¡Vivir al Kidush Hashem!
“…las ranas subieron y cubrieron la tierra de Mitzraim” 8:2.
En esta Perashá se mencionan las primeras plagas con las cuales Hashem doblegó la resistencia del Faraón para redimir a los judíos de Egipto. Las primeras tres plagas demostraron que Hashem existe;[1] las siguientes tres demostraron que Su providencia gobierna aun sobre las cosas materiales,[2] y las últimas tres demostraron que no hay ningún poder que pueda compararse con el de Hashem.[3]
En la primera plaga, las aguas del Río Nilo se tornaron en sangre. El Faraón se mostraba presuntuosamente como amo y señor del Nilo, mismo que representaba la principal fuente de la vida agrícola del árido Egipto. Hashem demostró que la deidad egipcia, el Nilo, era impotente frente a Su voluntad. La segunda plaga también demostró que el río era no más que un sirviente de Hashem; de él mismo emergieron millones de ranas que infestaron todo Egipto;[4] jamás se vio en el mundo una plaga de semejante magnitud: entraban a las casas, estaban en las camas, en los cuerpos y hasta se arrojaron a los hornos calientes de los egipcios. Cabe destacar que el hábitat de estos anfibios son los lugares húmedos; por ende, el fuego es su peor enemigo. Las ranas rompieron su naturaleza y se entregaron a la muerte con tal de acatar el decreto de Hashem y así santificaron Su Nombre.[5]
Una noche, el rey Nebujadnetsar tiene un sueño y se despierta sobresaltado. Al día siguiente llama a sus sabios y consejeros para que le relaten el sueño y le den su explicación. El rey dice: “Olvidé todo, pero sé que es muy trascendente”. Los sabios intentan e intentan, pero el rey los rechaza y decide eliminarlos a todos. Envía por Daniel y le pide que relate el sueño y su explicación. Hashem le muestra lo que necesita saber y al día siguiente se presenta nuevamente delante del rey y le explica el sueño y lo que éste significa. “Tú viste un gran ídolo frente a ti; su cabeza de oro puro, su cuerpo y sus manos de plata, sus muslos de bronce, sus pantorrillas de hierro y sus pies de barro. Al observarlo, se desprendió una piedra de él, sus pies se deshicieron, el ídolo cayó y de esa piedra se hizo un gran monte. Esa piedra es el Pueblo de Israel, que en el final de los días serán un gran monte, del que todos se guiarán por él. Todo desaparecerá, pero Israel quedará”. El rey escucha el relato y dice: “Eso es lo que soñé”. Para evitar que Israel pueda salir de su poder, manda construir un gran ídolo de casi 30 metros de alto por 30 metros de ancho y lo pone en el valle de Dura. Quieren seguirlo y no pueden, hasta que Nebujadnetsar hace traer los objetos robados del Bet HaMikdash. Le coloca el Tzitz en su boca, arroja el oro a los pies del ídolo y éste queda parado. El ídolo comienza a hablar y el rey ordena a todos arrodillarse e inclinarse frente a él. El rey manda llamar a Jananiá, Mishael y Azariá, y les ordena arrodillarse. Ellos se niegan y Nebujadnetsar estalla en furia. “¡Cómo se atreven a desobedecer mis órdenes!”, grita furioso el rey. Entonces ordena lanzarlos dentro de un gran horno cuyas llamas superan los diez metros de altura. Con ropas sabáticas, con cantos de alabanza al Todopoderoso, los tres desfilan frente a la multitud que los observa de lejos, ya que no pueden acercarse por el calor del horno. Hashem les hace un milagro y no les ocurre nada. Mandan llamar al rey y éste acude de inmediato. Al ver lo que sucede, ordena que los saquen del horno. El rey reconoce el milagro de Hashem y en ese momento el ídolo cae y se rompe en miles de pedazos. Ellos van luego a Israel y participan en la construcción del Segundo Bet Hamikdash…[6]
¿Cómo supieron Jananiá, Mishael y Azariá que se salvarían milagrosamente? Lo aprendieron de las ranas que llegaron a Egipto. ¡Ellas se metieron en los hornos de pan porque Hashem así lo ordenó! Al terminar la plaga, todas las ranas murieron; las únicas que sobrevivieron fueron las que habían estado en los hornos… Dijo Hashem: “Ya que ellas hicieron Mi voluntad, fueron dignas de ser salvadas”. Por esa causa, las ranas que salieron de los hornos siguieron vivas y las demás murieron. Ellas se sacrificaron por Hashem y su recompensa fue la vida y servir de ejemplo para que, siglos después, Jananiá, Mishael y Azariá aprendieran de ellas y salieran con vida del horno ardiente.[7]
