El poder de la tefilá

 

 

“Y Moshé hizo conforme a todo lo que Hashem le había ordenado; así lo hizo” (40:16).

 

 

Esta Perashá trata de la culminación de la construcción del Mishkán. Moshé ordenó colocar todos los elementos y utensilios. La inauguración se llevó a cabo el primero de Nisán. Encontramos en esta Perashá que la frase: Moshé cumplió el mandamiento de Hashem como se le ordenó, es repetida dieciocho veces. Anshé Kenéset HaGuedolá (“Los hombres que constituían la gran asamblea”) instituyeron, a partir de esta enseñanza, que la tefilá contenga dieciocho bendiciones.[1] En nuestros días no tenemos Bet HaMikdash, no tenemos un Mishkán donde podamos acercar nuestros korbanot. A causa de esto, los Jajamim establecieron que la tefilá ocupa el lugar de los korbanot.[2] La Torá enfatiza el hecho de que Moshé construyó el Mishkán “como Hashem le ordenó”, para mostrarnos que Moshé cumplió con todo detalle las órdenes de Hashem. Dijo Hashem a Israel: Sean muy cuidadosos con la tefilá, ya que no hay nada superior a ella. Es más importante que los korbanot. Incluso cuando la persona no sea merecedora de recibir un favor, por cuanto que hace tefilá con insistencia, haré jésed con ella.[3] Esto debe despertar nuestra conciencia sobre la forma en que hacemos tefilá, especialmente cuando lo hacemos en un Bet HaKenéset, y sobre todo los días entre semana. Cuando tenemos apuro por llegar a nuestras obligaciones, si el Jazán se tarda un poco más de lo normal, la gente reclama o lo presiona para que termine prontamente. ¡¿Cuál es tu prisa?! ¿Cuántos minutos vas a ganar? ¿Estás preocupado de que tus competidores ya se encuentren en camino mientras tú estás todavía en el Bet HaKenéset?

 

Detente un momento y reflexiona: ¿para qué hacemos tefilá? ¿Acaso no es para reconocer que Hashem es el Proveedor de todo? Tomemos más conciencia de lo que estamos diciendo en la tefilá, que reconocemos que Hashem es el Creador y el que gobierna sobre todo lo creado. Reconocemos y pedimos que nos otorgue vida, salud, hijos, entendimiento, sustento… ¿A quién le sobran estas cosas? Todo está en Sus manos, y estamos rogando que sea Su voluntad otorgarlo para nosotros. Entonces, ¿cuál es la prisa por salir? ¿Acaso Hashem necesita que “le echemos una manita” para que las cosas salgan mejor?

 

En un país europeo había un yehudí que llegó a ser el ministro de finanzas del rey. Mediante este puesto alcanzó a tener una relación muy especial y cercana con el monarca. Esto generó envidia por parte de los demás ministros, quienes buscaron la manera de poner obstáculos en su camino y destituirlo de su puesto. Todo el tiempo acosaban al rey, procurando que sospechara que el yehudí no le era leal y que todo el aprecio que le tenía era solamente por el dinero que ganaba. El rey lo quería mucho y siempre lo defendía, hasta que un día los ministros asediaron tanto al monarca que no le quedó argumento alguno para justificar a su fiel ministro. Sin otra alternativa, se vio obligado a aceptar que pusieran a prueba a su ferviente consejero, a fin de que demostrara su lealtad. “¿De qué manera sugieren que lo ponga a prueba?”, preguntó el rey. Los ministros señalaron: “Pídale que haga una fiesta para usted”. El rey llamó al ministro y le solicitó que preparara una celebración en honor al rey.

 

El yehudí recibió con mesura su responsabilidad. Fue y la preparó con mucha alegría y dedicación. Durante el evento, todos estaban contentos y el rey llamó a los ministros que se quejaban y les dijo: “Ahora me doy cuenta de que sus comentarios son falsos. Veo que el yehudí es leal. ¡Miren qué fiesta preparó para mí!”. Los ministros, que no estaban dispuestos a darse por vencidos, dijeron: “No se apure en llegar a una conclusión. Obsérvelo y verá que está muy triste”. El rey observó a su fiel ministro y se preguntó en voz alta: “¿Por qué será?”. Los ministros se apuraron a contestar: “Es porque le duele el gasto que tuvo que realizar en su honor”. El rey titubeó un poco; ellos vieron que por fin estaban logrando su malévolo plan y entonces arremetieron: “¿Por qué no le pide que prepare otra fiesta, pero esta vez que lo haga con el presupuesto del reinado?”. El rey aceptó la sugerencia. Citó de nuevo al yehudí y solicitó la reunión. El ministro escuchó y con presteza obedeció.

 

Cuando estuvieron en la fiesta, los ministros del rey observaron que el yehudí estaba muy contento. Fueron corriendo a notificarlo al monarca. El rey, al verlo así, se enojó mucho. Lo mandó llamar y le pidió que le explicara la razón de su alegría y el porqué de su tristeza en la fiesta anterior. El yehudí le pidió que no se enojara con él y le explicó lo siguiente: “Cuando yo pagué la fiesta con mi dinero, pasé toda la fiesta triste y preocupado porque no estaba seguro si había gastado lo suficiente para honrarlo como se merece. Pero en esta fiesta, para la cual recibí los fondos de usted mismo, estoy tranquilo porque utilicé todo lo que me asignó para honrarlo. A mí me hubiese gustado enaltecerlo más, pero fue lo único con que contaba para hacerlo”.

 

Si todos nuestros miembros corporales fuesen nuestros, entonces no podríamos cantar, ni alabar, ni agradecer a Hashem de manera correcta, ya que los favores que Él nos hace son infinitos. Pero si nos percatamos de que nada es nuestro y que todo cuanto poseemos es otorgado por Él, entonces esto debe ponernos muy contentos y debemos demostrarlo. Cuando estamos sirviéndole, tenemos que hacer todo de acuerdo con el “presupuesto” que tenemos, es decir, con los miembros, con la vida y con el tiempo que Él mismo nos otorgó. De esta forma le demostramos la fidelidad que espera de nosotros. Hashem no necesita de nuestras tefilot: Él conoce todas nuestras necesidades, incluso antes de que pronunciemos palabra alguna. Sin embargo, decimos tefilá para darnos cuenta de cuánto lo necesitamos y dependemos de Él.[4]

 

No es que cuando estamos con vida alabamos al Todopoderoso por darnos la vida; por el contrario, todo el propósito de la vida es alabar al Todopoderoso.[5] Dependemos de Hashem en cuanto a la salud, la vida, el sustento, etc., y se lo demostramos rogando con devoción, humildad y con todo el corazón. El instrumento para medir tu nivel de devoción es meditando cuánto te gusta estar en el Bet HaKenéset conversando con Hashem.[6] Si tu resultado es positivo, entonces estás practicando Cumplir con el mandamiento de Hashem tal como se nos ordenó. ©Musarito semanal

 

“Aquel que reza debe dirigir sus ojos hacia arriba y su corazón hacia abajo.”[7]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Midrash Vayikrá Rabá 1:8.

 

[2] Berajot 26b.

 

[3] Midrash Tanjumá.

 

[4] Jobot Halebabot, Jeshbón HaNéfesh 18.

 

[5] Rab Yejezkel Rubinstein, Daat Jojmá.

 

[6] Menorat Hamaor.

 

[7] Ejá 3:41.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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