El Engaño
“Estos veinte años que he estado contigo… De día me consumía el calor, y la helada en la noche, y mi sueño se ahuyentaba de mis ojos” (31:38-40).
Cuando Yaacob cuidaba las ovejas de Labán, se ocupaba de todas y cada una de ellas, asegurándose de que no fueran dañadas, aun cuando no le pertenecían. Incluso permanecía a la intemperie durante las frías noches para proteger al ganado, pues había prometido a Labán que así lo haría y deseaba cumplir cabalmente con lo pactado.
Debemos apreciar y tratar de emular los admirables rasgos de Yaacob, especialmente el de ser honestos en todo momento, pues incluso si uno cree que nadie advierte su fraude, Hashem siempre lo está observando. Además, sus hijos también lo observan y aprenden de sus hechos: Y salió Reubén en los días de la cosecha del trigo y encontró jazmines en el campo. Se los trajo a Leá su madre. Entonces Rajel dijo a Leá: “Te ruego que me des de los jazmines de tu hijo”.[1] Rashí comenta: Esta historia nos habla de las buenas características de los hijos de Yaacob, que a pesar de hallarse en días de cosecha de trigo, cuando seguramente se encontraba trigo y cebada tirados por doquier, Reubén no tomó de las espigas, ya que éstas pertenecen a sus dueños; lo único que llevó fueron jazmines silvestres, los cuales no son de nadie.
¿Cómo llegó a poseer esta virtud? Por el ejemplo que vio en su casa…
Rab Safra poseía un negocio. Cierto día, mientras recitaba el Keriat Shemá, entró un hombre en el local y pidió uno de los artículos exhibidos. Al no advertir que el Rabino se encontraba rezando, el comprador ofreció una suma mayor por el producto. Rab Safra no le respondía. El hombre pensó que el silencio del Rab significaba que su oferta era muy baja, de modo que la incrementó. Rab Safra continuaba en silencio, así que el hombre volvió a aumentar el monto de la oferta. Finalmente, Rab Safra terminó su plegaria y, aunque podía fácilmente haber obtenido el precio más alto, dijo al comprador: “Aceptaré la primera oferta que me hizo, pues en ese momento yo había decidido en mi mente vendérselo a usted por ese precio. La única razón por la que no respondí antes es que estaba rezando, y si yo aceptara ahora más dinero del que usted estaba dispuesto a ofrecerme al principio, sería deshonesto”.[2] La verdad es un árbol de vida, cuyos frutos habrás de comer todos tus días.[3]
Cierta vez el Jafetz Jaim se encontraba en un baño público y vio a una persona usando sin autorización el jabón que pertenecía a otra. Se acercó al hombre y le murmuró: “Una persona que se lava con algo que no le pertenece sale más sucia que antes de haber entrado a bañarse…”.
En otra ocasión, el Jafetz Jaim llegó con unos minutos de retraso a la estación del ferrocarril. Quiso enviar unos libros en el tren que estaba a punto de partir, pero el tiempo límite para la recepción de la carga había concluido. El funcionario que operaba la caseta de recepción reconoció al gran erudito y le dijo con una sonrisa: “Puedo hacer una excepción por usted. Colocaré los paquetes en el tren de forma que se despachen antes que toda la carga que lleva el tren. Incluso puedo ofrecerle el servicio en forma gratuita”. El Jafetz Jaim, empero, no aceptó. “Agradezco su ofrecimiento. Sin embargo, sólo el dueño de la compañía del ferrocarril tiene la facultad de renunciar al pago del servicio”, dijo con determinación. “Usted es sólo un empleado. Sería considerada una falta de su parte por violar el reglamento, además del robo de mi parte por no pagar con el monto estipulado.”
A veces parece muy simple e inofensivo ganar unos cuantos pesos diciendo una pequeña mentira, o urdiendo un pequeño engaño que no se note. Pensamos: “¿Qué hay de malo?”. Pero dentro de nosotros sabemos que eso es incorrecto, y vencer el deseo de hacerlo es una de las mayores pruebas que enfrentamos día con día. Serás íntegro con Hashem tu Dios.[4]
Dijo Rabí Shimón ben Jalaftá: “Ocurrió que una hormiga dejó caer un grano de trigo y las otras se acercaron al grano, lo olieron y no lo tocaron, porque sintieron que pertenecía a otra hormiga. Después de unos minutos, llegó la dueña del grano y lo tomó”. ¡Fíjense qué inteligencia! Nadie les enseñó a no robar; no tienen jueces ni guardianes.[5] Observa a la hormiga, ¡perezoso! Mira sus caminos y sé sabio. Sin tener jefe ni guardián ni regidor, se provee su pan en el verano y recoge su alimento durante la cosecha. ¡Fíjate como escapa del fraude![6]
Hay un Midrash que dice: “Cuando Hashem ordenó a Noaj: ‘Dos de cada uno traerás al arca’, todas las criaturas entraron en pareja. El Engaño también quería entrar al arca. Noaj le dijo: ‘No puedes entrar sin tu pareja’. Engaño fue entonces en busca de pareja y encontró a Necesidad. ‘¿De dónde vienes?’, preguntó Necesidad. ‘Vengo del arca de Noaj. Quería entrar, pero fui expulsado por falta de pareja. ¿Quieres tú ser mi pareja?’ ‘Con gusto’, contestó Necesidad; ‘pero, ¿qué me ofreces a cambio?’ ‘De lo que yo consiga tú puedes tomar’, dijo Engaño. ‘Trato hecho’, respondió Necesidad. De esta forma Engaño y Necesidad entraron al arca juntos, siendo pareja eterna: lo que Engaño consigue, Necesidad se lo lleva”.
El que camina con integridad caminará con seguridad.[7] Con este versículo se alabó a Yaacob Abinu, como está escrito: Yaacob era un hombre íntegro.[8] La persona que no sufre por el mañana, sino que pone su carga y su confianza en Hashem, no tratará de ganar dinero por medio de engaños, sino que caminará con integridad y justicia. No debe pensar en los asuntos de este mundo ni en su manutención; la Torá de Hashem será todo su anhelo y en ella meditará día y noche; Hashem no retendrá el bien de su Mano para los que caminan con integridad; a los que buscan a Hashem no les faltará nada de lo bueno. Conoce la verdad y conocerás a sus portadores.[9] Los actos de Yaacob Abinu dan testimonio de que esta prueba bien puede ser superada. ©Musarito semanal
“Cuídate de aquel que engaña a los demás. Pero de engañarte
a ti mismo, cuídate más”. [10]
[1] Bereshit 30:14.
[2] Makot 34a.
[3] Bereshit Rabá 65.
[4] Debarim 18:13.
[5] Julín 57b.
[6] Mishlé.
[7] Mishlé 10:9.
[8] Bereshit 25:27.
[9] Mozné Tzédek.
[10] Rabí Menajem Méndel de Kotzk.
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