Favores (Jésed)
“Y estas son las leyes que pondrás delante de ellos” (21:1) -
Hashem dijo a Moshé: “Que no se te ocurra decir: ‘Les enseñaré el capítulo y la ley dos o tres veces hasta que queden bien aprendidas; pero no me molestaré en hacerles comprender las razones del tema ni su explicación’”. Es por esta razón que le dijo: Las pondrás delante de ellos. Es decir, Moshé debería no solamente enseñarles, repetirles y explicarles las leyes de la Torá, sino que tendría que exponérselas en una forma muy clara, como si se tratara de una mesa servida y lista para comer en ella, a fin de que no les quedara ninguna duda.[1] No bastaba con que Moshé les enseñara las leyes de la Torá para que ellos las repasaran dos o tres veces, sino también cuatro; debía hacerlo de tal modo que ellos entendieran muy bien los conceptos inherentes a cada ley.[2]
Explica Rab Yaacob Galinsky que no se trata de la ordenanza de estudiar Torá; se trataba de una de las bases del “favor”, la obligación que tenemos de conducirnos por los caminos de Hashem.[3] “Sus caminos” son los diversos modos en que Él se relaciona con Sus criaturas. Así, el ser humano debe imitar las Cualidades Divinas con sus semejantes: Así como Él es piadoso, también tú debes serlo; así como Él es clemente, también tú debes serlo.[4] Esto quiere decir que cuando la persona busca emular al Creador en la cualidad de jésed (favor), debe hacerlo al cien por ciento.
Un integrante de la comunidad de Pashisja viajó a comerciar al mercado de Dentzig. Allí había varios comerciantes judíos que llegaban de diversos lugares; cada uno consiguió hacer grandes negocios y soñaba con volver a reunirse con su familia para compartir las jugosas ganancias. Uno de ellos no compartía la misma alegría; él había pedido prestado dinero para comerciar y, en el camino, le habían robado todo… Todas las ilusiones, los planes, la posibilidad de quitarse de encima a sus acreedores, todo se derrumbó de un momento a otro; todo era oscuridad… No solamente estaba allí sin poder hacer ningún negocio, sino que además sus ojos miraban cómo sus colegas trabajaban y cerraban negocios importantes; en cambio, él volvería a su casa con deudas y con la triste necesidad de tener que pedir ayuda para poder sobrevivir.
Cuando el mercado finalizó, el hombre de la comunidad de Pashisja organizó una comida y reunió a cien comerciantes para festejar por el éxito de sus negocios. A mitad de la comida, mientras todos comían y bebían con alegría, el anfitrión se levantó y se dirigió a los invitados: “Queridos amigos, todos nosotros hemos cerrado muy buenos negocios. Cada uno retornará a su hogar dichoso y con los bolsillos llenos. Pero entre nosotros hay un compañero al que robaron su dinero. Y la mayoría de ese capital no le pertenecía; lo pidió prestado antes de venir acá. Al llegar a su ciudad, estará obligado a liquidar una deuda que asciende a diez mil rublos… Él tenía planeado duplicar la suma aquí en el mercado, pero ahora no sólo no tiene el capital ni la ganancia; no tiene ni siquiera dinero para poder pagar el pasaje de regreso. Nosotros hicimos buenos negocios y regresamos con suficiente dinero. Salvemos a nuestro amigo de la vergüenza y la desesperación. Yo les propongo lo siguiente: somos cien comerciantes; si cada uno de nosotros aporta doscientos rublos, nuestro amigo podrá regresar feliz a su casa… Lo que para nosotros es una pequeña parte de nuestras ganancias, para él lo es todo…”.
Mientras terminaba de hablar, se quitó el sombrero, lo volteó, sacó de su cartera doscientos rublos y los metió al sombrero, y lo fue pasando delante de cada uno de sus invitados. El sombrero se fue llenando de billetes y al terminar la ronda, el hombre, que demostró tanta sensibilidad por su compañero en desgracia, le dijo: “Logramos reunir la cantidad de diecinueve mil ochocientos rublos (el pobre no aportó porque no los tenía). Los últimos doscientos rublos tienes que ponerlos tú, y con eso se completarán los veinte mil. Tú ahora eres un hombre rico; también estás obligado a cumplir con el precepto de tzedaká…”. El hombre agradeció el apoyo de todos y cada uno regresó a su ciudad.
