La Torá es una valla que protege tu integridad
“Cuando edifiques una casa nueva, deberás hacer un barandal para tu techo…” (22:8).
La expresión literal del versículo mencionado se refiere a una persona que construye una casa. El dueño de esa vivienda debe preocuparse por poner todos los cercos necesarios para que su hogar sea un lugar seguro. Nos advierte la Torá: Todo lugar donde haya peligro de que alguien pudiese caer, debe tener un cerco para que nadie se dañe.
Similarmente, y respecto a lo espiritual, debemos colocar varios cercos, en especial en tu techo, es decir, en tu cabeza: debes cuidarte de no caer en ideas extrañas.
Preguntan los Jajamim: “¿Por qué habla el versículo solamente de una casa nueva? ¿Acaso la azotea de una casa vieja no requiere de un barandal?”.
Responden los Jajamim que realmente la mitzvá se aplica de igual manera tanto a una casa vieja como a cualquier otro lugar de donde la persona pudiese caer y resultar herida. La Torá se refirió a una casa nueva para darnos un mensaje: “Dice el Nabí: Que el malvado abandone su camino”.[1] Quiere decir que cuando una persona decide retornar al camino de Hashem debe hacerlo de forma sincera y definitiva. No podemos corregir una falta grave colocando un “parche”; el transgresor debe abandonar por completo las viejas costumbres y comenzar desde el principio. Por eso enfatizó respecto a la casa nueva, refiriéndose a la renovación de las ideas. Podemos comparar el techo de una casa con la cabeza de la persona porque es el miembro más elevado del ser humano. Y el barandal es el temor a Hashem, que es el único medio para proteger tus sentidos de caer en el pecado.[2]
Otra explicación es que el responsable de una casa debe prevenir que no se introduzca en su hogar ninguna cosa que pueda atentar contra la integridad de las personas que habitan en ella tomando las medidas precautorias para evitar el contacto con la tentación del instinto maligno. Leemos en la Mishná: “Hagan un cerco para la Torá”.[3] Muchas leyes que los Jajamim dictaminaron tienen el único propósito de protegernos de transgredir cualquiera de las leyes de la Torá…. Debemos tener bien claro que estas vallas son colocadas con el criterio que los Jajamim, con base en sus conocimientos y experiencia, han impuesto. No cualquier persona, sin la preparación necesaria, puede prohibir o permitir cosas…
Rabí Yaacov Kamenetzki visitó una escuela. Caminaba por la sección del jardín de niños y notó que las mezuzot estaban colocadas en el tercio inferior de la jamba de las puertas, y dijo a los directores que lo acompañaban: “Es una hermosa idea poner la mezuzá en un lugar en que los niños puedan fácilmente alcanzarlas y besarlas, pero, por favor, pónganlas en el lugar que corresponden, en el tercio superior de la jamba, y que los niños usen un taburete para alcanzar la mezuzá. De lo contrario, crecerán pensando que pueden ponerla donde quieran. Uno no educa niños con falsedades…”.
Debemos subir a la Torá, no bajar la Torá a nuestro nivel. Donde sea que se haya intentado hacer el judaísmo “más fácil”, el resultado es que la gente llega a despreciarla y rechazarla por completo. Para decidir si una ley se aplica o no en un caso determinado, somos como niños espirituales. Cada uno debe sentarse a estudiar la Halajá a profundidad; después consultará a sus maestros y sólo entonces comenzará a crecer hasta que, poco a poco, alcance la madurez. Así, quizás algún día, podremos alcanzar la mezuzá sin la ayuda de taburetes. Pero si aprendemos que no tenemos que hacer ningún esfuerzo para elevarnos hacia la Torá, cometeremos el error de pensar que estamos a su misma altura, es decir, que no necesitamos hacer ningún esfuerzo para cambiar positivamente y mejorarnos. Por ende, quitaremos la base de la Torá y no tendremos motivo para crecer. Nos sentaremos como pigmeos, contentos con nosotros mismos, convencidos de que ya somos gigantes espirituales.[4]
Un hombre aparentemente inculto entró a una librería a comprar un Sidur (libro de plegarias). El dependiente le mostró una gran variedad de ellos. El hombre miraba uno y otro libro, y seguía pidiendo diferentes ediciones. Finalmente, el comprador eligió uno, que tenía al principio varias páginas de comentarios.