Algunas personas piensan que el término Kidush Hashem se refiere a realizar un acto de martirio en aras de la fe, sacrificar la vida en un acto heroico, tal como lo hicieron algunos de nuestros padres a lo largo de la historia; por ejemplo, en los tiempos de la inquisición o en la época de la Shoá. Sin embargo, hay otro tipo de Kidush Hashem: Y tú elegirás la vida, de modo que tú puedas vivir.[8] Esto es una prueba de que vivir es una Mitzvá.[9]
Cuidar las Mitzvot, estudiar Torá, comportarse con educación y buenos modales, apegarse a los Jajamim, vestir con recato y comerciar con honradez pueden llevar al ser humano a cumplir con el maravilloso precepto del Kidush Hashem. La gente que se encuentre a su rededor va a decir: “¡Bienaventurado el padre o el maestro que le enseñó Torá!”.[10]
Moshé Feldman era un comerciante exitoso que intentó iniciar un negocio con una firma muy importante en Rusia. Si la operación le resultaba como lo planeó, sus ingresos se multiplicarían. Sin embargo, a pesar de varios intentos, el negocio no se concretaba. Decidió viajar personalmente a Rusia para intentar acelerar las cosas. Tuvo una entrevista con los principales directivos de la firma, entre los que se encontraba una mujer. En el momento de la presentación, todos lo saludaban dándole la mano... Cuando estuvo frente a la mujer, se disculpó de no poder darle la mano y le explicó que, en su condición de judío observante, no podía saludarla dándole la mano y que no era su intención faltarle al respeto. Fue un momento difícil, pero Moshé se mantuvo firme. Hablaron del negocio y se hicieron algunas propuestas; fue una reunión complicada. Moshé se dio cuenta de que el negocio no estaba saliendo como esperaba. “Quizás”, pensó, “el hecho de no haberle dado la mano a la mujer es lo que está complicando las cosas.”
Antes de regresar a Nueva York, fue citado a una segunda reunión. Para su sorpresa, le informaron que estaban dispuestos a firmar el contrato con sus condiciones. Moshé no podía creerlo y su cara no ocultaba su sorpresa. Entonces la mujer le dijo: “Lo veo sorprendido por nuestra decisión. Voy a confesarle qué nos llevó a decidir la firma del contrato. Cuando usted se negó a darme la mano, quedamos sorprendidos por su conducta. Nos dimos cuenta de que usted es una persona incapaz de traicionar sus principios. Sabemos que se encuentra muy alejado de su hogar, que seguramente nadie vería si usted me daba o no la mano, y aun así se contuvo… Decidimos aceptar sus condiciones porque demostró ser una persona correcta y honesta. Confiamos en usted y seguramente el negocio será exitoso…”.[11]
El propósito de la vida es generar Kidush Hashem reconociendo Su reinado por medio de los actos que tenemos que realizar cada día. A menudo esto trae gran dificultad, pero precisamente ese es el propósito. La idea esencial contenida detrás de santificar Su Nombre es hacer Su deseo, aun en las circunstancias más difíciles. Los actos privados, de alguna manera, pueden llegar a producir la más inalcanzable santificación de Hashem, porque la gente está naturalmente dispuesta a hacer cosas con base en lo que los otros piensen acerca de ellos, y si hacen cosas buenas en público es, en general, porque desean ganarse el reconocimiento de los demás. Son los actos privados los que demuestran que la persona tiene a Hashem y sólo a Él en su mente.©Musarito semanal
“No hay mayor acto de santificación del Nombre de Hashem como rezar por el enaltecimiento de Su Nombre”[12]
[1] Shemot 7:17.
[2] Ídem 8:18.
[3] Ídem 9:14.
[4] Malbim.
[5] Rabenu Bejaye.
[6] Daniel 2:1-49, 2:1-33.
[7] Pesajim 53b.
[8] Debarim 30:19.
[9] Rab de Gur.
[10] Yomá 86a.
[11] Extraído del libro Bet Yaacob.
[12] Rabí Shimson Rafael Hirsch.
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