulsado Abraham de su casa? Él siguió la sugerencia de Sará porque así Hashem lo había ordenado. Sin embargo, nunca lo abandonó a su suerte por completo; siguió viendo por él hasta el último día de su vida. Abraham murió en buena vejez, anciano y satisfecho. Rashí explica que la buena vejez fue porque Ishmael hizo teshubá. Seguramente fue el resultado de que nunca perdió la esperanza en su hijo. Así, tenemos el compromiso de seguir los pasos de nuestros Patriarcas.

 

En estos días Hashem termina un ciclo de un año y comienza uno nuevo; está en busca de un nuevo “gabinete”, con el cual pueda llevar a cabo el funcionamiento del Mundo de una manera “oculta”, es decir, dejando el espacio para que la persona piense que es la coincidencia o la suerte lo que provoca y decide el destino de todas las cosas… En el día de Rosh HaShaná debemos pararnos delante del Rey y solicitar un puesto. Si aspiramos al oficio de educadores y se nos concede, ya no necesitamos pedir nada. Para poder mantener limpio el resplandor que emana de los diamantes que se nos dieron a cuidar, se requiere de un presupuesto: salud, alegría, inteligencia, paciencia, dinero, etc. Hashem va a concedernos todos los recursos para que podamos custodiar las gemas preciosas que adornan Su corona. Por eso podemos pararnos con toda seguridad y firmeza en el juicio. Somos sus sirvientes y solicitamos las herramientas para poder cumplir con nuestra labor.

 

La Haftará que leemos el segundo día dice: Un hijo querido para Mí, refiriéndose a Am Israel. ¡Hashem nos llama “Mi hijo querido”! No sólo debemos ser buenos padres; también tenemos la obligación de ser hijos dignos de Hashem, nuestro Padre. Como se compadece un padre de sus hijos, así se compadeció Hashem de quienes fueron temerosos de Él.[2]©Musarito semanal

 

“Los hechos de los padres son una señal de cómo serán sus hijos.”[3]

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Baal Shem Tob.

 

[2] Tehilim 103:13.

 

[3] Sotá 34:10.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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