El vendedor se preguntaba: “¿Qué estará buscando este hombre?”. El comprador le “leyó” el pensamiento y le dijo: “Por lo que veo, usted requiere una explicación de por qué estoy adquiriendo una obra así. Tengo varios niños pequeños en casa y, cuando ellos se apoderan de mi Sidur, la primera página frecuentemente llega a ser arrancada, y con ella se va mi Adón Olam (la plegaria ‘Amo del Universo’, la cual está generalmente en la primera página de ciertos libros de rezo). La ventaja que encuentro con este Sidur es que tiene muchas páginas introductorias con comentarios y explicaciones. Esto me favorece, ya que ellos podrán arrancar todas estas páginas, y yo todavía tendré mi Adón Olam intacto….”.[5]
El propósito de las leyes rabínicas, “los cercos”, es asegurarse de que si nosotros tropezamos y transgredimos por equivocación, no perderemos inmediatamente nuestra relación con el Adón Olam. El irat Shamaim (temor al Cielo) es el escudo protector que asegura el resguardo y la integridad de tu familia. Otra de las estrategias que utiliza el yétzer hará es decirte: “No te preocupes. Eso que hiciste no es tan grave. Solamente es una prohibición rabínica… Si estuviera escrita en la Torá, entonces sí estaríamos sumamente alarmados…”.
Cierta vez el Saba MiKelem vio que unos alumnos de su Yeshibá estaban trepando por un cerco para atravesarlo. En ese instante exclamó, consternado: “¡Si una cerca de madera no fue suficiente para detenerlos, entonces podrán traspasar todo tipo de barreras en sus vidas! ¡Personas así se encuentran en grave peligro!”.[6]
La Torá es muy clara al respecto: Conforme a la Torá que ellos (los Jajamim) te instruyan, y las leyes que te impongan harás; no te apartarás ni a la derecha ni a la izquierda.[7] Alguien que es descuidado en el cumplimiento de las leyes rabínicas, posiblemente será negligente en el cumplimiento de las leyes que están explícitas en la Torá.
Cuando el yétzer hará acosa a una persona que se encuentra en el camino de la Torá, no le aconseja que cometa un grave pecado. Él sabe de antemano que una persona con fuertes principios de Torá no le hará caso. Su estrategia es atacarla de otra manera. ¿Qué hace? Se disfraza de rabino o de fiel consejero, y comienza a desvalorizar todo lo que su víctima hace con argumentos como: “Ya se te hizo tarde. Seguramente ya no llegas al minián. Mejor tómalo con calma y ve al siguiente. Ni modo que corras. ¡La concentración es muy importante en la tefilá….!”. Y cuando ya está rezando, le dice al oído: “Si vieras… Tus compañeros ya están estudiando y tú todavía rezando…. ¿Qué clase de estudiante eres?”. Y tampoco lo deja hacer tefilá como es debido. Y cuando se sienta a estudiar, le dice: “Mira, los demás ya van muy adelantados. Mejor corre, aunque no lo entiendas bien. En la noche nos desvelamos y nos ponemos al día….”. Y así va quitando valor a todo lo que hace para, al final del día, desmoralizarla. Cuando ya la tiene en la lona, tiene la puerta abierta para hacerla caer en lo que quiera.
¿Cuál es la receta para contrarrestarlo?
¡Valorar lo que hacemos! Si supiéramos cuánto vale un solo “¡Amén!” delante de Hashem… Una palabra de Torá es más valiosa que todos los bienes de este mundo. Teniendo esto presente, no le será tan fácil al villano hacernos caer. En ocasiones tropezaremos; es doloroso y hay que procurar no hacerlo de nuevo, pero la idea es ¡seguir adelante! No por perder el tren vamos a dejar de cumplir con nuestras obligaciones de ese día… No nos quedamos parados lamentando que se fue; tratamos de llegar a toda costa, buscamos un taxi o buscamos cualquier otra solución. Así es como debemos actuar contra el consejo del yétzer hará.
Para evadir las trampas del instinto maligno, los Jajamim instituyeron leyes que sirven como un cerco protector, el cual evita que caigamos en los temibles ardides del instinto maligno que podrían hacernos transgredir cualquiera de los preceptos que ordena Hashem por medio de su Torá. ©Musarito semanal
“Como una ciudad derribada y sin muros es aquel cuyo espíritu no tiene restricciones.”[8]
[1] Yeshayá 55:7.
[2] Rab Shalom Brazovsky.
[3] Pirké Abot 1:1.
[4] Rab Zelig Pliskin.
[5] Viviendo cada día, pág. 208, Rab Abraham Twerski.
[6] Extraído de Hamaor, tomo 3, pág. 228.
[7] Debarim 17:11.
[8] Mishlé 25:28.
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