Cuando el anfitrión llegó a Pashisja fue a saludar al Rebe: “Escuché que salvaste a un hombre de caer en la desgracia. Te felicito; fue un acto muy loable”. El hombre enderezó el torso. “Sin embargo, hay algo que mancilló tu buena obra.” El hombre miró a los ojos al Rab mientras éste le decía: “No debiste asociarlo a él con la tzedaká. Cuando hacemos favores, los hacemos hasta el final. Si le hubieras juntado los veinte mil rublos, tu mitzvá hubiera estado completa…”.[5] Grande es el favor, porque la Torá comienza con jésed y termina con jésed.[6]
La persona no nació para sí misma, sino para ayudar al prójimo en todo lo que pueda y esté a su alcance hacer.[7] El Rambam escribió[8] que en la acción de dar caridad hay ocho categorías, una más meritoria que la otra, y el favor está en el punto más alto, pues es lo que da más fortaleza a nuestro pueblo. Pues cuando una persona cae financieramente, todos corren a ayudarlo para que no pierda su estándar de vida; esto llega al grado de que, si se trata de una persona adinerada, es un deber ayudarlo hasta que tenga lo mismo que poseía antes. De modo tal que si un esclavo corría delante de él, había que procurar ayudarlo hasta que llegara al mismo estatus.[9] La ayuda puede ser un regalo, un préstamo, asociarlo en nuestra actividad o conseguirle un trabajo, hasta que no necesite de la ayuda de los demás... ¡Cuando hacemos favores, hay que realizarlos al cien por ciento!
Una acción que se realiza en este mundo genera una acción similar en los Cielos. Si una persona hace una buena acción en el mundo material, hace despertar una “fuerza” de bondad en el Cielo. Cuando la persona hace favores, despierta favores en el Cielo, y esos favores van a ser un factor dominante durante ese día, que ayudará a todo el mundo y a esa persona en particular. Si una persona se conduce con piedad, genera piedad en el Cielo para ese día, para él y para todo el mundo…[10] Aquel que se encarga de las necesidades de otros, el Creador se encarga de sus propias necesidades.[11]
Hacer favores a nuestros semejantes es más importante que dar tzedaká, por tres motivos: la tzedaká se realiza con dinero; el favor puede hacerse con dinero o sin él. La tzedaká la reciben los pobres; el favor es tanto para los pobres como para los ricos. El favor es uno de los preceptos por el que se pagan intereses en este mundo, y que acumula un “capital” para el Mundo Venidero...[12] Los favores acompañan a la persona hasta el final de todas las generaciones. Y el mundo mismo no se habría creado si no hubiera favor, como afirma el Salmista: El mundo se construye con favor.[13]
Que Hakadosh Baruj Hu fortalezca nuestros corazones para que podamos conducirnos siempre en la realización de favores, y que nunca quedemos conformes con lo que ya hicimos, pues siempre hay algo que hacer, siempre alguien necesita al menos una sonrisa...©Musarito semanal
“Tres atributos definen a Israel: su modestia, su misericordia y su deseo de realizar actos de bondad”[14]
[1] Rashí.
[2] Mejiltá; Erubín 54b.
[3] Rashí a Debarim 11:22; Sifrí 49.
[4] Shabat 133b.
[5] Vehigadtá, Shemot, pág. 407.
[6] Sotá 14a.
[7] Rab Jaim MiVolozhin, en la introducción del libro “Nefesh Hajaim”.
[8] Capítulo 10 de las leyes de Matanot Aniim 7:3.
[9] Ketubot 67:2.
[10] Zóhar Hakadosh, Perashat Emor.
[11] Rabí Shelomó Ibn Gabirol.
[12] Sucá 49b.
[13] Tehilim 89:3.
[14] Yebamot 79a.
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